Llegué una mañana de ventiscas a ese lugar que me causaba tanta curiosidad: el asentamiento humano “Félix Raucana”, quien dejó de ser un héroe de la guerra popular. Llegué acompañado de una oficial del ejército de Francia, la subteniente Noemí Golfin, encargada de hacer un estudio sobre las implicancias de la violencia ochentera y noventera en el Perú. Como estaba uniformado, pronto los dirigentes vecinales se me acercaron para indagar por mi inesperada visita.
Raucana ya no tenía muro perimétrico, ni los torreones de vigilancia, ni la hoz y el martillo en su plaza. Sin embargo, los recuerdos parecen un personaje vívido, una herencia constante.
-Aquí era la base de ustedes ¿Han venido a reabrirla?, me dijo un dirigente vecinal.
Me condujeron al colegio inicial donde alguna vez funcionó la base militar de Raucana, a cargo de la 1ª División de Fuerzas Especiales de Las Palmas. Todavía preservaba la precaria construcción de calamina con agujeros de la bala, la cocina a leña; y claro, las barras y un pequeño plano inclinado pintado de camuflado para hacer abdominales.
Los lugareños me insistieron en la necesidad de volver a activar la base. Su motivación principal era que los delincuentes comunes los tenían hartos. El miedo a la organización política administrativa y a los mil ojos y mil oídos del Partido había mutado a otro pánico más maloliente: asaltos a mano armada, raqueteros, drogadictos y otras perlas.
En alguna parte del informe de la Comisión de la Verdad, había leído que algunos pobladores manifestaron que la presencia de la base militar en Raucana fue perjudicial para ellos. Se los hice ver y me respondieron que no era cierto. Una mujer exclamó:
-Al contrario, el ejército salvó mi matrimonio.
-¿Salvó su matrimonio? ¿Cómo así?
-Lo que pasa es que mi marido siempre me pegaba borracho. Un día me quejé donde los soldados y lo trajeron y lo metieron un día completo a un cilindro con agua. Me lo curaron. Con eso dejó de pegarme y hasta ahora vivimos con nuestros hijos.
Sonreí. Así, cada raucano me iba contando sus impresiones al paso del tiempo. Sus propias experiencias cuando eran capturados y llevados a los cuarteles de Chorrillos, en donde se enfrentaban al desprecio de la tropa (casi unos niños) que los llamaban terrucos.
-Imagíneme, yo ya un hombre como de 30 años, haciéndole frente a un cachaco joven, que no llegaba ni a 18. Sé que me equivoqué en ese tiempo. Lo tengo aprendido.
Me despedí; fueron muy amables conmigo como para convencerme de abrir la base. “Le daremos nuestro apoyo”, prometían.
Es difícil balbucear una respuesta, sabiendo que la gente es muy proclive a enamorarse de la esperanza.
Últimas noticias desde el Colca: los reyes del drywall
Ciento dos soldados partieron el 20 de setiembre con dirección al cañón del Colca para continuar con la rehabilitación de las poblaciones afectadas por el sismo del 15 de agosto. La polvareda ha cedido un poco, pero el sol sigue siendo un látigo. Hasta hoy, casi un mes después de nuestro arribo, hemos instalado 500 módulos de drywall para las familias afectadas.
La práctica ha hecho que la tropa adquiera mucha pericia en el armado de los módulos y logran armar una casa, sorprendentemente, en una hora con veinte minutos. 100 hombres, a ese ritmo, levantan hasta 30 módulos diarios y comienza a notarse el cambio y se respira tranquilidad. Pronto llegarán las lluvias y sin techo que los albergue, el problema hubiera sido mucho mayor.
Falta poco para terminar. No puedo dejar de agradecer la amabilidad de los lugareños. Los fines de semana, para descansar, los hombres van a las aguas termales de La Calera y pasean un poco por la ciudad. A mi regalaron un pintoresco sombrero de guerrero cabana, que no creo que use en campaña, pero que adorna una esquina de mi habitación. Hay mucha hospitalidad. El frío ha cedido un poco y vemos que el día en que volveremos a nuestro cuartel se acerca.