Fue una batalla de vida o muerte para un pueblo, que se libró hace 35 años, el 21 de mayo de 1983. No surgió de la nada: Sacsamarca se había rebelado, desde febrero de ese año contra la tiranía de Sendero Luminoso en acciones casi simultáneas con sus vecinos de Huancasancos y Lucanamarca. El costo había sido terriblemente alto. Una primera rebelión sofocada; la salvación de sus líderes en el último minuto antes de morir incinerados en un horno comunal; un terrible combate dentro de Huancasancos contra una posterior incursión senderista que resultó victorioso para la población; poco antes del ataque de brutal escarmiento de Sendero contra Lucanamarca, el 3 de abril de 1983, cuando por lo menos 69 lugareños fueron asesinados, ya inermes, con piedra, hacha, machete y bala.
En mayo de ese año, en el tercer aniversario del inicio de su insurrección, Sendero lanzó una fuerte ofensiva en todo Ayacucho, incluso en la ciudad de Huamanga. Ataques intensos que sirvieron fundamentalmente como preparación y distracción de su objetivo central: la represalia devastadora contra Sacsamarca. No solo una masacre como la de Lucanamarca sino el aniquilamiento del pueblo.
A diferencia de Huancasancos, Sacsamarca no tenía presencia de las fuerzas de seguridad del Estado. Ni policía ni militares, nada. La capacidad de defensa de la población, con unas pocas armas de caza y aquellas otras que el bello castellano andino conoció en esos años como las “armas elementarias” (en nada mejores que las que definieron las olvidadas guerras del neolítico), era totalmente insuficiente frente a la limitada pero efectiva capacidad de fuego que tenía entonces Sendero.
El 20 de mayo de 1983, una Land Rover Santana, con un mayor de la Policía (entonces Guardia Civil) y una escolta de 4 sinchis, llegó a Sacsamarca en una visita de inspección. Los lugareños, que sabían el gran peligro que los amenazaba e intuían su inminencia, vieron esa llegada como un rayo de esperanza en medio de su angustia.
El jefe del pequeño grupo de policías era el entonces mayor GC Fernando Muñoz. Era un oficial flaco, inteligente, afable en todo menos en la disciplina y el cumplimiento de las reglas. No por formalista sino porque creía que solo así se podía cumplir la misión de servicio a la gente por la que se había hecho policía.
Ese día, al llegar a Sacsamarca, pensó en quedarse unas horas antes de proseguir una ruta que – viendo ya los bloqueos de carreteras, escuchando por la radio las noticias de ataques senderistas–, sabía que iba a ser azarosa.
Los sacsamarquinos insistieron en que se quedara, le refirieron lo que había pasado y el tremendo peligro que se cernía sobre ellos. Muñoz aceptó pernoctar ahí, decidido a proseguir el viaje el día siguiente.
Pero en la mañana del 21 de mayo, un hombre casi desnudo, herido y golpeado, llegó a Sacsamarca. Había logrado escapar durante la noche de los senderistas y llegaba, desfalleciente y desesperado, para alertar a todos que el contingente punitivo de Sendero ya estaba ahí, en las alturas que dominaban al pueblo, acampando en los corrales comunales, para atacar en la mañana para destruir a Sacsamarca ayudándose con la luz del día. No pudo contarlos, dijo, pero eran cientos.
Los sacsamarquinos rogaron a Muñoz que los acompañe en la defensa del pueblo y varios le instaron a subir a la altura y tratar sorprender a los senderistas. Muñoz comprendió el altísimo peligro que iba a enfrentar y la probabilidad de derrota y muerte. Y decidió atacar, con el pueblo, luego de enviar a uno de los policías a Huancasancos para traer refuerzos. Sin esperarlos, él, los sinchis a su lado y todo el que podía moverse y pelear en Sacsamarca, iniciaron lo que, para Muñoz y los otros policías, fue un ascenso rápido por una larga subida que los llevó más allá de los límites de la fatiga.
Tuvieron suerte y pudieron coronar la subida antes de que los senderistas empezaran a movilizarse. Llegaron a desplegarse un poco antes de ser advertidos por los atacantes y que reventaran los primeros disparos.
Ahí se inició una batalla que duró casi todo el día. Los senderistas superaban en número a los sacsamarquinos. Eran algunos cientos de atacantes. La mayoría era masa cautiva, tropa esclava con solo armas blancas. Pero el núcleo de la formación tenía cuadros senderistas armados con fusiles automáticos. Uno de ellos era un desertor de la Marina, que robó varios fusiles, algunos de los cuales entraron en acción en esa batalla.
El resultado del combate permaneció indeciso por un tiempo que, en medio del enfrentamiento, se hizo interminable. Muñoz fue herido en la frente, pero siguió combatiendo junto con los sinchis y el pueblo. Horas después, la llegada de refuerzos policiales rompió el equilibrio. La masa senderista se dio a la fuga en un sálvese quien pueda, pero los militantes mejor armados se retiraron en orden, perseguidos por pueblo y policías.
En los enfrentamientos cortos e intensos a lo largo de horas de persecución, murió el policía sinchi Telésforo Dueñas y casi todos los dirigentes senderistas que comandaron el ataque. Decenas de atacantes cayeron en la fuga y Sacsamarca sufrió una decena de muertos también.
Cuando terminaba de atardecer aterrizó un helicóptero de la FAP desde Ayacucho con órdenes de evacuar al “mayor herido”. En un áspero intercambio, que predijo varios otros similares en el futuro, Muñoz se negó a abandonar el campo de batalla, se quedó con su gente y regresó con ellos en la noche, descendiendo de la puna al pueblo, a velar sus muertos y amainar sus dolores.
Al día siguiente, serios y tristes, los policías, con Muñoz al mando, dejaron Sacsamarca. No hubo celebración por la victoria sino duelo por los caídos. Los sacsamarquinos los despidieron mientras subían de nuevo a la altura a enterrar los muertos. No lo sabían entonces, pero no solo habían vencido en la batalla sino que con esa victoria salvaron a su pueblo definitivamente.
La guerra interna siguió su curso luctuoso, Muñoz combatió luego con distinción en varias acciones, sobre todo en la selva, pero nunca volvió a Sacsamarca. Salió de la Policía como coronel el año dos mil y continuó trabajando en seguridad, esta vez privada.
El año 2003 yo escribí el relato de esa batalla, con apariencia de ficción (cambié el apellido de Muñoz por el de Ordóñez) pero con apego a los hechos. IDL lo publicó en una edición limitada, que se agotó pronto. Un par de ejemplares llegaron, sin embargo, a Sacsamarca.
Este año, una delegación de Sacsamarca me buscó en IDL para informarme que se preparaban a conmemorar los 35 años de la batalla que les permitió salvar la vida de la comarca y conquistar luego la paz. Me preguntaron si sabía el nombre del mayor y los policías que el destino les llevó ese día. Si ya había muerto, querían homenajearlo y si estaba vivo, invitarlo a volver a Sacsamarca.
Fernando Muñoz estaba, por supuesto, vivo. Pocas semanas después una delegación plena de Sacsamarca, en la que estaban varios combatientes, envejecidos pero orgullosos, de ese día, se reunió en IDL con quien para ellos siempre será “el mayor”.
Y este lunes 22 de mayo, “el mayor” retornó finalmente a Sacsamarca, a conmemorar ese día de dolor, de muerte y de salvación. En esas horas hubo ahí otro Lugar de la Memoria, donde todo un pueblo hizo saber la importancia del recuerdo preciso, de la fuerza de la verdad. En contra de los predicadores de la amnesia, Sacsamarca mantuvo su memoria, la hizo fortaleza, enseñanza, esfuerzo y gratitud.