6 de diciembre, 5:45 a.m. Plaza Constitución, Huancayo, región Junín. El rostro cubierto con una bandana por el frío, los ojos escrutando el entorno, los ciclistas parecen montoneros. Les aguarda una larguísima jornada hoy: Huancayo-Huanta, 220 km, y al día siguiente 42 km más, hasta la pampa de Ayacucho. Revisan los frenos, las ruedas, el estado de los cambios. El punto de embarque –lo quiso el destino– frente a un antiguo solar, adobe y quincha, sobre la calle Real. La placa recordatoria negra sobre el blanco cal de la fachada da cuenta del origen.
En esta casa nació el poeta de los polirritmos,
Juan Parra del Riego,
el 20 de diciembre de 1894.
Falleció en Montevideo, Uruguay,
el 21 de noviembre de 1925.
Homenaje de la Universidad Nacional del Centro al conmemorarse
los 50 años de su fallecimiento.
Huancayo, 21 de noviembre de 1975
Parra del Riego –tío materno de Doris Gibson, abuela de este cronista–, dejó literalmente un torbellino de poemas al morir a los 31 años. Exponente del futurismo, le entusiasmaban los aviones, las motocicletas, ¡y Gradín, jugador de futbol!
Y qué electricidades
Se me van por los alambres calientes de los nervios
Hasta el cerebro, caja de velocidades
Azules y negras y rojas de todos los sueños.
Escribió.
Y vuelvo en las ruedas
La vertiginosa cinta palpitante de las alamedas
–¡la fusilería de los focos rompe la iluminación!–
y me lanzo de un tiro de carrera al mar
Y otra vez me escapo por los bulevares.
Ha llegado la hora de partir. Royner, Caroline, Romina, Erik unen sus manos, suerte. La primera etapa, 30 km hasta Cachipampa, a 4136 msnm. En la puna, llueve. El asfalto está empapado. Las bicicletas dibujan una estela a su paso. El pelotón se reencontrará con el curso del río Mantaro que se precipita desde los 4000 msnm hasta los 3200 msnm en dos vueltas de tuerca al otro lado de la montaña. La caída de aguas es de tal magnitud que, primero un sabio, Santiago Antúnez de Mayolo, y después un visionario, Alfonso Rizo Patrón, propusieron construir una hidroeléctrica en el lugar, la CH Mantaro (1008 MW), la más potente del Perú, inaugurada durante la dictadura de Juan Velasco Alvarado, en 1973.
El serpentín de la muerte
Navarro se dispara. Baumann le pisa rueda. John Cunto –entrenador del equipo de ciclismo huanca Antarkis– a aquel. Las dos damas toman el curso de la Historia con más cautela. La carretera Huancayo-Ayacucho corre por la ladera oriental prendida de las uñas a la cordillera. A duras penas tiene el ancho de un carril, siendo la vía de doble sentido. Las curvas ciegas, a falta de señales de tránsito, están erizadas de cruces. Hay imbéciles y manejan. El trío desciende al profundo cañón con movimientos ágiles y sincrónicos. La ciclocomputadora Wahoo registrará velocidades pico de 72.5 km/hora.
– La técnica en bajada busca entrar a la curva lo más abierto posible, dirigirse al ápex de la parábola, y salir lo más abierto posible. Eso hace que el trazado sea más recto y no tengas que frenar tanto, explica Baumann.
Royner Navarro conoce el camino como la palma de su mano. Vive en Huanta y antes de la pandemia pedaleaba hasta Huancayo. De puerta a puerta: 208 km. Es más fuerte que un toro. En los Juegos Panamericanos de México 2019, clasificó al Perú para las Olimpiadas Tokio 2020; superó en el último dramático kilómetro al mexicano dueño de casa para conquistar el bronce. Fue la primera hazaña clasificatoria olímpica del ciclismo peruano en 38 años. Navarro tiene además un sexto sentido para intuir la presencia de vehículos motorizados que ruedan en dirección contraria. A la altura del puente de Izcuchaca –frente a una pequeña e inverosímil panadería–, frena en seco.
– ¡Los bollos de calabaza más ricos del mundo!, le revienta cohetes a la panadera.
Estaba en lo cierto.
El puente de Izcuchaca
El puente de Izcuchaca es paso obligado entre Junín, Huancavelica y Ayacucho. Lo es y siempre lo ha sido. Fue construido en tiempos coloniales sobre cimientos incas. Hace cuántos siglos, nadie lo sabe. Lo cierto es que el coloso de piedra sobre el gran río Mantaro es un cruce de caminos estratégico desde tiempos inmemoriales. El control del paso a desnivel se ha ido alternando entre angaraes, incas, españoles, patriotas, chilenos, senderistas, sinchis –por más o menos tiempo– en el curso de su vida. Una fortificación o barbacana para defender el paso corta el puente colonial en dos mitades. A esta orilla, Huancavelica. En la opuesta, Junín. Allá, Huancayo. Acullá, Ayacucho. Quien lo cruza se interna en territorio quechua hasta el húmero.
A inicios de la guerra de la independencia, en enero de 1821, el general Álvarez de Arenales saludó que «las partidas de Aldao se hubieran posesionado del puente de Izcuchaca, donde los indios con galgas y hondas, colocadas en las dos alturas del estrecho, podían obrar sin riesgo», según consta en el tomo 5 de la Colección Documental de la Independencia del Perú, dedicado a las guerrillas y montoneros. Pero los patriotas pronto perdieron el control del puente. El 7 de febrero del mismo año, según la misma fuente, un informe de inteligencia dio cuenta a Francisco de Paula Otero de que «Carratalá [militar español] ha puesto de guarnición ochenta hombres y dos cañones abocados al puente».
El cañón del Mantaro es la bisagra entre el norte y el sur del Perú; infierno o fortín, según la puntería de las galgas. A 120 km de distancia del puente de Izcuchaca, el pueblo de Mayocc es la puerta de acceso al estratégico desfiladero por el Sur. Un objetivo militar prioritario. Siempre según el tomo 5 de la Colección, Otero supo que en la «batalla de Mayoc» hubo «guerrilla de 12 horas» sostenida por «38 hombres, derrotando al enemigo realista». Como prueba irrefutable del acontecimiento ocurrido el 25 de enero de 1821, el informante envió la cabeza del comandante realista Remigio Belis a Otero, quien acusó la recepción del «macabro y bárbaro trofeo» en comunicación con el Libertador San Martín, el 27 del mismo mes.
Los ciclistas mantienen la cabeza fría: el vertiginoso descenso exige la máxima concentración. Hay segmentos enteros de la cordillera que parecen formados en una primera cocción geológica, robusta piel de dinosaurio erosionada por huaicos monumentales.
Tardan seis horas, desde Huancayo, para alcanzar el pueblo de Mayocc (ahora se lo escribe con doble “c”), sobre la margen izquierda del río Mantaro. Navarro es también “caserito” de la bodega local. El campeón está fresco como una lechuga; Baumann está exhausto; Cunto está molido. El trío se nutre de plátanos, azúcares, bebidas hidratantes. El río Mantaro desciende tumultuoso y marrón rumbo a la selva. Es diciembre y hace calor sobre el mediodía. Las mujeres se reincorporan a la odisea. Quedan 40 km de recorrido para llegar a la ciudad de Huanta (2628 msnm).
– “¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia”.
¿Quién os arenga, ciclistas?
Se emprende la marcha con renovado espíritu. Una tropilla de ciclistas amigos les da el encuentro en el puente más próximo. A solo 83 km de distancia de Mayocc se ubica la pampa de Ayacucho (3396 msnm), donde el virrey José de La Serna fue derrotado sin atenuantes, el 9 de diciembre de 1824.
Por la misma garganta del Mantaro marchó el general José de Canterac a la cabeza de unos 9 mil soldados tras la derrota en Junín, “con una precipitación que nadie acertaba a explicar”, criticó el teniente coronel español Andrés García Camba, en agosto de 1824, en sus Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú. Y, pisándole los talones, Simón Bolívar, Antonio José de Sucre y otros más del panteón de próceres de la independencia, con un ejército de unos 10 mil soldados, confiados y ávidos de más sangre tras el impresionante triunfo en la meseta de Bombón. Durante los siguientes tres meses los ejércitos enemigos jugarían una letal partida de ajedrez en un vasto territorio, midiendo sus fuerzas, intentando sorprender al contrario, esperando refuerzos, hasta el jaque mate en la pampa de Ayacucho, el 9 de diciembre.
– “Pero los realistas no tienen alas como los cóndores”, expresó su frustración García Camba sobre las marchas y contramarchas de su ejército en esa última etapa de la guerra de la independencia, en un «terreno asombrosamente quebrado […] cruzado de varios ríos y entre los cuales el Apurímac, el Abancay y el Pampas».
Los expedicionarios pernoctan la última noche en Huanta, en casa de los Bustíos, hijos del corresponsal de Caretas asesinado por una patrulla de militares en 1988, en plena época del terrorismo. Llora la cuerda en manos de Hugo hijo, primera guitarra de Lucía de la Cruz cuando vivía en Lima.
La pampa de Ayacucho
El historiador Nelson Pereyra Chávez, docente en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, tiene voz de barítono y la tez muy blanca, casi espectral. Explica en el escenario de la batalla de Ayacucho el desplazamiento de los batallones y divisiones realistas y patriotas esa tensa mañana, el dedo índice disparando a diestra y siniestra; el fracaso de la ofensiva realista por el flanco izquierdo patriota; la avasalladora carga de los Húsares de Junín por el centro; el relato confirmado de que el general Gerónimo Valdés, postrado ante la certeza de la derrota de las armas españolas, rindió su espada y esperó la muerte –si no fuera porque un piquete de oficiales lo rescató a viva fuerza.
Los partes de guerra dan cuenta del fallecimiento en el campo de batalla de 2200 soldados –1800 realistas y 340 patriotas– otra carnicería en cuestión de tres horas. Ruedan lágrimas. El equipo de la Ruta del BICIntenario está emocionado, hasta Royner Navarro se muestra desafiante tras cumplir la hazaña deportiva de unir el puerto de Huaura con Ayacucho en bicicleta.
–¡Se reían y aquí estamos! A los ayacuchanos nos dicen terrucos y narcotraficantes. Yo he querido participar en la Ruta del BICIntenario porque quiero transmitir la energía de que estamos hechos de otra madera, declara el ciclista ante la prensa local, donde es considerado un verdadero ídolo.
Navarro se expresa con señorío provinciano, calmo y respetuoso, con una punta de humor británico.
El cerro Condorcunca, último bastión de la tenaz resistencia de la Corona de España por controlar estos territorios, se alza oscuro e imponente al final de la llanura iluminada. La tierra en ese extremo del campo de batalla es curiosamente de color rojo sangre. El santuario es custodiado también por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNAMP). El servicio de guardaparques tiene clasificado unas 300 variedades de plantas, entre pastos, flores (11 variedades de orquídeas), gramíneas, líquenes muy distintos a los de Junín, región de las nubes.
El paso del tiempo por esas montañas, color hueso, cargadas de historia, está lleno de interrogantes. Alzando la mirada, en línea recta, sobre un mismo eje, se ubica la cueva de Pikimachay –donde se encontraron los restos humanos más antiguos del Perú–; el impresionante yacimiento arqueológico de Huari; y el campo de batalla que selló la libertad de América. Más de diez mil años compactados en tan solo 10 kilómetros.
Algo tiene Ayacucho por el carácter de sus habitantes y su ubicación geográfica en el Ande que la Historia teje, hilvana y se enreda, para bien o para mal. Muchos de los nombres de las comunidades atravesadas por los ciclistas –saludados alegremente por los pobladores y chiquillos vivaces– aparecen en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que hizo un pormenorizado recuento de los años del espanto de Sendero Luminoso hace solo 40 años.
No cantar victoria
La Ruta del BICIntenario ha sido tan desafiante y accidentada como la historia peruana. Los ciclistas han pedaleado 742 km desde el puerto de Huaura hasta la pampa de Ayacucho, y escalado 12,010 metros de altura, el equivalente a un monte Everest y medio, en apenas 6 días. Los patriotas a inicios del siglo XIX escalaron eso y mucho más por un ideal: ¡libertad! La guerra de la emancipación fue sangrienta y en términos tecnológicos arcaica: aún no se había inventado el telégrafo, ni siquiera la bicicleta. Simón Bolívar –en Lima– se enteró del triunfo en Ayacucho recién el 19 de diciembre, diez días después. El edecán Manuel Molina, rumbo a la capital con la gran noticia, fue asesinado en el puente de Izcuchaca. Los realistas se quedaron con el parte de guerra y con la histórica Capitulación de Ayacucho que dio por finalizados 300 años de régimen colonial, recuerda Pereyra.
La guerra se prolongará más años de lo que la historia oficial parece dispuesta a admitir. Si algo se aprende es que es muy arriesgado cantar victoria. Nueve de los oficiales y suboficiales del Ejército Unido Libertador que lucharon en la batalla de Ayacucho serían presidentes del Perú, disputándose el poder en múltiples guerras civiles en los 50 primeros años de nuestra República, aunque algunos por periodos tan fulminantes como los del presente: José de La Mar; Agustín Gamarra; Felipe Santiago Salaverry; Manuel Ignacio de Vivanco; Ramón Castilla; Miguel de San Román; Juan Antonio Pezet; Pedro Pablo Bermúdez y Domingo Nieto.
Uno de estos caudillos militares, Castilla, de pie sobre un alto pedestal otea el horizonte en la plaza Constitución de Huancayo, sin descuidar su espalda. En 1854, Castilla abolió la esclavitud en ese lugar. Dos años más tarde promulgaría una nueva Constitución –esta vez liberal–, la sexta desde que se creó la República del Perú. La Carta Magna fue derogada apenas un año después: en Arequipa, Vivanco –otro veterano de Ayacucho– se alzó en armas, y estalló una nueva y sangrienta guerra civil. Hay quienes atribuyen nuestra azarosa historia política al nacimiento tumultuoso de la República, a una tara consuetudinaria, a un pulso atávico, a una torpe vocación de siempre tropezar con la misma piedra.
Valores republicanos
Así las cosas, las palabras de José Faustino Sánchez Carrión, el Solitario de Sayán, ya citadas en la primera entrega de esta serie, hoy son tan vigentes como en los años aurorales de nuestra independencia.
– “Los peruanos debemos amar y respetar a nuestras instituciones y nuestras leyes. Debemos ser austeros y moderados, solo así seremos libres”.
En la plaza de armas de Huanta, Navarro es recibido por sus padres –Esther, comerciante en Huanta; Andrés, agricultor en Santa Rosa, provincia de La Mar, el VRAEM–, luego de remontar los Andes en bicicleta.
La pareja acoge al hijo con dos rosas: una blanca, la otra roja.
Royner obsequia una rosa a Romina.
Se aman y conspiran.
El autor expresa reconocimientos y agradecimientos en la siguiente página: rutadelbicintenario.wordpress.com