El abordaje
La lancha de asalto llega a toda velocidad a la draga. En el último momento, el maquinista vira, se pone en paralelo a esta, corta máquina y en una sola maniobra frena la lancha y la acodera.
Los primeros FOES ya han saltado y mientras uno de ellos afirma la lancha y la amarra a la cubierta inferior de la draga, los otros se despliegan rápidamente por la embarcación, con rapidez y control a la vez. Armas aprestadas en una veloz y casi silenciosa coreografía de combate.
He saltado tras ellos y los sigo, veo que no tengo el ángulo abierto que necesito para abarcar el conjunto con la cámara, avanzo hacia un costado y observo entonces que la draga ya ha sido tomada y asegurada.
Una a una bajan las cinco personas que la ocupaban. No hay ningún intento de resistencia y las órdenes severas y terminantes son obedecidas sin discusión.
Las dos primeras personas son una pareja de brasileños: Emeraldo Rodrigues, de 39 años, y, me parece, su esposa. Dos hombres rubios, uno de ellos cubierto de tatuajes, bajan con rostro sombrío. La quinta persona es un peruano, Alexis Flores. Los marinos los hacen sentar juntos a todos, espalda contra espalda, mientras realizan, pistola en mano, la última revisión de los camarotes. Poco después comunican que está “todo limpio”, y entonces el oficial guardacostas, el teniente Burneo asume el control administrativo y lo pone a disposición del fiscal Cairo. Ambos empiezan a trabajar de inmediato en organizar las evidencias.
La draga resulta ser por dentro más grande y espaciosa de lo que se veía desde el río. La cubierta de arriba tiene varios camarotes, depósitos de herramientas, baño, cocina, comedor en la terraza. Hay tazas de café a medio consumir sobre la mesa y una hornilla encendida. Todo está muy bien organizado, clasificado y limpio.
Abajo está el corazón de esta procesadora flotante. Un motor masivo conectado a gruesas tuberías y, arriba, el objetivo de toda esa desmesura mecánica: el lugar donde se separa el oro del agua y la arena.
El fiscal Cairo y el teniente Burneo trabajan con organizada eficiencia, sacando y etiquetando muestras, apuntando lo necesario para llenar el acta fiscal. Luego, van a la mesa de la segunda cubierta y llaman a Rodrigues, el patrón de la nave, “¿Esto es de ustedes?”, le preguntan.
Son dos botellas pequeñas, llenas algo más de la mitad con un líquido blanco y transparente. El teniente Burneo me invita a levantar una de ellas. Pesa como un ladrillo. “Es por la densidad del mercurio”, explica Burneo.
¿Conoce el tremendo potencial contaminante de toda esa cantidad de mercurio?, pregunta Burneo a Rodrigues. Este no contesta directamente, pero dice y repite que ellos tienen todos los permisos en regla para operar.
Las paredes de la cubierta superior están llenas de papeles enmarcados. Permiso tras permiso de operación. Pero todos son de autoridades bolivianas.
“¡En el Perú solo valen las leyes peruanas!”, dice cortante el teniente Burneo, mientras el fiscal Cairo se prepara a iniciar la parte final de su diligencia.
Entre tanto, los dos explosivistas del FOES examinan dónde colocar las cargas de C4 para poder destruir sin peligro y hundir esta draga enorme.
Bajo y pregunto su nombre a los dos gringos, tensos y silenciosos. Uno es británico, Dominick Goodby; y el otro australiano, Darren Palme. Dicen haber llegado la noche anterior, que son turistas y que su objetivo inmediato era llegar a Puerto Maldonado.
El peruano, Alexis Flores, mira al suelo y mueve la cabeza con la inconfundible expresión chasumá del estoicismo criollo. Ya se ha dado cuenta, como todos los demás, que la draga se va a hundir envuelta en llamas.
– ¿Qué los hizo pensar – le pregunto– que la bandera y los permisos bolivianos les iban a servir para operar en el Perú?
– Estamos en Bolivia … – me dice despacio, marcando las palabras.
– Cómo va a ser –repongo– los marinos tienen GPS y han estado en comunicación todo el tiempo… no puede ser.
– Estamos en Bolivia…– insiste Flores, con acento de fatigada certidumbre.
– Habrá que ver las coordenadas –le respondo– las coordenadas no mienten. Ahora le digo…
Encuentro al comandante Hinojosa en laboriosa comunicación con la base de Puerto Maldonado a través de su teléfono satelital. Latitud y longitud: grados, minutos y segundos.
– Sí señor… ¿cómo dice? –silencio breve–… ya veo. ¿Señor? ¿Cómo podía saberlo si salí sin carta de navegación? Sabían dónde acoderamos para pernoctar y me ordenaron navegar una hora más antes de dar la vuelta. Y ni siquiera hice una hora. … Sí, sí, claro. ¿Sí, almirante? Es que me dijeron que el helo [helicóptero] nos iba a vectorear [dirigir desde el aire] para que con la otra lancha ubiquemos a la draga. El helo no salió y nos ordenaron seguir navegando hasta que anocheció y tuvimos que acoderar para pasar la noche… Sí, señor, esta mañana me indicaron que navegue una hora más antes de dar la vuelta para encontrar a la lancha del teniente Wilder Rosales. Sí, sí, entendido, señor… comprendido, almirante.
(Periodista describe el momento en el que los marinos se percatan que han operado y están dentro del territorio boliviano).
Hinojosa entrega serenamente el satelital al radioperador.
– ¿Me equivoco o parece que hemos invadido Bolivia?– le digo.
Hinojosa asiente, mientras llama a dos subalternos.
– Y de repente las autoridades bolivianas no nos lo agradecen mucho …
En ese momento, la comunicación implícita de grupo que ha operado varios años juntos ya ha hecho que todos los veteranos FOES se den cuenta de lo que ha pasado.
Hinojosa habla con el fiscal y con el teniente Burneo. Estamos definitivamente en territorio boliviano, indica. Hay que regresar de inmediato. La operación es abortada, pocos minutos antes de lo que hubiera sido el hundimiento de la draga.
Los oficiales de la Marina se disculpan ante Rodrigues con brevedad y cortesía, mientras las muestras regresan a sus recipientes originales y se le devuelve las botellas de mercurio.
No hay problema, dice el capitán de la draga, convirtiendo el alivio en cordialidad. “¿No quieren un café antes de irse?”.
Navegamos a velocidad río arriba por aguas que ahora sabemos bolivianas. El teléfono satelital, antes silencioso y poco comunicativo, no para de timbrar, e Hinojosa debe atenderlo, volver a explicar, mirar cada minuto el GPS e indicar dónde estamos. Los marinos están serenos pero parecen ligeramente preocupados.
A mí, confieso, la situación me parece de lo más divertida. Claro que pudieron haber acaecido desastres… si hubiera habido un tiroteo en la draga… si el teléfono satelital no hubiera funcionado por unos quince minutos más y se hubiese reventado y hundido la draga… ambos escenarios muy probables pero que, por la combinación de suerte y eficiencia profesional de los marinos y el fiscal, no llegó a suceder. Ahora todo lo que necesitamos, poco después de las ocho de la mañana, es cruzar la frontera sin toparnos con una lancha patrullera boliviana…
Diez minutos después, sobre un cerro pequeño junto a la ribera derecha vemos un edificio con la bandera boliviana. Poco más allá, una bandera minúscula sobre una construcción medio precaria, nos indica que estamos de nuevo en el Perú.
Unos kilómetros más arriba nos encontramos con la otra lancha FOES. Son el segundo pelotón de comandos navales que ha llegado desde Pucallpa, todos bajo las órdenes de Hinojosa. Los dirige el teniente Wilder Rosales. Ya se han enterado por la radio de lo que ha pasado y reciben entre risas a sus compañeros del pelotón “los espartanos”. Mientras desayunan juntos, Puerto Maldonado ordena apurar el regreso.
Salen las dos lanchas río arriba, atraviesan un frente de lluvia que nos empapa y en poco rato más arribamos a Puerto Maldonado y al final feliz de nuestra inadvertida y efímera invasión de Bolivia.
Precuela
Estuve entre los directores de medios convocados el viernes 18 al final de la tarde al despacho del ministro de Defensa, Jaime Thorne. Este informó de la decisión del gobierno de declarar fuera de la ley y destruir las dragas grandes y medianas que depredan Madre de Dios. La Fuerza Armada se iba a hacer cargo de las acciones de intervención y destrucción, que arrancaban el día siguiente en Puerto Maldonado con una operación de las tres armas a la que estábamos invitados a asistir y cubrir.
Hice mi mejor intento por convencer a Raúl Vargas, a Juan Paredes y hasta a Laura Puertas sobre las ventajas del ejercicio al aire libre, pero al día siguiente fui el único de ese grupo que se embarcó con Thorne, los ministros del Interior, Miguel Hidalgo; del Ambiente, Antonio Brack; el jefe del comando conjunto, general EP Luis Howell, los comandantes generales de la FAP, general Carlos Samamé y de la Marina, almirante Jorge De la Puente; y el jefe de Estado Mayor del Ejército, general Carlos Miranda. Iba también un nutrido grupo de periodistas batalladores de los varios medios, desde respetadísimos veteranos como Óscar Medrano y Virgilio Grajeda hasta jóvenes que no habían dejado los pañales cuando Medrano y Grajeda ya cubrían nuestra historia.
El centro de comando y control de la operación se montó en la base aérea de Puerto Maldonado, bajo la dirección del vicealmirante AP Carlos Tejada. Y aunque el secreto operativo no sobrevivió a la reunión del viernes en el ministerio de Defensa, en los hechos, la sorpresa parece haber sido suficiente para la fuerza de tarea.
Las operaciones empezaron a media mañana del sábado, con el objetivo de tomar y destruir una docena de dragas medianas. Hacia el domingo, sin embargo, ya eran diecinueve las dragas incendiadas y hundidas.
Hasta pasado el mediodía del sábado, los periodistas sobrevolamos las operaciones en helicópteros de la Fuerza Armada. En el que me tocó, vi a las lanchas de asalto de los marinos aproximándose a un par de dragas y luego, desde la distancia del aire, las lanchas acoderadas al lado de las dragas luego del abordaje y antes del hundimiento o incendio de estas.
Por la tarde, me dijeron que unas lanchas que acababan de concluir sus misiones, iban a salir en persecución de una draga grande que había sido avistada cuando la remolcaban río abajo. Pedí acompañar a los marinos y me permitieron hacerlo.
Llegué poco antes de las cuatro de la tarde a la Capitanía de Puerto en Puerto Maldonado y bajé hacia el rústico embarcadero. Ahí encontré a los FOES al mando del comandante Hinojosa, junto con el fiscal Cairo, en pie operativo desde las cuatro de la mañana.
En lugar de salir de inmediato, pasamos más de una hora esperando, me parece, la carta de navegación del sector en el que las dos lanchas iban a operar. Al final, poco después de las cinco de la tarde, salimos sin la carta. Le habían indicado a Hinojosa que un helicóptero iba a sobrevolar su área, para ubicar a la draga y vectorizar las lanchas.
Al final, el helicóptero nunca sobrevoló ni voló ni hizo contacto e Hinojosa recibió instrucciones de seguir navegando río abajo. Luego de las seis de la tarde, al caer la noche, se le ordenó empezar el camino de regreso, pero minutos después Hinojosa ordenó acoderar por el peligro que significaba navegar en la oscuridad.
Desembarcamos junto a un rancho apartado y muy rústico, donde encontramos solo a Guillermo Begazo, de 85 años, cuyo terror inicial al ver aparecer tanta gente armada se convirtió en alivio al saber que ellos significaban compañía y protección. Parte del contingente durmió en la lancha y parte en el rancho de Begazo.
Al romper el alba del día siguiente, el contingente ya estaba preparado para reasumir operaciones. Entonces Hinojosa recibió la orden de seguir río abajo, cosa que llevó al contingente a la involuntaria y efímera invasión a Bolivia.
El grupo FOES que acompañé resultó remarcable. No representan la imagen que muchos tendrían de un contingente de fuerzas especiales. Para empezar, varios de estos guerreros profesionales son mayores, de más de treinta años. Uno de ellos bordeaba la cincuentena. Son gente más bien reposada y cargada de experiencia. La relación de los oficiales de mar (el equivalente de suboficiales) con los oficiales, es disciplinada pero mucho más horizontal que la que he visto en otras fuerzas.
En el momento de entrar en acción, sin embargo, la eficiencia personal y de grupo fue notable. Sin movimientos desperdiciados, la sincronizada y decisiva acción de la unidad se tradujo en una gran velocidad, eficacia y control en la ejecución.
Todo ese grupo bajo el mando general de Hinojosa, que operó en dos lanchas, están basados en Pucallpa y se llaman a sí mismos, “los espartanos”. Después de este domingo, por lo menos una mitad podría llamarse también “los bolivianos”.
Galería de fotos del operativo
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