Las declaraciones de los colaboradores eficaces vienen siendo decisivas en el Perú desde hace mucho tiempo. Lo fueron frente a la corrupción de los 90 -base de las reflexiones generales de esta nota- y se ha visto no hace mucho en relación a la vacancia del expresidente Vizcarra. Pero más allá de su carácter de prueba contra otros, como se trata de personas que se están “sincerando”, nos pueden ayudar a hurgar sobre cuándo alguien decide pasar la raya que separa lo lícito de lo prohibido, o si quien lo hace es o no consciente del salto y hasta sobre si llega a ponderar beneficios frente a riesgos. O hasta para identificar cuál es el punto de inflexión que lleva a alguien a estar dispuesto a “echar” (acusar) a sus amigos-cómplices como tabla de salvación.
Preguntas que -salvando las diferencias- se podrían hacer hoy a los cientos de vacunados a escondidas, perdidos en el laberinto de sus insólitas explicaciones. Grupo frente al que se abre también la posibilidad de la colaboración eficaz, una nueva tentación muy seductora, que puede verse como una cuestión – si bien no literalmente, como en el caso de la vacuna- de “vida o muerte”.
–¿Por qué teniendo tanta plata, como dueño de un canal de TV, se arriesgó a ir preso al cometer un delito?, pregunta un fiscal a alguien que había solicitado acogerse a la colaboración eficaz en el año 2001.
–Es que hoy en día hay que tener mucho más dinero que antes, porque, por ejemplo, ya no basta viajar en primera, sino tiene que ser en vuelos privados; ya no es suficiente hoteles de cinco estrellas, sino hay que ir a los que suelen frecuentar personas famosas.
El fiscal no supo si exageró o no cuando le dijo la descomunal cifra en que calculaba su presupuesto mensual.
–¿Y no le daba miedo terminar en la cárcel, como está ahora?”
–En ese momento nadie pensaba en esa posibilidad. Si todos estaban metidos: presidente, el doctor, ministros, congresistas, empresarios, jueces, fiscales periodistas. Y todo estaba controlado, y por eso se venia la siguiente reelección.
Hace unos años realicé una tesis de Maestría sobre los personajes y motivos de la colaboración eficaz después de la caída de Fujimori y Montesinos; y también sobre las dinámicas de la delación. Revisé colaboraciones sobre compra de armas, uso de fondos del SIN para la reelección, diarios chicha, irregularidades en la Caja de Pensiones Militar-Policial, el grupo Colina…
Hice también entrevistas a fiscales, jueces, procuradores y abogados que intervinieron en dichos procesos. Y en ocasiones incorporé preguntas con el fin de acceder a las indagaciones que ellos pudieran haber hecho sobre aspectos que no fueran estrictamente jurídicos, o a percepciones más personales sobre los colaboradores que habían tenido frente a frente . Lo sorprendente fue que, pese al carácter subjetivo de este tipo de preguntas y a la diversidad de entrevistados en cuanto a funciones, las respuestas fueron muy homogéneas, tal como se apreciará en esta nota.
Son preguntas y respuestas que sirven por eso para entender mejor cómo razonan y actúan los colaboradores y cómo funcionan los procesos de colaboración, incluidos los actuales.
“¿Sabían que estaban cometiendo un delito, o pensaban [como se solía decir en esa época, al igual que ahora] que eran consideradas “practicas inevitables”, y , por tanto, a las que recurría “todo el mundo”, o que se justificaban por determinadas “circunstancias excepcionales”? “¿Creían, por ejemplo, que no había otra forma de vender al Estado que pagando ‘coimas’ ; o que las irregularidades en las licitaciones en torno a las armas se justificaban –por ejemplo– en el conflicto con el Ecuador; o los asesinatos del grupo Colina en el enfrentamiento contra Sendero Luminoso?
Todos los entrevistados , incluidos varios abogados de parte, contestaron que ellos, los colaboradores, sabían perfectamente que estaban incurriendo en un delito.
Una jueza llegó a decir que estaba segura que por lo menos en algún momento -si no en varios- todos hacían una comparación entre costos (sanción y consecuencias) y beneficios (plata y poder), pero que los segundos eran tan altos, que eclipsaban a los primeros.
Más aún si, como dijo el mencionado dueño de un canal de TV, en ese momento nadie pensaba -otro comentario coincidente- que llegaría a estar en el “banquillo de los acusados”, sea por la omnipotencia que sentían o por la tradición nacional de impunidad.
Es por eso que al comienzo los sospechosos ni acudían a las citaciones, o eran sumamente displicentes, recordaron muchos.
–Montesinos y los generales no querían ni ponerse de pie cuando entrábamos los jueces y exigían que los llamáramos doctor y general por la presunción de inocencia; una vez hasta tuve que decirle a un empresario que mi despacho no era un restaurante, por la manera prepotente en que constantemente pedía que le llenaran el vaso de agua –contó uno de los magistrados–. Costó mucho que se convencieran que iba en serio.
Y para ello -según todos- contribuyeron mucho las primeras colaboraciones.
–Qué más prueba de que sabían que estaban cometiendo un delito que –precisó uno de los fiscales que más casos de colaboración llevó en esos años– que la mayoría trataba de generar y conservar medios probatorios que involucraran a otros, cuando lo lógico era no dejar ningún rastro.
Montesinos hacía contratos para todo, hasta dejando constancia de compras simuladas. Hubo un miembro del grupo Colina que presentó cerca de 400 documentos y fotografías. Los funcionarios públicos guardaron y presentaron muchos memorandos con directivas ilegales.
A los entrevistados tampoco les convencía la justificación de las circunstancias excepcionales.
–Las compras de armas durante el conflicto con el Ecuador no solo fueron ilícitas sino que provocaron la adquisición de material obsoleto; los Colina asesinaron varias veces cual sicarios haciendo trabajos particulares, por lo que la “la defensa de la patria” era tan solo una coartada, resumió un fiscal lo dicho por varios.
¿Cuál es la principal motivación de los colaboradores para confesar y dar información sobre otros? ¿Arrepentimiento, conveniencia, vergüenza, todo lo anterior?
Respuesta única y categórica: conveniencia, nada de arrepentimiento o vergüenza.
El desagregado de la conveniencia también fue homogéneo: en primer lugar, evitar al máximo la cárcel; en segundo lugar, pero casi a la par, salvar el máximo de plata; y, por ultimo, proteger a sus familiares directos, involucrados por ellos mismos con o sin su consentimiento. Varias anécdotas dieron cuenta de colaboradores que estaban dispuestos a no firmar e ir muchos años a la cárcel, si no se les aceptaba conservar unos millones de dólares de los muchos que lograría recuperar las autoridades peruana producto de las cuentas que solo el colaborador podría revelar.
Rematé el cuestionario con varias preguntas clásicas: “¿Cómo creerles, entonces, si son delincuentes que actúan por conveniencia?”
Acá la coincidencia estuvo en explicar que quien decide someterse a la colaboración eficaz lo piensa muy bien, porque sabe que si no lo consigue está en serios problemas: ya en los hechos confesó, tiene a sus poderosos ex cómplices de enemigos, pierde todo tipo de protección y de ayuda. Es por eso que acuden sabiendo qué van a decir y generalmente cómo lo pueden probar.
Un antiguo procurador relató que Ana Cecilia Magallanes, una súper exfiscal, ya fallecida, decía que “todo colaborador tiene su pan bajo brazo, y que solo era un problema de tiempo y de darle seguridad para que lo pusiera sobre la mesa”. Por eso es que el principal temor de los colaboradores –explicó un abogado de varios de ellos– es ser traicionado por las autoridades, es decir, que suelten la información y las pruebas, y no se obtengan los beneficios. De ahí la importancia -coincidieron los fiscales- de “generar un clima de confianza, a través de métodos y plazos flexibles».
Pero, entonces, “¿tienen razón quienes dicen que la colaboración eficaz es muy favorable para los grandes delincuentes, ya que delinquen sabiendo que en cualquier caso dicha figura será su “tabla de salvación?”.
Al respecto casi todos los entrevistados coincidieron en los siguientes puntos: cuando eres parte de una organización delictiva -tal como se ha dicho- estás seguro que no vas a ser descubierto y menos sancionado; se acogen a la colaboración eficaz luego de agotar todas las otras alternativas, desde la defensa legal por todo lo alto hasta la fuga; si prosperará o no una colaboración es algo incierto, y quienes lo deciden son los jueces y fiscales, los que, además, la pueden revocar; generalmente el colaborador sí estará algunos años en la cárcel, ya que lo habitual es la reducción de pena y no la exención, y siempre se tiene que pagar una reparación. Es decir, la colaboración eficaz está muy lejos de ser un seguro de impunidad para los delincuentes.
¿No es inmoral y reñido con los valores del estado de derecho premiar a quienes no solo han delinquido sino que han promovido el delito como forma de vida?
Todos los fiscales y jueces reconocieron que sintieron mucho desagrado cuando decidieron conceder beneficios a gente de lo peor, pero también manifestaron -sin excepción alguna- no arrepentirse, pues estaban seguros que en ese tipo de delitos (crimen organizado para corrupción, narcotráfico, trata, terrorismo, etc. ), si no hay información desde adentro, producto de la delación entre cómplices, no se llega a nada. En el caso de los abogados de los colaboradores es elocuente que muchos negaban hasta el hecho de haber participado en los procesos, pese a que sus nombres y firmas constaban en los expedientes.
Estos comentarios son como un “sinceramiento “de las premisas de toda colaboración eficaz: si se la solicita es porque uno mismo se reconoce como culpable, y de hecho lo es. Y si lo hace es por su propia conveniencia y porque no tiene otra salida. Pero a la vez sabe que desde que dio el primer paso asumió muchos riesgos, y que si no hace los suficientes méritos, dando muy buena información y pruebas, no logrará un acuerdo con las autoridades, empeorando gravemente su situación.
La colaboración eficaz (o delación premiada) es un mecanismo que no carece de ambigüedades y peligros. Pero si es bien manejado se convierte en un arma de gran eficacia contra el crimen organizado, como lo demuestra la experiencia del Perú y de otros países en la lucha anti-mafia.