Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2270 de la revista ‘Caretas’.
Como muchos otros, yo me hice periodista por la literatura, porque quería dedicar mi vida a escribir y no había mejor forma de hacerlo que el periodismo. Escribir significaba para mí relatar, anhelando aquel rapto de la conciencia que solo la narrativa puede lograr, cuando se logra; al lado de la cual, por brillante que sea, empalidece el razonamiento más afilado o luminoso.
En las novelas que definieron nuestra imaginación, nuestra sensibilidad y en gran medida nuestra vida, los argumentos son casi siempre sorprendentes, las coincidencias de fortuna o infortunio son intensas y la pugna entre los personajes y el destino, fuerte pero quizá vencible, se mantiene trepidante e inesperada, hasta el desenlace.
El reportaje me hizo ver que hay hilos narrativos en la vida de la gente que con frecuencia resultan sorprendentes y complejos. El periodista debe aprender a leerlos, aunque sean implícitos y sutiles, si quiere ser en verdad objetivo. Uno busca la verdad de los hechos y la imaginación resulta con frecuencia la mejor forma de encontrarlos.
He pensado en eso mientras hacía el reportaje sobre el caso Ziv, publicado el martes 12 y el miércoles 13 en IDL-Reporteros (http://reporteros.pe). El caso hace seguir a un elenco notable y heterogéneo de personajes asumiendo papeles por momentos extraños, en coincidencias sorprendentes.
Seguir las andanzas del general Israel Ziv en América Latina a través de los wikicables (los cables de las embajadas de Estados Unidos hechos públicos en Wikileaks) resulta un apasionante relato epistolar. Audaz, dinámico, atropellador y bien conectado, Ziv se ha metido dentro del área de influencia de los gringos antes de que estos hayan atinado a reaccionar, y los cables de las diferentes embajadas ilustran sobre las formas diversas de reacción ante diferentes circunstancias.
En Colombia, el cable que el embajador William Brownfield redactó en diciembre de 2009, describe la influencia de Ziv con un ánimo de evidente frustración. Después de haber gastado cientos de millones de dólares en el Plan Colombia, Brownfield relata el ascenso de quien para él parece ser un general advenedizo del Medio Oriente que logra una influencia predominante con la élite del área de Defensa: el entonces ministro Juan Manuel Santos y el jefe de las Fuerzas Armadas, general Freddy Padilla.
Las peyorativas opiniones sobre Ziv que intercambia con quien era el jefe de la Policía, general Óscar Naranjo, no hace sino revelar lo obvio: que los estadounidenses tenían un ascendiente mucho mayor con la Policía colombiana, pero más limitado de lo que quisieran con la Fuerza Armada y con el ministro de Defensa y luego Presidente.
Santos comparaba figurativamente al general Ziv con un “entrenador personal”, de los que lleva a su cliente a sacar el máximo provecho de las máquinas del gimnasio en el que entrena. En esa comparación, los estadounidenses, que proporcionaron el gimnasio y quisieran monopolizar el entrenamiento, deben ver frustrados cómo el Presidente usa las máquinas siguiendo los consejos de su ‘personal trainer’ y sin hacerles caso.
Pero uno lee a continuación el cable de la embajada de Estados Unidos en Panamá sobre el mismo tema, y descubre una reacción totalmente diferente ante la presencia de Ziv frente a los panameños.
El tipo de lenguaje y actitud que no se pensaría siquiera en usar en Colombia, es expresado sin eufemismos por la embajadora Barbara Stephenson ante interlocutores apocados, pese a que entre ellos está nada menos que el presidente de Panamá: Ricardo Martinelli.
En el cable, Stephenson relata una reunión “de seis horas” el 25 de noviembre de 2009 con el vicepresidente y canciller, Juan Carlos Varela; con el ministro de la Presidencia, Demetrio Papadimitriu, a quienes se suma luego el presidente Ricardo Martinelli. Stephenson estuvo acompañada por el encargado de negocios de la Embajada.
El almuerzo se llevó a cabo poco después de que el general Ziv llegara a Panamá en la búsqueda de otro país más con el que suscribir un contrato de seguridad.
Stephenson no perdió tiempo y, luego de “detallar los múltiples programas” de asistencia de seguridad de Estados Unidos a Panamá, les subrayó a sus interlocutores que “Panamá no necesita buscar un socio en asuntos de seguridad. Ya tiene uno”.
A continuación, Stephenson “expresó preocupación por las propuestas” de la compañía del general Ziv, “citando experiencias negativas en Colombia y la dificultad de trabajar [si hubiera] presencia israelí en los ministerios de Panamá”. La respuesta panameña fue la que Stephenson esperaba escuchar: el ministro Papadimitriu afirmó estar “conmocionado [shocked] por la conversación” y dispuesto a no permitir que “la influencia israelí dañe las relaciones entre Panamá y Estados Unidos”. El presidente Martinelli, a su turno, enfatizó que no quería “poner en peligro las relaciones con Estados Unidos” y que tampoco “deseaba cambiar amigos”.
En Lima no hubo, hasta donde se sabe, una reunión similar; y de hecho, cuando Stephenson tuvo la reunión con el presidente de Panamá, el contrato entre Global CST y el Comando Conjunto, que ahora denuncia la Contraloría, ya había sido firmado.
Aquí, como se ha revelado en IDL-Reporteros, el general Ziv fue presentado ante el comandante general del Ejército por el ex ministro Hernán Garrido Lecca. Este es, desde muchos puntos de vista, uno de los personajes más interesantes del gobierno de Alan García. Cuando trajo a Ziv a Lima, Garrido Lecca acababa de salir de la parte, para él, más incómoda del caso Petroaudios. Aunque todo indica que él había sido inicialmente el objetivo central de los chuponeadores, la facilidad técnica de interceptar conversaciones por línea fija había terminado con Rómulo León y Alberto Químper como los rostros emblemáticos de una nueva palabra para un viejo concepto: el faenón.
Garrido Lecca, mientras tanto, ya apartado del gobierno de García, trajo (o fue uno de quienes trajo) al general Ziv y su compañía Global CST a Perú.
Luego se fue a trabajar con Ziv y Global CST a Guinea.
La compañía de Ziv fue sancionada por el gobierno de Israel por su trabajo de entrenamiento militar en Guinea.
Garrido Lecca, en cambio, aprovechó su estadía ahí para asesorar a Alex Stewart International, que consiguió un lucrativo contrato con el gobierno que aquel asesoraba. El contrato les permitió intervenir en los conflictos entre empresarios mineros por el control de sus muy lucrativas explotaciones.
El presidente de Alex Stewart es Enrique Segura, viejo conocido de Garrido Lecca. Es además quien le regaló las 120 botellas de vino Premium Iubileus a Alan García.
Segura es también la persona que hizo un pago oculto de 20 mil dólares a César Gutiérrez en 2006, cuando éste ya era presidente de PetroPerú.
Como en las novelas, así en la vida. Hay personajes ubicuos, recurrentes aunque a veces sorpresivos. Las historias, abiertas y soterradas, que se crean sin parar, recogen a esos personajes con mayor frecuencia y los vinculan e hipervinculan entre sí a través de hechos, transacciones y geografías.
Hay en el proceso las anécdotas de una nueva picaresca, digamos que una picaresca con Excel; algunas divertidas, otras no. Casi todas dignas de investigación. Que debe hacerse con rigor analítico, por supuesto, pero a la vez con imaginación y con la visión narrativa que permita un entendimiento más profundo y completo♦