Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2339 de la revista ‘Caretas’.
En artículos anteriores he descrito las estadísticas desoladoras que describen la decadencia del periodismo; y los optimismos irreductibles que, pese a todo, proclaman que sobrevivirá y hasta florecerá de nuevo.
Por lo pronto, los reportes no sugieren una crónica de esperanzas sino los preparativos de un velorio.
Ya hemos visto que:
– El año pasado, la consultora CareerCast consideró que el periodismo escrito era el peor trabajo en Estados Unidos.
– El número de periodistas empleados en la totalidad de salas de redacción de Estados Unidos cayó de 55 mil en 2006 a 38 mil en 2012. Es decir, un 30 por ciento menos en apenas media docena de años.
En ese mismo país –cuyo periodismo e industria periodística tiene una importante influencia en el de otras naciones–, los programas y facultades de periodismo empiezan a sufrir, aunque todavía en sordina, los efectos de preparar estudiantes para una profesión en crisis.
La nota de portada de la publicación especializada Nieman Reports: “Rewriting J-School” (algo así como: “Re-escribiendo las escuelas de periodismo”), su autor, Jon Marcus, informa sobre algunas de las tendencias deprimentes.
– Varias universidades buscan de integrar las escuelas de periodismo con otros programas, o eliminarlas del todo. Es lo que propone hacer la universidad de Indiana (integrarla con Comunicaciones, Telecomunicaciones y Film); y la universidad de Colorado, en Boulder, abrirá una nueva facultad de Medios, Comunicación e Información en la que se mezclará el periodismo con Relaciones Públicas, Publicidad, Diseño de Medios, Comunicaciones, ‘ciencia’ de la información y estudios de medios.
– En medio de los reajustes, las tendencias descendentes y depresivas se manifiestan todavía leves pero ya inconfundibles. El número de facultades y programas, tanto de licenciatura como de maestría, ha decrecido en un año. Lo mismo sucede con la incorporación de estudiantes, que baja sobre todo en los programas de maestría.
– Lo más ominoso, según esa nota, es lo que acontece con quienes terminan los estudios y salen al mercado. Un tercio de los graduados en 2012 estaban desempleados medio año después de la graduación. Y casi la mitad de quienes habían conseguido trabajo lo lograron fuera del periodismo. Nada menos que el 25% de los licenciados declaró (en un survey de la universidad de Georgia) estar arrepentidos de haber estudiado “el mejor oficio del mundo”.
Lo interesante es que, precisamente, hay líderes periodísticos que retornan a la visión clásica de que para ser un buen periodista no es necesario ahora –y quizá ni siquiera recomendable– estudiar periodismo.
Marcus menciona, en su artículo, un survey reciente del prestigioso Instituto Poynter, en el que más del 40% de los editores entrevistados no creían necesario que los futuros periodistas se gradúen en periodismo.
«Hay un viejo dicho que sostiene que nada aguza tanto el entendimiento como la sombra del patíbulo. Esa sombra apunta de nuevo hacia los valores básicos de la profesión».
“No creo que los periodistas necesiten ir a las facultades de periodismo” dice, citado en el artículo de Marcus, Mizell Stewart, vicepresidente de ‘Contenidos’ para la división de periódicos de la cadena E.W. Scripps.
Tanto él como otros editores subrayaron que la cualidad que consideran más importante en quienes se inician en el periodismo es una capacidad básica de pensamiento crítico, de resolución de problemas, de trabajo y colaboración grupal. Eso, sostienen, se logra con una buena educación en Humanidades antes que mediante el entrenamiento en técnicas y tecnologías, que se hacen prontamente obsoletas y que pueden aprenderse en la práctica cotidiana de la redacción.
Otro aspecto de interés es que la mayor parte de los entrevistados sobre el tema coincidieron en que las redacciones precisan ahora a generalistas antes que a especialistas, periodistas versátiles capaces de reportear, escribir, fotografiar, grabar vídeo o sonido.
Se habrán dado cuenta, me imagino, de cuánto se asemeja ese perfil, producto de una crisis vital, la mayor que ha vivido el periodismo, con el retrato que hizo García Márquez de aquella intensa alquimia del periodista y su entorno –la sala de redacción– que producía “el mejor oficio del mundo”
“La misma práctica del oficio” dijo Gabo en su legendario discurso ante la Asamblea de la SIP en 1996, “imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos”.
Hay un viejo dicho, que sostiene que nada aguza tanto el entendimiento como la sombra del patíbulo. Esa sombra apunta de nuevo hacia los valores básicos de la profesión –o, más bien, el oficio–, el talento expresivo, los ojos de ver, la curiosidad insaciable, la vocación literaria, la flexibilidad intelectual, la integridad ética, la valentía, la sensualidad del trabajo intenso, que definen al periodista nato, ese que todos los viejos esperamos aparezca por la puerta de las redacciones, ignorante de su potencial, pero apasionado por el tipo de vida que imagina tendrá y que, con un poco de suerte y muchos más golpes de los que sospecha, logrará construir.
Puede ser una filósofa, una historiadora, o un poeta, o un médico, de repente hasta puede ser un graduado de una escuela de comunicaciones. La vida en las salas de redacción y los ojos pegados en los libros y los hechos, los convertirán en periodista.
¿Sobrevivirá el oficio como para que las generaciones que llegan puedan sentirlo, al final de su tiempo, como el mejor?
Pese a la inmensa crisis, pese al pseudo periodismo que impera en empresas poderosas de comunicación y que con muchísima frecuencia es vehículo de desinformación antes que de información, yo no tengo duda de que de esta era tormentosa emergerán nuevas y diversas publicaciones y que por lo menos algunas de ellas encarnarán el mejor periodismo.
Ya hay ciertos indicativos, un esbozo de tendencias que apuntan a tiempos mejores. Incluso la publicación especializada en reportar la defunción de periódicos, el “Newspaper Death Watch”, informó en un número reciente que el esfuerzo de innovación de muchos periódicos ha producido ya resultados notables. Sus ediciones digitales “alcanzaron 145 millones de visitas únicas solo en enero y tanto el New York Times como el Washington Post provocaron más de un cuarto de millón de tweets cada uno”.
Los medios ‘en línea’ crecen rápidamente y ahora hay ya varios cuyas salas de redacción comparan favorablemente con la de periódicos medianos de antaño –y casi todas han surgido y crecido en los últimos dos años.
Además, algunos de los periódicos y revistas impresos (ahora combinados en un todo coherente con sus publicaciones en internet) más prestigiosos han empezado a contrarrestar la tendencia a la anorexia de las salas de redacción. Como menciona Marcus, el Washington Post contrató a 50 nuevos periodistas y Time Inc., a otros 30.
Son avances modestos todavía, pero todo cambio empieza así.
Ya hemos visto que:
– El año pasado, la consultora CareerCast consideró que el periodismo escrito era el peor trabajo en Estados Unidos.
– El número de periodistas empleados en la totalidad de salas de redacción de Estados Unidos cayó de 55 mil en 2006 a 38 mil en 2012. Es decir, un 30 por ciento menos en apenas media docena de años.
En ese mismo país –cuyo periodismo e industria periodística tiene una importante influencia en el de otras naciones–, los programas y facultades de periodismo empiezan a sufrir, aunque todavía en sordina, los efectos de preparar estudiantes para una profesión en crisis.
La nota de portada de la publicación especializada Nieman Reports: “Rewriting J-School” (algo así como: “Re-escribiendo las escuelas de periodismo”), su autor, Jon Marcus, informa sobre algunas de las tendencias deprimentes.
– Varias universidades buscan de integrar las escuelas de periodismo con otros programas, o eliminarlas del todo. Es lo que propone hacer la universidad de Indiana (integrarla con Comunicaciones, Telecomunicaciones y Film); y la universidad de Colorado, en Boulder, abrirá una nueva facultad de Medios, Comunicación e Información en la que se mezclará el periodismo con Relaciones Públicas, Publicidad, Diseño de Medios, Comunicaciones, ‘ciencia’ de la información y estudios de medios.
– En medio de los reajustes, las tendencias descendentes y depresivas se manifiestan todavía leves pero ya inconfundibles. El número de facultades y programas, tanto de licenciatura como de maestría, ha decrecido en un año. Lo mismo sucede con la incorporación de estudiantes, que baja sobre todo en los programas de maestría.
– Lo más ominoso, según esa nota, es lo que acontece con quienes terminan los estudios y salen al mercado. Un tercio de los graduados en 2012 estaban desempleados medio año después de la graduación. Y casi la mitad de quienes habían conseguido trabajo lo lograron fuera del periodismo. Nada menos que el 25% de los licenciados declaró (en un survey de la universidad de Georgia) estar arrepentidos de haber estudiado “el mejor oficio del mundo”.
Lo interesante es que, precisamente, hay líderes periodísticos que retornan a la visión clásica de que para ser un buen periodista no es necesario ahora –y quizá ni siquiera recomendable– estudiar periodismo.
Marcus menciona, en su artículo, un survey reciente del prestigioso Instituto Poynter, en el que más del 40% de los editores entrevistados no creían necesario que los futuros periodistas se gradúen en periodismo.
“No creo que los periodistas necesiten ir a las facultades de periodismo” dice, citado en el artículo de Marcus, Mizell Stewart, vicepresidente de ‘Contenidos’ para la división de periódicos de la cadena E.W. Scripps.
Tanto él como otros editores subrayaron que la cualidad que consideran más importante en quienes se inician en el periodismo es una capacidad básica de pensamiento crítico, de resolución de problemas, de trabajo y colaboración grupal. Eso, sostienen, se logra con una buena educación en Humanidades antes que mediante el entrenamiento en técnicas y tecnologías, que se hacen prontamente obsoletas y que pueden aprenderse en la práctica cotidiana de la redacción.
Otro aspecto de interés es que la mayor parte de los entrevistados sobre el tema coincidieron en que las redacciones precisan ahora a generalistas antes que a especialistas, periodistas versátiles capaces de reportear, escribir, fotografiar, grabar vídeo o sonido.
Se habrán dado cuenta, me imagino, de cuánto se asemeja ese perfil, producto de una crisis vital, la mayor que ha vivido el periodismo, con el retrato que hizo García Márquez de aquella intensa alquimia del periodista y su entorno –la sala de redacción– que producía “el mejor oficio del mundo”
“La misma práctica del oficio” dijo Gabo en su legendario discurso ante la Asamblea de la SIP en 1996, “imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo… como nosotros mismos lo llamábamos”.
Hay un viejo dicho, que sostiene que nada aguza tanto el entendimiento como la sombra del patíbulo. Esa sombra apunta de nuevo hacia los valores básicos de la profesión –o, más bien, el oficio–, el talento expresivo, los ojos de ver, la curiosidad insaciable, la vocación literaria, la flexibilidad intelectual, la integridad ética, la valentía, la sensualidad del trabajo intenso, que definen al periodista nato, ese que todos los viejos esperamos aparezca por la puerta de las redacciones, ignorante de su potencial, pero apasionado por el tipo de vida que imagina tendrá y que, con un poco de suerte y muchos más golpes de los que sospecha, logrará construir.
Puede ser una filósofa, una historiadora, o un poeta, o un médico, de repente hasta puede ser un graduado de una escuela de comunicaciones. La vida en las salas de redacción y los ojos pegados en los libros y los hechos, los convertirán en periodista.
¿Sobrevivirá el oficio como para que las generaciones que llegan puedan sentirlo, al final de su tiempo, como el mejor?
Pese a la inmensa crisis, pese al pseudo periodismo que impera en empresas poderosas de comunicación y que con muchísima frecuencia es vehículo de desinformación antes que de información, yo no tengo duda de que de esta era tormentosa emergerán nuevas y diversas publicaciones y que por lo menos algunas de ellas encarnarán el mejor periodismo.
Ya hay ciertos indicativos, un esbozo de tendencias que apuntan a tiempos mejores. Incluso la publicación especializada en reportar la defunción de periódicos, el “Newspaper Death Watch”, informó en un número reciente que el esfuerzo de innovación de muchos periódicos ha producido ya resultados notables. Sus ediciones digitales “alcanzaron 145 millones de visitas únicas solo en enero y tanto el New York Times como el Washington Post provocaron más de un cuarto de millón de tweets cada uno”.
Los medios ‘en línea’ crecen rápidamente y ahora hay ya varios cuyas salas de redacción comparan favorablemente con la de periódicos medianos de antaño –y casi todas han surgido y crecido en los últimos dos años.
Además, algunos de los periódicos y revistas impresos (ahora combinados en un todo coherente con sus publicaciones en internet) más prestigiosos han empezado a contrarrestar la tendencia a la anorexia de las salas de redacción. Como menciona Marcus, el Washington Post contrató a 50 nuevos periodistas y Time Inc., a otros 30.
Son avances modestos todavía, pero todo cambio empieza así.