Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2344 de la revista ‘Caretas’.
En la víspera de su tercer año como presidente de la República, Ollanta Humala juramentó un gabinete remendado, de expectativas modestas y esperanzas grises.
Entre cada juramento de estilo y la eventual promesa, el presidente mostraba el rictus de un autocontrol incómodo. A su lado, la primera dama lucía la sonrisa atractiva de una estudiante aplicada el día de la graduación.
Hasta la portátil parecía un tanto perdida. Recibieron al presidente y su esposa coreando un “sí se puede” que pudo haber sido cualquier cosa, desde una celebración colectiva del viagra hasta la expresión de una premisa: que casi todo es posible, incluso la insensatez en coro si uno se aplica bien a ello.
Ver eso me hizo recordar las líneas que borroneé en 2011, al terminar los primeros tres meses de gobierno de Humala.
Era muy poco tiempo, escribí “como para formarse una idea de lo que vendrá […] La gente y los gobiernos empiezan a conocerse mejor cuando se cansan las sonrisas; cuando se va el frescor y toca bañarse y lavar la ropa”.
Recordé la expresión con la que Manuel Vásquez Montalbán definió al franquismo: “… era feísimo […] daba la impresión de que a todo el mundo le olían los calcetines”. Pero concluí que el “muy nuevo gobierno de Humala […] todavía puede calzarse o descalzarse sin temor”.
Eso fue después de tres meses. Y ahora, tres años después, ¿puede poner las medias al aire el gobierno?
Depende: el caso que precipitó la salida de René Cornejo, por ejemplo, es como para no permitir que te saquen los zapatos. Y no es el único caso que transporta lo pecorino de la gastronomía a los pies y a otras fuentes de exhalación.
Hay una fatiga política, pero también un gabinete socavado y la perspectiva de una elección poco feliz en el Congreso.
«Pero a la vez, Humala no tiene ni la experiencia ni el entrenamiento necesarios para la extenuante cotidianeidad de la política, la presión de los grupos de interés, el aguijonamiento de los políticos y los lobistas cazurros».
¿Por qué es un gabinete socavado si hay tecnócratas solventes en él y también otros ministros cumplidores?
Es que no son ellos quienes definen la percepción política. Tampoco lo define las varias acciones importantes que el gobierno ha hecho bien.
Pues sí. Ha hecho varias cosas bien. Mencionaré las que me vienen primero a la mente, en el área de seguridad. En la lucha contra Sendero, por ejemplo, hizo lo que ningún otro gobierno en lo que va del siglo XXI atinó a hacer. No es, quizá lo óptimo, pero más que todo lo anterior.
En la acción contrainsurgente contra Sendero, en el gobierno de Humala se coordinó bien por primera vez la labor policial con la militar. El propio presidente puso por primera vez a un oficial de la Policía como jefe de inteligencia en el VRAE. Esa medida, que subordinó a militares de las tres armas bajo el comando directo de un policía ya tuvo varios resultados positivos.
Lo más importante, sin embargo, fue que Humala puso a un civil (Iván Vega) a coordinar y destrabar, gracias a su acceso directo al presidente, los problemas de la burocracia militar que antes habían impedido cualquier coordinación real en el VRAE. Los resultados operativos fueron contundentes y pusieron, por primera vez, a Sendero a la defensiva. Finalmente, Humala puso a otro civil, el ministro de Agricultura, Juan Manuel Benites, a dirigir todas las acciones de gobierno en el VRAE.
También retrocedió a tiempo y evitó un error que pudo haber resultado grave: intentar una erradicación agresiva de cocales en el VRAE.
Junto con esos pasos en general positivos, una negligencia grave de Humala (puesto que él es quien toma las decisiones principales de seguridad) es no haber tomado acciones claras y definidas para evitar el crecimiento explosivo del puente aéreo de la cocaína, que está cambiando a velocidad, para peor, el rostro del narcotráfico en el Perú.
En la triple frontera con Colombia y Brasil, a la vez, el crecimiento del narcotráfico es veloz, difícil de controlar y con varios (aunque no inequívocos) indicios de corrupción policial.
El caso del ministerio del Interior es de un encadenamiento de errores. Uno puede simpatizar hasta cierto punto con el estilo de Urresti, de hiperactividad sin Ritalín, pero está claro que aunque el ministro fuera la combinación perfecta de Sherlock con Mycroft Holmes (lo cual no es, ciertamente, el caso) su gestión va a ser corta, necesariamente efímera. ¿Por qué? Por una palabra: Bustíos. La responsabilidad puede ser mayor o menor; pero de todos modos hay responsabilidad.
Fue un error nombrarlo, como fue antes un error nombrar a su predecesor, Walter Albán. El uno llevó al otro. Fue pasar de la catatonia al frenesí: en el deseo de escapar de lo uno se dejó de ver lo otro. La decisión ya le ha hecho daño político al presidente y aún puede ser peor.
¿Por qué el presidente Humala fluctúa en el ámbito de seguridad entre decisiones inteligentes y acertadas junto con otras reiterativamente erróneas?
Creo que ello se debe a un problema de base del presidente: No tiene nada que se asemeje a un Estado Mayor, que haga las labores múltiples de asesoramiento, investigación, contexto, escenarios, previsión, alternativas, con las que todo Estado Mayor mínimamente competente debe alimentar la tarea de toma de decisiones del líder de una nación.
Humala tiene, creo, ganas de hacer las cosas bien. Posee, en muchos aspectos, los instintos correctos. En otros, no tanto.
Pero a la vez, Humala no tiene ni la experiencia ni el entrenamiento necesarios para la extenuante cotidianeidad de la política, la presión de los grupos de interés, el aguijonamiento de los políticos y los lobistas cazurros.
El acoso constante de periodicazos y de opiniones disfrazadas para parecer inteligentes han erosionado su criterio. Porque está, me parece, básicamente solo ahí donde debería estar rodeado por compañía competente.
¿Y Nadine? Ella es rápida, inteligente y capaz, quizá un poco menos de lo que de repente cree ser, pero de todos modos se trata de una persona con notables cualidades.
Que no son suficientes. Ella padece, al fin, de varios de los problemas de su esposo: falta de formación sistemática y, sobre todo, falta también de un Estado Mayor o de asesoría digna de ese nombre.
El solo hecho de que ni ella ni él hayan podido enfrentar la ofensiva que lanzó Alan García con aquello de la “reelección conyugal”, indica debilidades en la preparación y la conducción táctica del poder. Al final, el problema se resume, de nuevo, en que les falta lo básico: el solvente Estado Mayor que toda presidencia debe tener.
Creo que, contrariamente a lo que se dice ahora, Nadine es todavía uno de los puntos de fuerza del régimen.
García, que es cualquier cosa menos tonto, lo sabe y por eso centró sus ataques en ella, jugando con astucia la carta del macho pisado, del saco largo, y otros lugares comunes del machismo criollo.
Debiera ser fácil contrarrestar esa ofensiva. Pero cuando uno ve la falta de reflejos y de respuestas de la pareja presidencial, resulta claro que no tienen todavía ni la experiencia ni la gente para impedir que su ventaja sea presentada como un defecto.