Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2350 de la revista ‘Caretas’.
Hace dos semanas, en Caretas 2348, publiqué el artículo “Testigo de cargo”, que reseña el encuentro y rescate del olvido de uno de los testimonios más interesantes sobre la corrupción durante el régimen fujimorista: el del propio Vladimiro Montesinos cuando declaró a la subcomisión investigadora presidida por el entonces congresista Daniel Estrada, en diciembre de 2001.
Lo que hace que esas declaraciones sean remarcables y hasta extraordinarias es que en ellas (y unas pocas más hechas poco antes y después) se produjo el encuentro breve pero trascendente de Montesinos con la sinceridad, acentuada con lo que por momentos parece una necesidad confesional.
Fue, como escribí, un testimonio fascinante porque Montesinos, sin acceso fácil a documentos y limitado por ello, en cuanto a las pruebas que podía producir para respaldar sus afirmaciones, se preocupó de que estas fueran lo suficientemente prolijas y pormenorizadas como para que su fuerza probatoria descansara en su coherencia interna.
Era un Montesinos enfrentado entonces a Fujimori y los fujimoristas, que pretendían echarle la culpa completa de los crímenes y latrocinios cometidos durante el gobierno de aquel.
El detalle de lo entonces revelado por Montesinos, fue complementado por los testimonios independientes de su secretaria, Maruja Arce; de sus ayudantes, los entonces capitanes Wilber Ramos y Mario Ruiz; por Matilde Pinchi Pinchi, quien había sido una suerte de asistenta personal; y por varios otros miembros del SIN.
Esa notable confesión, rescatada de la bien trabajada amnesia que prontamente cubrió lo entonces revelado, le cayó como chicharrón de sebo a varios fujimoristas, sobre todo a aquellos a quienes Montesinos mencionó con detalle y circunstancia. Pero no solo a ellos.
«Convocando, sobornando, ordenando, moviendo, nombrando, destituyendo, Montesinos llevaba a cabo misiones concretas. Pero estas eran, en casi todos los casos, misiones ordenadas por Fujimori».
En carta a Caretas, el lector Carlos Cumandá atacó mi artículo escribiendo que “sorprende y extraña que Gustavo Gorriti, un periodista que se precia de ser inteligente, nos recuerde ahora como una “verdad revelada” y un “redescubrimiento” fascinante las acusaciones de Vladimiro Montesinos al ex presidente Fujimori en 2001”.
Eso, según Cumandá “demuestra la miseria probatoria de la condena impuesta al ex mandatario”. A tono con la fallida línea de defensa que ensayó Fujimori durante su proceso judicial (la de declararse intonso y engañado) Cumandá sostiene que: “Todo presidente o autoridad suele creer y jactarse de que tiene todo controlado y que sabe todo lo que pasa en su gobierno, […] pero todos sabemos que siempre hay subordinados que traicionan la confianza del jefe y hacen de las suyas”.
Debo decirle primero a Cumandá que no me “precio” de ser inteligente, entre otras razones porque ello revelaría un cierto grado de estupidez, que trato de evitar. Uno debe esforzarse en utilizar la mucha, mediana o poca inteligencia que le cupo en suerte con la mayor eficiencia posible y no perder el tiempo en dudosas y probablemente necias admiraciones de uno mismo.
Preciarse, jactarse… Cumandá utiliza esos términos emparentados, primos del fanfarroneo, sobrinos del narcisismo, para refutar a uno y exculpar a otro. Le hubiera bastado, sin embargo, una lectura cuidadosa de los testimonios de Montesinos con el juez Saúl Peña Farfán, en julio de 2001, y con la subcomisión investigadora presidida por Daniel Estrada, en diciembre de 2001, para que la evidencia de los hechos refute su exculpación.
¿Se jactaba Fujimori de un control total y un conocimiento preciso de todo lo que pasaba en su gobierno, que no tenía?
Esa fue, como queda dicho, su línea de defensa judicial. La de presentarse como el tonto que cree saber y no sabe. En ese cuadro, Montesinos sería el consumado sacavueltero que hace sentir seguro y dominante a Fujimori para burlarlo mejor.
La verdad es que el desarrollo de ese argumento resulta suicida para los fines de Fujimori. Sería uno de los pocos casos en los que la inocencia resulta más condenable que la culpabilidad.
¿Que Fujimori no sabía lo que hacía Montesinos? ¿Podría quizá explicar cómo lograba no saber? Porque Fujimori no solo trabajaba con Montesinos, un día sí y otro también, por diez años y no pocos días. Fujimori vivía con Montesinos; cohabitaban bajo el mismo techo, en Las Palmas.
Tanto Fujimori como Montesinos vivían en el SIN, en lugares diferentes pero muy cercanos dentro del mismo edificio. En el ala Fujimori había desde un pasamanos para Kenji, hasta un baño japonés; y en la de Montesinos, signos del nuevo rico que intenta y generalmente fracasa en emparejar la ostentación de poder y recursos con el buen gusto.
Huachaferías aparte, el hecho es que ambos pasaban largas horas próximos o juntos, todos los días. Montesinos era, indudablemente, trabajador, diligente; y concentraba, como relató con todo detalle a la subcomisión Estrada, todos los hilos del poder: Ejecutivo, legislativo, judicial, electoral; y, además, prensa, empresarios, generales, almirantes…
Convocando, sobornando, ordenando, moviendo, nombrando, destituyendo, Montesinos llevaba a cabo misiones concretas. Pero estas eran, en casi todos los casos, misiones ordenadas por Fujimori. Montesinos reveló de forma convincente que él tenía que informar constantemente a Fujimori sobre lo que estaba haciendo o había hecho. Y esa fue una de las razones por las que Fujimori vivía en el SIN, para mantenerse no solo al día sino a la hora, de cada una de las complejas maniobras que se realizaron para, por ejemplo, asegurar su autoritaria re-reelección el año dos mil.
Viviendo en el SIN, compartiendo techo, corbata y sastre con Montesinos, abocado a conseguir una nueva presidencia, ¿podía Fujimori ignorar lo que su co-inquilino hacía para obedecer sus órdenes allanándole el camino? ¿no podía darse cuenta de las reuniones, los procesos, los acuerdos que tenían lugar con su propia gente, a pocos metros de donde él mismo dormía, vivía y despachaba?
Pero dejemos que, en otra tanda de vídeos que IDL-Reporteros (reporteros.pe) acaba de publicar, sea el propio Montesinos quien cuente cómo organizó el fraudulento proceso electoral del año dos mil y cómo participó Fujimori: dando órdenes, pidiendo cuentas, exigiendo resultados y fiscalizando desde su extrema cercanía que lo que él decía se cumpliera.