Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2358 de la revista ‘Caretas’.
He visto fotos y vídeos de la captura de Benedicto Jiménez en los cortos trayectos en que la Policía lo expone a la prensa. Esposado con las manos atrás, cubierto por el ridículo chaleco antibalas, cuya función nada tiene de hipotética protección sino solo de remache gráfico de la condición de reo capturado.
Jiménez era, en efecto, un fugitivo de la justicia en el momento de su captura. Bajo el concepto pocas veces respetado de que todos somos iguales ante la ley, la Policía tenía, sin duda, el deber de ubicarlo y capturarlo para ponerlo a disposición de la autoridad judicial.
Pero el preso Jiménez de hoy es a la vez el héroe de ayer; el creador y ejecutor de la impecable campaña policial que desde mayo-junio de 1990 hasta septiembre de 1992, desbarató aparato tras aparato de Sendero Luminoso en una fulgurante contraofensiva urbana que arrancó la victoria de una realidad previa de deterioro y desesperada vislumbre de derrota.
Y no fue solo la victoria sino la limpia eficacia que la hizo posible a través de la acción inspirada de un grupo creciente de policías que tuvo en Jiménez a su guía y referente aunque no fuera formalmente su jefe.
«¿Era entonces necesario presentarlo esposado con las manos en la espalda en una coreografía que no estaba destinada a la seguridad sino a la humillación?»
El hecho es que todos los peruanos, incluso las personas más vilmente agredidas por ‘Juez Justo’ y la pasquinería de Orellana, tenemos una deuda impagable de gratitud con los policías del GEIN y especialmente con su fundador y conductor, Benedicto Jiménez.
¿Era entonces necesario presentarlo esposado con las manos en la espalda en una coreografía que no estaba destinada a la seguridad sino a la humillación? ¿Había algún peligro de fuga de un hombre rodeado de policías, con historial de enfermedad cardiaca y evidentemente aplastado por la realidad de su presente? Me parece que no.
Jiménez tuvo razón al reclamar por el maltrato que se le daba. Compárese su arresto y llegada a Lima con el que trato que tuvo Montesinos en la misma circunstancia, para no hablar del que se le dio a Fujimori. ¿Qué no tienen la misma categoría? Claro que no. ¿Quién derrotó a Sendero? Créanme que ni Montesinos ni Fujimori tuvieron mayor cosa que ver con el resultado; y que sin la acción del GEIN, la situación del país pudo haber sido trágicamente peor.
He conversado en estos días con varios de los veteranos del GEIN. Ninguno de ellos tiene respuesta clara sobre qué causó el proceso de autodestrucción que llevó a Jiménez a tirar a la basura todo su ilustre pasado del GEIN para convertirse en el calumniador de ‘Juez Justo’ y perseguidor de la gente honorable que enfrentó a la organización mafiosa de Orellana.
Pero algunos de ellos se hicieron la pregunta que yo trato ahora de responder: si Jiménez se olvidó de su pasado, ¿debemos olvidarlo nosotros también?
Creo que no. Por mucho que repugne lo que hizo Benedicto Jiménez dentro de la organización de Orellana, el reconocimiento de lo que hizo por el país debe pesar en el trato y la consideración que se le de, mientras la justicia procesa y decide sobre la naturaleza y las consecuencias de sus hechos.
“Si Benedicto hubiera muerto en los 90 o empezando el dos mil, ahora estaría consagrado como uno de los grandes héroes del Perú”, me dijo uno de los policías que trabajó con él en el GEIN.
¿Qué hizo que sobrevivir a su hazaña resultara tan corrosivamente autodestructivo?
Hay algunos policías que sostienen que Jiménez caminó al lado de la línea y la cruzó a veces incluso durante sus mejores años al frente del GEIN. Citan como ejemplo el apartamiento brusco de la supervisión del GEIN en 1991, de los entonces comandantes Luis Felipe Elías, Clodomiro Díaz y Félix Murazzo, quienes trataron de ordenar la intervención en la casa de Buenavista. Benedicto se opuso a ello y poco después tanto los tres oficiales como el propio jefe de la Dincote, el general Enrique Oblitas, fueron cambiados. Luego se supo que Guzmán había estado ahí en ese momento, junto con varios otros altos dirigentes de Sendero que hubieran sido capturados más de un año antes de lo que fueron si se hubiera aprobado la operación. Ello, además, le hubiera quitado toda justificación al golpe de Estado del 5 de abril de 1992.
Pero otros oficiales del GEIN que, conociendo el tema permanecieron ajenos a la controversia, sostienen que si bien Murazzo, Elías y Díaz Marín tuvieron razón, la evidencia disponible entonces no era concluyente y existía la posibilidad de llevar la operación al fracaso en el caso que se hubiera hecho una intervención prematura.
Lo que está claro, cuando se examina los casi tres años de actuación del GEIN, es que la unidad logró sus éxitos espectaculares gracias a una metodología investigativa adoptada por Jiménez, que se mantuvo en forma consistente a través del tiempo y que fue, sin duda para los oficiales que estuvieron ahí, la razón del triunfo.
Esa metodología se inspiró en los valores de libertad y democracia como un eficaz contrapeso a la cerrada doctrina senderista; usó el estudio constante y la inteligencia prolija para conocer a fondo al senderismo; desarrolló hasta el virtuosismo la artesanía de los seguimientos y vigilancias; y actuó, utilizando muy poca violencia, cuando la suma de lo anterior les había dado una gran ventaja informativa.
Una campaña tan continuada, articulada y compleja no fue ni pudo ser el resultado de la buena suerte o de informantes privilegiados. Fue un método desarrollado a partir de las experiencias anteriores de la Policía, mejoradas en la aplicación sistemática y el análisis cuidadoso de los resultados de cada operación.
Y esa continuidad dinámica entre doctrina, sistema, inteligencia, operaciones, resultados, que fue acumulando logro tras logro, triunfo tras triunfo fue, coinciden todos, primariamente la obra de Benedicto Jiménez.
Pero así como hubo consistencia en la construcción del triunfo, hubo luego, en años posteriores, un persistente esfuerzo de Jiménez por destruirse a sí mismo.
¿Qué lo gatilló? Ni los mejores policías se arriesgan a una respuesta reduccionista. ¿Fue el rencor, provocado por las mezquindades que sufrió luego de la captura de Guzmán? ¿La acumulación de ofensas y agresiones recibidas en una vida muy dura desde la infancia? Es posible; aunque, teniendo en consideración lo muy poco ganado y lo mucho perdido, desde su acercamiento a la organización de Orellana, me parece claro, como ya lo he escrito, que la prominencia de sus hazañas puso en juego los complejos mecanismos de autodestrucción que acechan siempre y capturan a veces a quienes emergiendo de nada, logran mucho y no pueden dejar de mirar al abismo desde entonces.
Benedicto Jiménez deberá terminar de ser investigado y luego será juzgado. Eso no solo es inevitable sino debe ser así. Pero no hay que olvidar que se juzgará a un héroe en desgracia a quien debemos respetar por lo que fue mientras lamentamos lo que es.