Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2410 de la revista ‘Caretas’.
Todos sabemos que movilizarse para la lucha contra la corrupción es una gran cosa, especialmente si se lo hace por lo menos en clase business. Desde el lunes dos de este mes, más de mil delegados vibran de rectitud y se exaltan de integridad en la Sexta Sesión de la Conferencia de Estados Miembros de la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción.
“El mundo cuenta con que ustedes tomen las audaces decisiones, las acciones decisivas para reforzar la lucha global contra la corrupción y el soborno” proclamó el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, en San Petersburgo, a “los más de mil participantes” reunidos “en el foro anti-corrupción más grande del mundo” como calificó el U.N. News Centre al evento.
El mensaje del director ejecutivo de la Oficina de las Naciones Unidas sobre las Drogas y el Crimen (UNODC) Yuri Fedotov, tuvo desde los momentos de resonancia retórica y hasta una temeraria, aunque breve, incursión poética.
A través del mundo, dijo Fedotov, la corrupción y el soborno “devastan vidas […] Ningún país es inmune; todos sufren” proclamó; y añadió que el impacto malicioso de la corrupción encarece el costo de vida para la gente; erosiona la confianza del consumidor y la credibilidad en los negocios; agota los fondos públicos y destruye los prospectos de una sociedad justa. “Nuestro objetivo último debe ser el girar las manos extendidas en la petición de un soborno en manos unidas contra este crimen pernicioso”.
Quizá la imagen no hubiera impresionado mucho al comité del Nobel, ni siquiera al Nobel de la India, tan sensible a los ‘accidentes de la estadística’, pero parece que giró las manos y las activó en aplausos en San Petersburgo.
«Tanto o más que en la defensa de las democracias, hay mucho fariseísmo que infesta la lucha contra la corrupción»
Es que las conferencias, las convenciones tienen una cierta energía, un carisma dado que viste y unifica a sus participantes con la meritoria uniformidad, la energía de un desfile en el que todos se ven valientes, dignos y bizarros (dicho en castellano).
Tal cual sucedió hace casi veinte años en otra conferencia mundial anti-corrupción, que empezó solemne y terminó en la controlada exaltación de una Declaración ante el mundo y la Historia.
Fue la “Octava Conferencia Internacional contra la Corrupción” y tuvo en lugar en Lima, entre el 7 y el 11 de septiembre de 1997. Participaron algo más de mil delegados de 93 países, incluyendo una sólida representación de casi cien delegados de Transparency International, encabezados por su fundador Peter Eigen.
El objetivo, claro está, era discutir estrategias y lograr acuerdos trascendentes en la lucha contra la corrupción. Y parece que utilizaron su más aguda perspicacia para escoger el lugar y el momento apropiados.
La presidenta del Comité Organizador de la Conferencia fue Blanca Nélida Colán quien, como correspondía, dio el discurso de bienvenida a las 11 de la mañana del 7 de septiembre de 1997, encuadrando el tema central de la conferencia: “El Estado y la Sociedad Civil en la lucha contra la corrupción”.
El evento final de ese día fue la presentación de Alberto Fujimori, entonces gobernante del Perú. No he podido averiguar si explicó o no a los asistentes el significado del lema escogido para la conferencia: Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella. No robes, no mientas, no seas ocioso. Nadie podía acusar a Fujimori de pereza.
En los días siguientes, las discusiones anticorrupción contaron con, entre otros participantes notables, Víctor Caso Lay, quien explicó el “Rol de las organizaciones internacionales de Contralores en la lucha contra la corrupción”; Beatriz Ramacciotti indicó en su taller cómo utilizar las “Iniciativas de las organizaciones internacionales” en la, ya saben,”lucha contra la corrupción”; Jorge Baca contó lo que hacía para luchar contra la corrupción en la SUNAT; y, por supuesto, el que cerró las discusiones fue Alberto Pandolfi, el entonces primer ministro de Fujimori.
La “Declaración de Lima” fue el producto de esas deliberaciones. La típica (y en este caso ciertamente vacua) grandilocuencia del documento termina con el párrafo final en el que los firmantes de la Declaración expresaban su “sincero agradecimiento al Comité Organizador, al pueblo del Perú, a su gobierno […] por […] la promoción de la participación de la sociedad civil en la lucha anticorrupción y la visión de un nuevo milenio de ética e integridad”. Si hubo alguna ironía en el mensaje, nadie la notó. Y si hubo diplomacia, alguien debió haberles dicho, empezando por Eigen, que si hay algún ámbito de la actividad humana en la que no tienen cabida los eufemismos o la hipocresía de la diplomacia, es en la lucha anticorrupción.
Es cierto que también participaron en la conferencia algunos miembros de la sociedad civil peruana, pero no hubo duda de quién la controló.
Tanto o más que en la defensa de las democracias, hay mucho fariseísmo que infesta la lucha contra la corrupción. Pero aún bajo sus estándares, la conferencia de 1997 en Lima, en el período más oscuro del fujimorato, fue un momento bochornoso hasta para los más cínicos.
Pese al peso muerto de hipócritas y fariseos, comparar el entonces con el ahora me lleva a pensar que la lucha contra la corrupción ha progresado en las regiones del mundo en las que se ha hecho, con cierto éxito, grandes esfuerzos por asentar y profundizar la democracia y los derechos humanos. Pese a sus grandes problemas, los corruptos han tenido que retroceder –así sea parcialmente– en América Latina, en el continente entero y en Europa.
No ha sido el producto inicial del esfuerzo de mucha gente sino de islas de integridad eficaces que en determinado momento –o a lo largo de un tiempo– pueden confluir en densos archipiélagos que reciben eventualmente el apoyo de las mayorías.
Los magistrados y policías del caso Lava Jato en Brasil, que ya ha tenido un efecto revolucionario en su país y probablemente lo tenga también en varias otras naciones latinoamericanas, aprendieron mucho de la experiencia de los magistrados Mani Pulite de Italia, tanto del método de sus grandes logros como de las razones de su eventual fracaso.
El periodismo de investigación ha sobrevivido la crisis de los medios tradicionales y ya ha encontrado formas crecientemente eficaces para cumplir su misión y compensar las debilidades estructurales que todavía lo afectan; especialmente en lograr la sobrevivencia y el fortalecimiento de los nuevos medios, tan promisorios y llenos de logros de un lado, y tan frágiles, tan potencialmente efímeros del otro.
La sociedad civil ha encontrado también una capacidad de intercomunicación y de movilización a través de las nuevas tecnologías de comunicación, que potencian rápidamente su acción, cuando se galvaniza lo suficiente como para salir de la estática cotidiana.
Las leyes y la práctica anticorrupción se han hecho más claras y severas en nodos centrales del movimiento financiero y corporativo; y la capacidad de investigar y romper secretos en cuentas offshore ha aumentado mucho en poco tiempo.
Pero a la vez, las zonas de sombra se han hecho más profundas y espesas en buena parte del mundo; y su peso específico está en aumento.
En alguno de esos lugares, sobre todo en los que sepan camuflar lo oscuro con sus escalas de gris, tendrá probablemente lugar alguna futura conferencia anticorrupción en la que el cleptócrata local explicará a su titilada audiencia cómo administra su concepto de integridad.