No hables. Apenas abrió la reja de la casona donde habíamos planeado cuidadosamente la entrevista, Orlando me hizo un guiño como sutil señal de alarma. Pasa, me dijo. En la sala un muchacho de baja estatura metía las manos salpicadas de rojo en una bolsa negra. Había terminado de recargar los cartuchos de tinta de la impresora y recogía sus cosas: Una jeringuilla, tubos de plástico, envases manchados. Mi anfitrión me pidió que lo siguiera a través del oscuro pasillo que desembocaba en su estrecha lavandería.
–No confío en él –me dice mientras abre el caño para que el ruido del agua ahogue nuestras palabras–. Mejor hablemos cuando se vaya.
Se llama Orlando Luis Pardo Lazo. Tiene 39 años, es periodista y vive en Cuba.
–Todavía nos queda el terror al uniforme verde, sin insignias, de la seguridad del estado. El uniforme todopoderoso –confiesa apenas despide al joven de las tintas–. Pero es verdad que cada vez hay menos miedo y esta herramienta que se llama Internet ha comenzado a hacer porosa la realidad cubana.
Llegué a Orlando atraído por la energía de sus blogs Lunes de Post Revolución y Boring Home Utopics. El primero es una ácida mezcla de reflexiones, denuncias, literatura y estampas de la vida bajo el régimen de los hermanos Castro. El otro es un afilado fotoblog con los muchos rostros que la ironía luce a la vuelta de cualquier esquina de La Habana.
–¿Viven una primavera bloguera?
–Sí, pero uno igual siente el peligro físico de que está solo en el mundo y que la solidaridad internacional no alcanza. Es una pena pero aquí ni los amigos te apoyan para no marcarse. Por otro lado veo que esto crece y no vamos a parar.
Orlando lleva la barba espesa, el pelo largo, ensortijado y revuelto. Estudió ingeniería bioquímica en la universidad de La Habana, pero hoy es un apóstol de las libertades virtuales. Junto a Yoani Sanchez, condecorada el 2008 por el diario El País de España con el premio Ortega y Gasset, es uno de los blogueros más reconocidos de la isla. Tal vez por eso, el 6 de noviembre del 2009, pese a que caminaban en medio de una multitud, fueron un blanco fácil de atacar.
–Iba con Yoani hacia una manifestación contra la violencia por el centro cuando un auto nos interceptó. Bajaron unos tipos que nos metieron a la fuerza en el asiento posterior. –Sus ojos brillan detrás de unos lentes gruesos–. Pusieron mi cabeza contra el piso y me apretaron el cuello, a Yoani la voltearon, tenía las piernas para arriba, y le golpearon la espalda, los riñones.
–¿Les dijeron algo?
–Nos insultaron. Era claro que no querían que escribiéramos sobre la manifestación, ni que tomáramos fotos. Nos botaron a kilómetros del lugar. Pensé que en el forcejeo del auto había perdido mi mochila y mis espejuelos (lentes) pero los dejaron a un lado del camino y se fueron.
El rumor de una conversación en la calle se filtra por la ventana de rejas oxidadas y sin cristales.

–¿Y esa es una política frecuente contra ustedes?
– A mí me han interrogado cinco horas por una columna que escribí sobre la bandera nacional. La policía política ha vigilado la puerta de mi casa en mi cumpleaños. Hasta el mismo presidente del Instituto Cubano del Libro me ha dicho que mientras yo siga publicando en Internet no publicaría en la editorial estatal Letras Cubanas. –Desvía la mirada hacia la pequeña impresora que acababa de recibir la urgente transfusión de tinta–. Tengo un libro titulado Boring Home que tuve que publicar con mi impresora y terminé presentando en un parque, al lado de donde se hacía la Feria Internacional del Libro. Esa vez hasta llamaron por teléfono a mi madre para decirle que me iban a caer a golpes.
–Entre sus detractores hay quienes incluso afirman que ustedes son en realidad parte de la seguridad del estado.
–Sí (risas). Esa es la lectura paranoica. Piensan que si estamos libres somos parte del estado. Es triste porque finalmente es una visión empobrecedora. –Orlando censura su risa con un gesto de disgusto–. Aquí ni siquiera podemos conseguir Internet legal. Sólo nos queda subarrendar el servicio a un extranjero o ir a un hotel. Un blog es para perder dinero y tranquilidad.
Dos días le tomó a Orlando trazar con cuidado el plan de nuestro encuentro. De diversas maneras me hizo llegar pequeños mensajes, como fragmentos de un mapa secreto, con el día, la hora y la dirección. Eran medidas para protegerme más a mí que a él. El bloguero está plenamente identificado como un periodista incómodo pero nuestra vinculación me arriesgaba a un inopinado registro en el hotel o el aeropuerto y con eso a la pérdida de todo el material de la entrevista.
–Cuba es un país de tabúes. Claro, por un lado es un país de ¡Qué rico lo cubano! ¡Cómo bailan!… pero a la vez es un país muy pacato –afirma como quien piensa algo mucho más de lo que ha tenido oportunidad de decirlo–. No ha habido ningún debate cultural sobre el tema gay, la homofobia, el aborto, la religión, la pena de muerte. Públicamente los cubanos no hablamos de nada.
– ¿Y son debates que encuentran espacio en la blogósfera?
–Sí, pero debo aclarar que los bloggers en Cuba no tenemos una plataforma política, ni un manifiesto. En el gobierno le tienen miedo a la información, incluso a la información noble. Cuando mi discurso crítico cruzó determinada línea el estado no lo toleró.
–Empezaste diciéndome que cada vez hay menos miedo.
–Es que la gente está cada vez más disconforme. Más apática. El sujeto ideologizado ya desapareció. En mi barrio, por ejemplo, a pesar de la advertencia política siento un trato de respeto, casi de confianza con los vecinos –Orlando dibuja una leve sonrisa–. A veces incluso me dicen “publícalo en Internet para que vean la mierda que es esto”.
Suena el teléfono sobre un viejo sillón verde cubierto con recortes de periódicos extranjeros. Orlando levanta el auricular. Oigo, dice. Detrás del sillón una mancha de humedad trepa la pared blanca. La sala es alta y estrecha, como la de muchas casonas ruinosas de La Habana que aún conservan cierta decadente elegancia. Las antiguas baldosas de flores verdes y lilas me recuerdan los abriles tristes de Eliot. Orlando cuelga. La llamada fue corta.

–He aprendido que los planes que funcionan son los que se mantienen alejados del teléfono –sentencia.
–¿Se te puede llamar disidente?
–Todas esas palabras están viciadas por 30 años de disidencia, de oposición. Te diría que están viciadas hasta estéticamente. Yo prefiero identificarme como un libertario.
– Y como libertario ¿Qué buscas?
Orlando calla un momento. En la calle siguen hablando. A pocos metros, en la vereda de enfrente, funciona un Comité de Defensa de la Revolución encargado de informar a la policía sobre cualquier movimiento sospechoso en el barrio.
–Quiero poner en crisis el establishment mental, el ministerio del interior que todos tenemos en la cabeza –me dice como quien escribe con fuego el primero de sus mandamientos–, ése es el censor y represor de nosotros mismos.
–Entonces, ¿Estarás ya acostumbrado a sentirte perseguido?
–Yo no soy un perseguido. Yo soy el perseguidor.