A estas alturas, todo Lima sabe que el gran fotógrafo Carlos Saavedra, de inadvertidos 70 años, dispara su cámara mucho más rápido que un juez con delirios pistoleros. Pocos conocen, sin embargo, la trayectoria plena de hazañas de Saavedra, especializado por más de tres décadas en fotografiar a los infotografiables, como logró, por ejemplo, al «monear» (así se decía en ese tiempo en la jerga periodística), al entonces ya muy siniestro Vladimiro Montesinos en 1983, antes y después de una trepidante persecución por la avenida Colonial.
¿Cómo empezó a trabajar como fotógrafo?
Fue en Caretas en 1975, en la revista Espejo con Doris Gibson. Mi primer caso de seguimiento fue a Vladimiro Montesinos en 1983. Lo seguí por tres días. Un día antes de hacer la foto estuve disfrazado de limpiador de autos.
La persecución fue como una serie de la época ‘Las calles de San Francisco’, los chirridos, los frenazos, su carro de ocho cilindros y el mío de cuatro. Me quedaron en la mente los golpes de timón y las calles pequeñas aledañas a la avenida Colonial. En vista de que no podía alejarme, me metía a calles desconocidas para mí en el Callao. Fui a la comisaría para buscar un resguardo y mientras escondía los rollos de color, se adelantó y me dijo que me detuviera. Le sorprendió que vaya a la comisaría. Lo bueno es que después de la gran carrera vino la gran foto.
Él no sabía por qué le tomaba fotos y me preguntó “¿Por qué los de Caretas me quieren tomar fotos? Ellos son mis amigos”. Luego me invitó a almorzar –estaba acompañado de mi esposa Delfina–, diciendo “es la hora de almuerzo ¿no quieres un cebichito?”, y le respondí, no ni hablar. En eso, Delfina fue a buscar un teléfono para llamar a Caretas y habló con Gustavo Gorriti –quien había pedido la foto– y le contó lo que pasaba. Le pregunta: “Dice Montesinos que por qué le toman fotos” y Gorriti responde que le diga a Montesinos que “compre la revista el lunes para que se entere”.
¿Qué características debe tener un fotógrafo que se especializa en seguimientos?
Tener mucha paciencia, calma y no desesperarse. Hay seguimientos que toman dos horas, y yo feliz, pero la mayoría demoran tres días en promedio.
Siempre viajo en mi carro viejito y siempre paro solo porque no me gusta colgarme la cámara al cuello y gritarle al mundo que soy fotógrafo. La paciencia es una virtud indispensable pero también algo de suerte, porque espero hasta que consigo.
¿Cómo fue el episodio con el juez Rosales?
Es parte de un trabajo de investigación de la revista. Uno no va a mostrar su credencial, uno va a trabajar como pasa en cualquier parte del mundo. La fotografía se resolvió en un solo día. Fue el sábado 13, llegué por la mañana a la puerta de su casa y a las 11:30 le hice la foto. Antes el juez me tomó una foto. Cuando vas a tomar una foto, te mimetizas con el ambiente donde vas a trabajar (en mi carro tengo varias mudas de ropa). Antes de ir a esta comisión, me puse la ropa más vieja, tenía un polo blanco, un blue jean desteñido y sandalias, para que nadie sospeche que eres fotógrafo porque la chamba en esta ocasión lo exigía, pensé tomar la foto de lejos.
El juez me vio al salir con la cámara que era pequeña. Los dos nos hemos tomado fotos a una distancia de 10 a 12 metros, luego me llama con el dedo, me acerco, ahí baja la ventanilla, no me dijo nada, sacó su pistola y yo saqué mi cámara y le empecé a hacer fotos, él esperaba que me asustara y que no tomara nada si me mostraba la pistola. Pero como soy testarudo le hice todas las fotos posibles. Además mientras me apuntaba con la pistola me amenazaba con bastante aderezo.
El argumento del juez no se sostiene: dice que me apuntó con la pistola porque no me identifiqué, uno no se identifica primero, primero consigues las noticias y luego te identificas.
¿En qué otras ocasiones ha tenido experiencias similares?
En el año 1994, cuando el Ejército iba a retomar el barrio de Raucana, donde vivían miembros de Sendero Luminoso, fui herido de bala en la pierna. Fue una reyerta entre militares y los pobladores. El Ejército desalojó a la prensa y a la policía, yo de terco me metí y comenzó la balacera. Era bravo. Busqué un cuadrado de cemento a modo de trinchera y me fui al otro lado del pueblo y vi a la gente tirada en el suelo por la balacera y yo estaba parado con mi cámara.Luego sentí un roce que me quemaba la pierna pero la bala no me cayó a mí, mató a un señor que estaba detrás. Me salvo una vez más la cámara fotográfica porque la alcé y les dije a los del Ejército, “¡prensa, prensa!”, la cámara pesa.
«En el trabajo me he disfrazado un montón de veces, tengo infinidad de historias, me he escondido dentro de un techo por dos días tomando un tecito en las esteras. Mi sueño es tener un libro donde aparezcan mis hijos que son mis fotos, junto a las anécdotas más representativas. Soy feliz en mi trabajo, puedo pasarme días esperando a que llegue la siguiente historia, entonces cuando me asignan la comisión, siento que me inyectan adrenalina y salgo chino de risa. Gracias a Dios tengo salud y vitalidad. Nací en 1940, así que saca tu cuenta qué edad tengo. He hecho varias exposiciones colectivas con los fotógrafos de Caretas y una individual titulada ‘Caza Mayor'», agrega Saavedra.
Otras imágenes captadas por Carlos Saavedra: