Un peculiar sentimiento que expresa desánimo, decepción y desafío flota entre las filas del centro e izquierda democráticos en el Perú.
Inevitables y aburridas, avanzan las jornadas hacia el balotaje de las elecciones presidenciales y el asunto no es contra quién votar —eso ya se sabe—, sino a favor de quién.
Pese a su extraordinaria capacidad movilizadora, la realidad del día siguiente de las elecciones generales que enfrentaron el centro e izquierda democráticos en el Perú fue la de una disyuntiva gris, simple pero con resabios de ceniza: para evitar el triunfo de Fujimori, hay que votar por Pedro Pablo Kuczynski (como se votó por Humala en 2011 para evitar el triunfo de Fujimori; como se votó por García en 2006 para evitar el triunfo de Humala, con los perentorios argumentos del mal menor).
El problema es que el mal menor de 2016 solo suscita entusiasmo entre los demócratas de derecha (muy bien representados por Mario Vargas Llosa). Pero esos no son muchos.
Para el centro y, sobre todo, la izquierda, la perspectiva de votar por PPK resulta deprimente y hace seductora la idea del voto en blanco.
Pocos olvidan que en el tramo final del balotaje de 2011 Kuczynski respaldó ardorosamente a Keiko Fujimori y, además, a Alberto Fujimori en su mitin de cierre de campaña ante la masa fujimorista que lo vitoreó llamándolo “PPKeiko”.
Para la izquierda en especial, si pudiera poner un rostro al denostado pero impreciso “modelo neoliberal”, ese sería probablemente el de Kuczynski, estereotipado con connotaciones de fortunas hechas a base de transacciones financieras, puertas giratorias entre lo público y lo privado, y decisiones de gobierno para favorecer intereses particulares.
Alertando sobre el peligro de la tentación del voto en blanco, varios intelectuales influyentes han llamado a votar por PPK (“tiene que haber un voto, conscientemente, no diré a favor de Pedro Pablo Kuczynski sino en contra del keikismo y el fujimorismo”, dijo, por ejemplo, Julio Cotler, en entrevista reciente, puesto que “un voto en blanco es un voto a favor de Keiko Fujimori”).
Como en el Perú se conoce bien lo que significa el mal mayor, es probable que las argumentaciones urgentes para escoger el mal menor disminuyan la renuencia de votar por PPK. Pero quizá no lo suficiente; y a como están las cosas, solo la movilización masiva del centro e izquierda democráticos puede llevar a este al triunfo.
Lograr el entusiasmo que haga posible esa movilización es tan fácil como convocar a las masas de trabajadores a un desfile del Primero de Mayo presidido por Tío Rico Mac Pato.
Para PPK, quizá sea el momento de traer a Max Kuczynski en su ayuda. El doctor Max Kuczynski fue el padre de PPK y lleva varios años muerto. Pero si hay una persona que hubiera podido convocar, sin discursos ni arengas, el entusiasmo de las izquierdas de hoy, sería él.
Formado en el vibrante clima intelectual centroeuropeo de la Belle Epoque, remecido como toda su generación por el mortífero huracán de la Gran Guerra, Max Kuczynski se lanzó luego a una apasionada carrera de investigación médica expedicionaria que lo llevó desde las estepas siberianas (en plena guerra civil rusa) hasta el norte de África y las selvas de Brasil y produjo textos clásicos de medicina geográfica y social.
Abandonó Alemania con el ascenso del nazismo y llegó al Perú en 1936, para iniciar, con otros médicos de vanguardia, el desarrollo de la medicina social, primero en la selva y años después en los Andes.
Fue un tiempo director del Leprosorio de San Pablo donde, de acuerdo con un testimonio recuperado por el historiador Marcos Cueto, causó una impresión profunda entre los enfermos por su carencia de miedo, su disposición a tocarlos, examinarlos, organizarlos, reivindicar su condición humana. Los leprosos recibieron al gringo cantando el himno nacional del Perú, en coro dramático de voces heridas, vidas mutiladas que se llevó la selva y el olvido.
Científico intrépido, Max Kuczynski se autoinoculó la bacteria que causa la bartonelosis, o verruga peruana, repitiendo otra autoinoculación previa, en el siglo XIX, la del médico peruano Daniel Alcides Carrión, que resultó letal. No lo fue en el caso de Kuczynski, cuyo trabajo investigativo expresó, inevitablemente, una fuerte crítica social que lo llevó a ser encarcelado tras el golpe de Estado del general derechista Manuel Odría en 1948.
Al salir de prisión, probablemente decepcionado por la corrosiva capacidad de las élites peruanas de empantanar esfuerzos renovadores, Max Kuczynski se ilusionó con las noticias que llegaban del Oriente en 1949 y 1950, con la victoria de las fuerzas comunistas dirigidas por Mao, y se propuso llevar a sus hijos a China para educarlos en esa nueva realidad. Su esposa se opuso firmemente a la idea y el proyecto no zarpó.
Solo se puede especular sobre cómo hubiera sido la vida de un PPK educado en China. Le hubiera tocado la Revolución Cultural. Si la sobrevivía, puedo imaginar al camarada Kuczynski asesorando a Deng Xiaoping sobre cómo lanzar una primera emisión de bonos acromáticos (por aquello de “no importa el color del gato con tal de que cace ratones”), para financiar reformas.
¿Qué pasó del palo a la astilla? Pareciera que poco, pero puede haber sorpresas. El otro día PPK dejó boquiabiertos a sus aliados de derecha y sus adversarios de izquierda cuando aseguró: “Voy a revolucionar la educación del Perú al igual que lo hizo Mao Zedong en China”.
Por las vías sin tiempo por las que algunos padres continúan hablando a sus hijos debe haber llegado un guiño cómplice de Max Kuczynski.
(*) Publicado el 3 de mayo en El País, de España.