La mega campaña de estridente desinformación desatada contra IDL-Reporteros (y en particular contra este periodista), es peculiar. Sus cimientos no son más que gases, los de la mentira, que se revisten luego, para intentar darles cuerpo, con varias capas de falsedades de distinto tono y destino: desde la desgañitada gritería de ‘La Pestilencia’ hasta las sacha entrevistas y comentarios en los programas de la sentina de desinformación que es Willax y sus satélites.
Eso ya ha sido dicho, y también se ha remarcado la burda y torpe naturaleza de ese enrolamiento masivo de mentiras. Lo que se subraya menos es la movilización sin precedentes que supone esa campaña. Cuyos evidentes costos confirman el perfil de sus protagonistas más notorios, a la vez que apuntan a otros todavía ocultos.
¿Quiénes son? Sin duda forman parte medular de aquellos a quienes las investigaciones contra la corrupción realizadas en este siglo, sacaron a la luz, junto con el detalle de sus fechorías.
Ahora, ese grupo percibe encontrarse frente a una ventana de oportunidad única: la de destruir los grandes casos expuestos por el periodismo de investigación y procesados por las fiscalías especializadas. Su estrategia transita por los siguientes pasos:
• Destruir, a través de la difamación, la desinformación y el puro insulto, la credibilidad y el prestigio de los periodistas de investigación que revelaron los casos paradigmáticos;
• Desacreditar a los fiscales que llevaron esos casos; impedirles continuar con las investigaciones y, sobre todo, impedirles litigar su acusación en los juicios inminentes;
• Aprovechar (y esta es su ventana de oportunidad) la acción sistemática del juez Jose Antonio Dias Toffoli, en Brasil, de anular sin mayor razón pruebas vitales en el caso Lava Jato, que llevan a la impunidad de muchos procesados.
Esto último es vital para quienes enfrentan juicios inminentes o programados. Si se anulan las pruebas centrales, los procesos se caen y aterriza el regalo inesperado de la impunidad.
• Pero como la pura impunidad gracias al obsequio del juez Dias Toffoli, no basta, debe precederla (o complementarla, según sea el caso) una campaña de lavado y ensuciado a presión. Esa campaña en paralelo consiste en subvertir y travestir, a la fuerza, fracturando la verdad de los hechos, la narrativa de los casos de corrupción.
En la nueva narrativa, construida sobre los escombros de la verdad, impuesta por oleadas de desinformación y rubricadas por la amenazante ‘Pestilencia’ (en renovada demostración de lo que dijo Solzhenitsyn, que la mentira y la violencia son, al fin, inseparables), investigaciones como las de Lava Jato y Lava Juez, se describen como cínicas formas de persecución a inocentes, libres de toda culpa. Así, mientras esos “inocentes” consiguen una beatificada impunidad, la venganza, precedida por el descrédito, desciende sobre quienes se atrevieron a investigarlos.
Guatemala les enseñó el camino. Para esos grupos, especialmente los de ultraderecha, es una pena que el inoportuno Bernardo Arévalo haya alterado las cosas con su inesperada victoria presidencial. Pero a la vez saben que su posición es precaria y no les quita espacio de maniobra. Si es tan formalista como parece, se le puede arruinar la vida a tinterillada limpia, reducirlo a la impotencia y paralizar su gestión. La coalición de corruptos en Guatemala ha demostrado ser capaz de eso, y de mucho más. Para los cleptócratas del continente, marcó el camino de cómo desmontar y destruir incluso eficientes luchas contra la corrupción como lo hicieron con la CICIG y su trabajo.
Y aquí, para la coalición de corruptos, las cosas están claras también y la campaña de destrucción de la verdad se encuentra en pleno despliegue y ejecución.