El siete de este mes trágico para el periodismo, murió en México Julio Scherer García, uno de los grandes periodistas latinoamericanos del siglo XX. El 2001, cuando la Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada por Gabriel García Márquez, otorgó por primera vez el premio Nuevo Periodismo en la modalidad de homenaje, Julio Scherer fue el primero, con toda justicia, en recibirlo.
En la ceremonia, escribió Scherer varios años después, “García Márquez me entregó el diploma y me dio un beso… Por la noche, en una cena de unos cuantos, decía que era la primera vez y la última, en la que besaría a un varón”. Así y todo, ni el recuerdo del entusiasmo oscular de Gabo llevó a Scherer a dejar de reportar años después la triste información sobre el deterioro del gran escritor. “Su cabeza ya no era la máquina perfecta que había revolucionado la literatura. Dudé hasta el insomnio si debía dar cuenta o no de lo que había visto y escuchado”. Su nota: “Tiempo de llorar a García Márquez”, resolvió la duda, con respeto, dolor, pero verdad.
Scherer, que empezó a trabajar como periodista antes de terminar su primer (y entiendo que último) año de Derecho, perteneció a esa gran generación de periodistas latinoamericanos, autodidactas románticos y apasionados, cultos de vida y de letras, que vivieron el periodismo con un amor perpetuo y riguroso, entregando no solo grandes historias, verdades y verificaciones sino también sinceridades.
No es fácil entender hoy el periodismo que le tocó vivir a Scherer en el México de mitad del siglo pasado (entró como practicante al diario Excélsior en 1949, y casi 20 años después se convirtió en su director). Si de un lado se publicaban textos brillantes en revistas culturales, el periodismo de actualidad política se describía bien como “Una cultura de colusión”, el título de un libro sobre la prensa mexicana editado por William Orme, en la década de los 90.
En 1968, en la cobertura de la matanza de Tlatelolco, bajo la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz, Scherer disonó del coro cómplice de la gran mayoría de la prensa mexicana, que reprodujo sin investigación ni dudas la versión oficial. Excélsior y su flamante director se atrevieron a preguntar y a dudar, en forma que quizá sería considerada hoy hasta tímida, pero que en esos tiempos sonó como una transgresión inaudita. El propio Scherer, en su libro “Los Presidentes” contó así el diálogo con un furioso Díaz Ordaz:
“Llegó la noticia, al fin. El presidente me recibiría en Los Pinos. Llegó también la advertencia: cinco minutos.
Frío, de pie, me felicitó por el año nuevo y me preguntó por mi familia, no por mi trabajo; se interesó por mi salud, no por mis proyectos. […]
–Quisiera que habláramos del 2 de octubre, señor presidente.
–No.
–Le ruego.
–Le repito que no.
–Permítame insistir.
–¿De veras quiere que hablemos?
–Sí, señor presidente.
Ya sentados, el escritorio de por medio, me dijo:
–Sólo una pregunta: ¿continuará en su actitud, que tanto lesiona a México? ¿Continuará en su línea de traición a las instituciones, al país?”
Esa era la forma de entender las cosas para el autoritarismo del PRI. Investigar la espantosa masacre de Tlatelolco significaba traicionar el orden de complicidades públicas y privadas con las que se manejaba, entre otras, a la prensa mexicana.
Scherer duró ocho años como director de ‘Excélsior’. En 1976, el gobierno del presidente Luis Echeverría (sucesor de Díaz Ordaz), alentó una revuelta interna en el diario, que llevó a la salida de Scherer y un grupo de estrechos colaboradores.
Ese mismo año, Scherer fundó ‘Proceso’.
Vicente Leñero, el notable periodista que acompañó a Scherer en la salida de Excélsior y la fundación de Proceso, donde fue subdirector, resumió así (en su artículo “35 años alrededor de Julio”) las presiones del gobierno de Echeverría por evitar o postergar la salida de Proceso:
“Francisco Javier Alejo, secretario de Patrimonio Nacional, pintó brevemente el panorama de un país necesitado, urgido, en estos momentos de crisis económica y política, de la plena confianza de la ciudadanía en su gobierno. […] “Con la publicación de ese semanario –continuó Alejo– ustedes intentan alterar el orden asumiendo una postura frontal contra el presidente Echeverría. Y el gobierno no puede permitirlo. […] Atacar al presidente es atentar contra el Estado”. […]
Francisco Javier Alejo pedía por lo tanto a Julio Scherer desistir de la publicación del semanario, o aplazar cuando menos su fecha de salida para no obligar al gobierno a poner en funcionamiento sus mecanismos de seguridad.
–¿Así les dijo?
–Así nos dijo. […]
–¿Y tú qué respondiste?
–Que Proceso saldría el 6 de noviembre –dijo Julio”.
Desde 1976 hasta hoy, Proceso no paró en el periodismo de duda, de crítica y de investigación que, entre muchos otros logros, resquebrajó la prensa de cortesanía y la ‘cultura de colusión’.
Fueron largos años de esfuerzo y resistencia. El boicot publicitario y la exclusión de fuentes fueron constantes. Proceso lo contrapesó con un periodismo intrépido, de crítica y denuncia que le permitió no solo sobrevivir sino acrecentar en el tiempo la confianza de sus lectores.
Al frente, el enérgico estilo de Scherer, su impaciente curiosidad, propulsó a la revista. Carlos Monsivais lo describió así:
“Si uno conversa con Scherer, necesita responsabilizarse de lo que dice. […] Scherer siempre condiciona la entrega de su tiempo, atiende a lo que se dice, le impacientan al extremo los momentos muertos, rechaza la placidez de los lugares comunes, ofrece argumentos, extrae de su conocimiento perfecto de las situaciones mexicanas o de su acontecer familiar las anécdotas que le dan realce al diálogo. […] No concede reposo, si elogia es para darle incentivos a quienes lo escuchan, quiere informar porque le interesa democratizar el conocimiento, escudriña las frases para ver si detrás de lo obvio aparece lo significativo, y es intenso y exhaustivo sin jamás disminuir la cordialidad.
Demasiado al mismo tiempo, una forma como otras de iniciar una leyenda”.
A diferencia de otros directores, Scherer jamás dejó de ser un reportero, y conforme crecía en años crecían sus reportajes, en libros (publicó 22) y en la revista. Septuagenario y hasta octogenario, Scherer siguió afrontando rutas, riesgos y esfuerzos para lograr entrevistas únicas. Recibió críticas periodísticas por algunas de ellas –como la que hizo en abril de 2010 al capo del cartel de Sinaloa, Ismael, “el Mayo”, Zambada–, pero todas, hasta en el hecho mismo de su realización, fueron reveladoras. El propio Scherer lo expresó así: “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…”. De repente no fue su expresión más original, pero sí invariablemente sincera.
La sinceridad, aunque resultara dolorosa, definió su relación con los lectores y se mantuvo, en su trascendente honestidad, hasta la hora de cierre de la vida.
Primero fue la reseña breve de la partida anunciada de su más cercano colega y amigo, Vicente Leñero:
“Escuché a Vicente Leñero por teléfono, la voz lenta, húmeda:
‘Llegó nuestro tiempo, Julio. Tengo un tumor en el pulmón. Cáncer. Los médicos me dan dos años de vida’.
Vicente me evitó una respuesta que habría sido superflua. Simplemente se retiró del teléfono”.
Y la crónica lúcida y triste del cuerpo que lo abandona y de las oscuridades precursoras, en la nota final: “Morir a tiempo”, que termina así:
“Pasaron semanas, meses, desvalido en una cama de hospital instalada en mi recámara. Poco a poco recuperé la pasión por las personas que me son entrañables y a su lado disfruté de horas plenas. Pero al cabo de un tiempo regresaba a mi entorno el cielo sin colores. […] Al director de la revista, Rafael Rodríguez Castañeda, lo llamaba con prudente regularidad. Admiraba su ímpetu y su carácter. También un cierto estoicismo. Se acostumbró y nos acostumbramos todos al cerco de silencio que el gobierno y casi todos los medios habían decretado contra la revista. […] Yo me había prohibido pensar en el trabajo a largo plazo. Considerando que habría sido como girar sobre mí mismo para terminar en el punto de partida.
Acariciaba una frase: morir a tiempo”.
Si el pesar de la despedida articulara una respuesta a Julio Scherer, ella sería que su morir a tiempo fue un morir temprano.