Todo desafío intenso y prolongado necesita la mirada de la memoria para apreciar su esfuerzo en el tiempo. No solo los logros (y los fracasos) sino sobre todo la ruta de sus procesos.
Hace más de siete años, los periodistas de IDL-Reporteros decidimos abocarnos de manera preferente a la investigación del caso Lava Jato.
Supimos desde sus inicios, en 2014, que Lava Jato tenía el potencial para convertirse en la mayor investigación sobre corrupción corporativa en la historia del Perú y quizá de América Latina.
Los obstáculos que enfrentaba la investigación eran inmensos y nada garantizaba un resultado exitoso. Penetrar los secretos enmarañados en multitud de transacciones ocultas, acuerdos clandestinos, riquezas subrepticias, era tan azaroso como para parecer imposible.
Alguna fuente experimentada, que miraba desde la distancia de un cinismo ilustrado los esfuerzos investigativos de IDL-R, me describió la, en su opinión, insuperable desigualdad que nos tocaba enfrentar.
– Ustedes hacen cola para sus visas o con sus visas. Las [corporaciones que investigan] le dan la vuelta al mundo varias veces al día. Ni las vas a ver pasar.
Era mejor concentrarse, sugirió, en investigaciones locales. Por ejemplo en jueces, fiscales, policías o militares corruptos; esos que venden sentencias, alteran investigaciones, le roban rancho a la tropa o gasolina a la nación; extorsionan a transportistas o comerciantes…
Ahí no jugaban las visas ni las fronteras ni los esperantos financieros. Esa era la liga en la que se podía competir. Lo otro era meterse en cosas mayores, para las que no había posibilidad, ni ruta ni llegada.
La observación se ve hoy miope y absurda, pero entonces sonaba realista; aunque, como sucede con expertos que saben enmascarar una cierta pereza, no del todo bien informada.
El periodismo de investigación avanzó desde inicios del siglo y con creciente eficacia, en multiplicar sus fuerzas a través de redes colaborativas. Ya había logrado investigaciones de impacto sobre escándalos financieros internacionales; y, como sucede en esos procesos, un éxito llama al siguiente, una colaboración a la otra y una filtración a otra mayor.
El caso Lava Jato, que pese a esas advertencias convocó nuestro esfuerzo, tuvo características propias que llevaron a estrategias diferentes. No fue el caso de una red en busca de una investigación sino la de una investigación en busca de una red.
En Brasil, la Fuerza de Tarea de la procuraduría (fiscalía) federal, había logrado resultados fulgurantes en poco tiempo de investigación, pero enfrentó también frustraciones. Fue a partir de algunos avances frenados por la falta de cooperación de otros países, que empezamos con la investigación en red del caso, fuera de Brasil. Lo hicimos primero en colaboración con La Prensa de Panamá; luego, cuando nuestro avance logró mayor alcance y rapidez, incorporamos a colegas de otras naciones, cuya comprobada destreza e integridad robusteció el impacto y progreso de la investigación.
El avance está narrado en las “Crónicas de investigación estructurada” y en las notas que cada uno de los miembros de la Red ha escrito para contar, reportar y evaluar lo logrado en nuestras naciones y en el continente.
Como sucede con toda investigación, en especial las de crímenes, se pasó de intuir y entrever a saber y a probar. Fue un proceso largo, todavía inconcluso, que reveló desde estructuras ocultas y organizaciones secretas hasta nombres, cuentas, montos; y que al hacerlo cambió la historia.
Detrás de la realidad aparente, salió a luz otra oculta tras puertas secretas virtuales y recovecos clandestinos. Ambas orgánicamente unidas por ductos hasta entonces invisibles. Ese sistema, el de la sociedad abierta y la secreta, creó el sistema gracias al cual se aseguró la administración y reserva de las fortunas robadas a la gente; y se alimentó y orientó las decisiones sobornadas de gobernantes nacionales y regionales; se pagó y comprometió las campañas de candidatos con probabilidades; y se hinchó el lucro y la fortuna de las empresas y empresarios que participaron en ese esquema.
El proceso de investigación, con todos sus problemas, puede describirse como una fascinante narrativa de exploración y descubrimiento de datos y frases no tan alejados de las que abrieron las puertas de la cueva de Ali Babá, y que en nuestro caso descifraron, cuantificaron y nombraron a actores principales y secundarios de la corrupción en América Latina.
Fue una investigación cuyo éxito requirió el avance en paralelo del periodismo investigativo con la investigación fiscal. Fuera de Brasil, el periodismo de investigación logró los primeros grandes avances que hicieron posible luego un rápido progreso fiscal. A su turno, las fiscalías especializadas dispusieron de medios que permitieron concretar resultados de dramática contundencia.
Hubo un factor adicional sin el cual hubiera sido muy difícil lograr las revelaciones sin precedente que se consiguió. La opinión pública en varias naciones, pero sobre todo en Brasil y Perú, fue galvanizada por las investigaciones y se movilizó en un respaldo intenso y vehemente a ellas. Pasar de la resignación amarga a la endémica presencia de la corrupción a contemplar cómo las investigaciones llegaban con acierto a lo más alto, y acusaban con pruebas a los hasta entonces intocables, despertó en la gente la exaltada esperanza de que, por fin, se iba a lograr avances profundos y permanentes contra la corrupción.
Muchos pensamos igual. Yo entre ellos. Creí que habíamos dado un paso decisivo hacia una sociedad mejor. En Brasil los procuradores federales de Curitiba publicaron una lista de reformas –legales casi todas– que llevarían a una república más íntegra y honesta.
No fue así. El titánico esfuerzo no fracasó, pero terminó empantanado. La blitzkrieg anticorrupción de ayer pasó al conflicto atollado en los lodosos humedales de hoy.
¿Por qué? Por varias razones.
En Brasil se cometieron errores en la investigación que frenaron unos esfuerzos y descarrilaron otros. El juez Sergio Moro fue absorbido y luego descartado por el gobierno de Bolsonaro. La Fuerza de Tarea de Curitiba fue disuelta y la contraofensiva de los sectores perjudicados por el éxito anterior de aquellos, sobre todo dentro de su propia institución, se desató y continúa.
En Perú, sobre todo, y en otras naciones también, el impacto de la peste fue devastador. Al lado de sus urgencias y calamidades, los avances o retrocesos del caso Lava Jato perdieron importancia y apoyo popular.
En ese contexto avanzó la contraofensiva ya desatada de las personas y grupos afectados por las investigaciones. Basada en una estridente, histérica e intimidante desinformación, la campaña unió filas con, sobre todo, las corrientes ultraderechistas y reaccionarias movilizadas en el hemisferio y fuera de él.
Aquí en el Perú, esa tormenta perfecta de opacidad y barro condujo a la elección en 2021 entre dos fuerzas antidemocráticas y alérgicas a la verdad.
Con el triunfo de Pedro Castillo se pasó de la corrupción de tiburones a la de pirañas. Dado que los grandes depredadores estaban neutralizados, (así sea temporalmente), el ecosistema eclosionó con jaurías y enjambres de corruptos de menor calibre y capacidad, pero con la enorme voracidad de quien, casi sin saber cómo, se encuentra de súbito en el tope de la cadena trófica de la corrupción.
Son cosas del pantano. En él estamos.
Pero nada obliga ni condena a la nación a residir en la ciénaga.
La exitosa lucha contra la corrupción en el caso Lava Jato fue posible gracias a la movilización popular, sin la cual muy poco se hubiera logrado.
Construir de nuevo, en los hechos, esa coalición virtuosa, movilizada bajo las banderas de la democracia y los principios fundacionales de nuestra república, que solo han ganado actualidad con el tiempo, abriría pronto los drenajes y el camino de salida del pantanal.
Como lo hizo en Lava Jato, IDL-R empeñará todo su esfuerzo para que su periodismo investigativo esté a la altura de sus retos.