El once de abril la gente votó y la peste mató. La gente actuó confusa, la peste no.
Entre llantos aturdidos y defensas desplomadas la asesina silenciosa mató ese día sin descanso.
El número real de víctimas del Covid-19 puede calcularse con precisión funcional contrastando los promedios pre-pandemia de fallecimientos por muerte no violenta registrados en el Sistema Informático Nacional de Defunciones (SINADEF). En tiempos normales, los números de muertes se mueven dentro de un rango relativamente estrecho. Cuando suceden eventos inesperados y anormales, como una pandemia, el exceso de muertes sobre los promedios y tendencias normales muestra (si no ocurre otra calamidad en paralelo) el número de víctimas atribuibles a la peste.
En los dos años previos al Covid-19, 2018 y 2019, el número de muertes no violentas el día 11 de abril fue de 257 y 285 respectivamente. El 11 de abril de 2020, cuando la pandemia se empezaba a disparar, murieron 355 personas. Pero el 11 de abril de 2021 murieron 1,121 personas.
Si el promedio de muertes el 11 de abril de 2018 y el de 2019 fue de 271 personas, el número de muertes por causa del Covid-19 el 11 de abril de 2021 puede calcularse en 850 personas.
Ninguna guerra, interna o externa, ninguna catástrofe natural ha cobrado tantas víctimas.
Cerró así la semana más letal desde que empezó la pandemia. Ni en los peores meses de 2020 murió tal número de personas en una semana.
En la semana previa, cada día marcó cifras altísimas de muertos. El 3 de abril murieron 798 personas por el Covid-19; el 4, 841; el 5 de abril, 901; el 6, 866; el 7, 859; el 8 de abril, 834; el 9, 939; el 10, 847. Y el 11 de abril, mientras se elegía lo que se eligió, murieron 850 personas.
El número de muertos por la peste en 2020 es de 99 mil 880 personas. En los primeros tres meses y pico de 2021 ya hay 64 mil 252 víctimas mortales. Hasta los primeros días de esta semana, el Covid-19 ha matado a 164 mil 132 personas en el Perú.
Ninguna guerra, interna o externa, ninguna catástrofe natural ha cobrado tantas víctimas. Los daños colaterales, especialmente a la economía, son tremendos. La peste –como sucede con toda epidemia– ataca con mucho mayor ferocidad a la gente pobre, con ingresos muy disminuidos o cortados del todo; con la perspectiva cotidiana del hambre y la debilidad acentuada ante cualquier otra enfermedad o desgracia.
Es una emergencia cuya gravedad iguala o supera la de una guerra contra un enemigo poderoso.
Sabemos ya que la manera de derrotar al Covid-19 será mediante la vacunación masiva de la población. Cuando menos por un tiempo. Pero sabemos –porque lo hemos visto en casos de vacunación acelerada en países como Israel o Chile– que la caída de casos solo se hace significativa cuando se alcanza los dos tercios de la población vacunada. Antes de ello, los contagios pueden seguir desbocados, como pasó en Israel y como pasa ahora en Chile.
Nosotros estamos, además, entre los coleros en la carrera por la vacuna. Avanzamos a la velocidad de una tortuga con muletas; y aunque logremos acelerar procesos, el alcanzar y superar los dos tercios de la población vacunada tomará muy largos meses.
Mientras tanto, las defensas pasivas frente al Covid-19, (camas de hospital con oxígeno, unidades de cuidados intermedios y unidades de cuidados intensivos) están resquebrajadas, inundadas por la demanda desesperada de los doblegados por la peste, que, sin lograr ayuda, marchan, salvo los pocos que lograrán salvarse, hacia la muerte.
Como puede verse en este cuadro, la situación ya es peor que en los momentos más trágicos de la pandemia el año pasado.
Y las muertes en abril corresponden solo a los primeros once días del mes.
Entonces, con los contagios desbocados, la vacuna lejana, los hospitales inundados y los muertos que, por aturdida que esté la sensibilidad de la gente, acusan nuestra desidia ¿qué queda por hacer?
De un lado, las medidas patéticas de quienes luchan contra un incendio con pistolas de agua: mejoras graduales en la provisión de oxígeno, algunas camas UCI más, unos nuevos contratos de compra para las vacunas distantes que se presentan como la reacción razonable, mesurada y, sobre todo, “científica”, ante la peste. Ese ha sido el camino al desastre actual que enfrentamos (incluidas las elecciones).
De otro lado, lo que empezó a hacerse y no debió haberse interrumpido –pero se interrumpió– es una movilización nacional para proporcionar tratamientos tempranos, en el primer nivel de atención, desde las postas hasta las casas, con los medicamentos de segundo uso que hayan mostrado mayor eficacia en la práctica clínica.
Eso se hizo el año pasado en el Perú, sobre todo con los megaoperativos Tayta, los que –después de la desastrosa estrategia inicial de Vizcarra (aconsejada y propalada por las principales agencias de salud pública internacional, hay que decirlo)– fueron puestos en marcha en la segunda mitad del año con dramáticos logros en la reducción de los contagios. Aquí, los que han intentado, y logrado, sabotear la importancia de los tratamientos tempranos, buscaron explicar esos resultados, entre otras cosas, con la idea de “inmunidad de rebaño”. ¿Y dónde quedó la inmunidad de rebaño en la segunda ola? Los éxitos de los operativos Tayta fueron estudiados en detalle fuera del país y sirvieron para armar estrategias de acción temprana que han logrado también éxito remarcable en otros lugares del mundo.
Gran parte de ese éxito estuvo basada en el uso de la ivermectina en la profilaxis y el tratamiento temprano del Covid-19.
Su uso soportó una ofensiva en varias partes del mundo (y, por supuesto, aquí) que buscó desacreditar la eficacia de la ivermectina frente al Covid-19, con argumentos que se expresaban con afectado desdén “científico”.
Uno de quienes ha practicado más el estilacho snob de desdén “científico” es el presidente Sagasti.
Por las decisiones que acompañaron esa actitud, se interrumpió los megaoperativos Tayta (y en las pocas acciones llevadas a cabo no se repartió ivermectina) desde noviembre. La curva de contagios y de víctimas empezó, como se ve, a subir de inmediato.
Ahí no paró el autosabotaje. A fines de marzo, cuando se descontrolaba el incendio epidémico, el ministro de Salud, Óscar Ugarte, dispuso el retiro de la ivermectina de las medicinas proporcionadas por el Minsa.
Ante el peligro que ello supone, un grupo de médicos notables, gran parte de ellos en la primera línea de lucha contra el Covid-19 firmaron una carta al ministro Ugarte, pidiendo un cambio de estrategia basado en el énfasis intenso en los tratamiento primario con base en medicamentos de segundo uso, con probada eficacia en el tratamiento primario del Covid-19.
Aquí está el cargo de entrega de la carta:
Y aquí está el texto completo de la carta:
Hasta ahora, el ministro Ugarte ni siquiera ha acusado recibo de la comunicación.
¿Se trata de una discusión que contrapone a serios científicos frente a vehementes empíricos con más entusiasmo que conocimiento?
En absoluto. La cantidad de estudios científicos sobre la eficacia de la ivermectina contra el Covid-19 es grande y sólida. Los que se oponen a ella no pueden discutir la evidencia sino solo calificarla como débil o insuficiente. Eso es lo que sucedió con la última decisión del panel de la OMS de “no recomendar” el uso de la ivermectina fuera del contexto de estudios clínicos.
Esa decisión ha sido duramente criticada por eminentes médicos y científicos, que compilan y exponen los estudios que demuestran, una y otra vez, la eficacia de la ivermectina en la lucha contra el Covid-19.
Uno de los argumentos recurrentes de los negacionistas ha sido el desvalorar esos estudios, los que prueban la eficacia de la ivermectina, arguyendo que, en su mayoría, no cumplen con los requisitos de una investigación de alto nivel: Ser llevada a cabo por un centro de alta reputación internacional, con metodología que incluya placebos, doble ciego, randomización.
Pues bien: a continuación va la exposición de su estudio sobre tratamiento temprano con ivermectina que hace el doctor Eli Schwartz, catedrático principal de medicina de la universidad de Tel Aviv, experto en enfermedades tropicales en el Instituto Sheba del hospital Tel Hashomer, en Israel. Schwartz explica el trabajo, la metodología y las conclusiones en una entrevista en inglés difundida por tratamientotemprano.org. Los subtítulos en español de esta versión abreviada han sido hechos por IDL-Reporteros.
¿No es este, acaso, un trabajo impecable, hecho con todo rigor metodológico en una de las instituciones médicas (el instituto Sheba en Tel Hashomer) más avanzadas y respetadas en el mundo?
Como especialista en enfermedades tropicales y en medicina del viajero, Schwartz conocía bien la ivermectina y pudo decidir con criterio experto las dosis apropiadas para el estudio. Los resultados fueron inequívocamente favorables al uso temprano de la ivermectina para el tratamiento del Covid-19.
Hay muchos otros estudios sobre la acción de la ivermectina, algunos en campos que no cubre Schwartz, como el de la profilaxis. En este último aspecto, el trabajo del médico argentino Hector Eduardo Carvallo, es no solo contundente sino de vital importancia. Carvallo demostró la gran utilidad profiláctica de la ivermectina en prevenir infecciones de Covid-19. Si su método se difunde y aplica puede salvar miles de vidas hasta que la vacuna pueda ser aplicada masivamente.
En el Perú, la experiencia exitosa de algunos de los médicos con mayor renombre en sus especialidades en el tratamiento de pacientes con Covid, debe ser estudiada y tomada en cuenta. Son algunos de los nombres más prestigiosos en la medicina peruana, que han salvado a centenares de personas (algunas de ellas con muchas vulnerabilidades) mediante el tratamiento temprano con ivermectina (y en otros casos con hidroxicloroquina).
Ni la ivermectina ni ninguna otra medicina, incluyendo a las más caras, es perfecta. Pero es barata, es eficaz y, sobre todo, es lo que hay por ahora. Estamos en medio del equivalente de una guerra dura y cruel, en batallas en las que sufrimos terribles bajas. En este trance, tenemos la posibilidad de utilizar esta medicina como arma eficaz y, por ahora, no mucho más.
¿Por qué no la usamos? ¿Por qué no intentamos salvar vidas que de otro modo se perderán trágicamente? ¿Porque algunos pedantes en organismos internacionales no se ponen de acuerdo en “recomendar” su uso, sin considerar la opinión de médicos y científicos de igual o mayor nivel que utilizan con éxito la ivermectina día tras día?
¿Qué se haría en una guerra en la que escasearan las armas para enfrentar a un enemigo poderoso? En la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra buscó producir con rapidez armamento sencillo, de bajo costo, que pudiera ser distribuido masivamente, tanto en Inglaterra como en los crecientes movimientos de Resistencia en Europa continental. El resultado fue la subametralladora Sten. Baratísima y sencilla, con una propensión a encasquillarse en los momentos menos indicados o dispararse espontáneamente en otros. Pero que servía muy bien en la mayor parte de los casos, especialmente a corta distancia.
Se fabricaron casi 5 millones de Stens durante la Segunda Guerra. ¿A alguien se le hubiera ocurrido parar la producción hasta producir el arma perfecta? Hubiera terminado en un consejo de guerra. Se podía odiar a la Sten, pero igual sirvió, para resistir primero y contribuir a ganar la guerra después.
En términos epidémicos, esta es una situación similar. Antes de que se logre vacunar a todos, se necesita la medicina barata y asequible para la profilaxis y el tratamiento temprano, que salvará vidas, desocupará hospitales, bajará contagios, permitirá normalizar en parte la sociedad y, finalmente, hará mucho más fácil y eficaz la vacunación. No usarla es dejar que mueran miles de personas a quienes se puede salvar. Y eso es un crimen.