La primera vez que me hicieron una entrevista, al menos desde que comencé a publicar novelas, fue para Emilio Camacho en un blog cuya temática era sobre literatura fantástica, llamado El cuervo sobre palas. Aquella vez, la pregunta de “cómo un militar puede escribir novelas”, resultaba obvia. Hoy, después cuatro novelas y varios libros de historia castrense, relatos y artículos; la pregunta que me hace quienquiera es: “cómo un militar puede ser escritor. Escribir es un asunto de sensibilidad ¿no?”.
Y es que ser militar también es un asunto que requiere de sensibilidad. Jugar con un sinnúmero de variables a diario. Recuerdo que el 2002, la primera vez que ingresé a lo que hoy se llama VRAE o VRAEM, comencé a oír de los comandantes las múltiples restricciones a las que haríamos frente en combate, como por ejemplo, no dispararles a los menores de edad. La gran pregunta era: “¿y cómo puedes distinguir a un menor de edad que te dispara en plena selva?”. Sabía y lo comprobaría después, que los pioneros no le daban tregua a nadie.
El primer sentido de sensibilidad es, el control del pulso del dedo sobre el disparador de tu fusil. Y prepararte para que, después de sobrevivir a una explosión, distingas entre el enemigo a quien tenga menos de 18 años.
Claro que aquello dista mucho de los factores necesarios para escribir. Estos tienen que ver con la vida múltiple que uno va llevando en los cuarteles, en que se camina, se estudia y se interactúa con la variopinta sociedad peruana. Inicié mi periplo en Huancané (Puno) y menos de seis años después, ya estaba en el otro extremo: Zarumilla (Tumbes). En ese tiempo, conocí decenas de oficiales que habían estado en campaña: contra el Ecuador o el terrorismo; sea en el peligroso Huallaga, en Junín, Cerro de Pasco, Ayacucho, San Martin, Pucallpa o en el mismo Lima, donde los toques de queda o intervenciones a los cerros que circundan la capital, hacía que los servicios sean de nunca acabar y los índices de divorcios o baja por estrés postraumático, se incrementaran.
Cada hombre fue haciéndose una historia. Y parece que me fuera persiguiendo, como un imán. Conforme los relatos se van haciendo más visibles a través de Diarios de Guarnición, en los lugares menos pensados o de quienes menos sospecho, las experiencias saltan a la palestra. Así, casi he podido reconstruir el extenuante capítulo del cerro Bidón en Vizcatán, relatado por sus protagonistas, las tropas del Batallón Contraterrorista N° 42, y que iré publicando paulatinamente. Lo interesante es que van desde lo verdaderamente grave hasta lo cómico. Desde hombres que se despiden de su compañero diciéndole que dejó dinero en su ropero y se lo entregue a su madre, hasta cosas como, una noche, caminaba de retorno a mi base y me di cuenta que la tropa apretaba el paso y comenzaba a diseminarse. Entonces, le mandé a decir al hombre en punta porque se apuraba y me respondió:
— Es que queremos llegar a ver Pobre Diabla, una telenovela nacional protagonizada por Angie Cepeda y Salvador del Solar.
Y también está la irrealidad, que tanto me llama la atención. Uno de los episodios más tristes, la emboscada de Sanabamba, no solo tuvo consecuencias militares, sino espirituales. Se evacuaron patrullas completas debido a posesión demoniaca o psicosis colectiva, (según como se quiera ver) con alterados soldados que gritaban fuera de sí. Un coronel me relató cómo se le erizaron los pelos cuando, al subir a uno de estos hombres a un helicóptero para llevarlo a Pichari, una fuerza invisible trató de arrebatárselo, jalándolo de las piernas.
La solución traspasó los conocimientos de los manuales tácticos de combate: por un lado se trajo un sacerdote católico para que bendiga el cerro y, por el otro, se contrató a un viejo brujo picharino que “curó” el mismo cerro a través de un conjuro en que se empleaban papayas y en el cual se reveló que los senderistas le “pagaron” al cerro con la sangre de los soldados asesinados, lo que le daba una explicación científica a lo paranormal.
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Por el corazón de Cusco: en estos días, tuve la oportunidad de adentrarme por la ruta que sale desde Kimbiri e ingresa por Echerate, Kepashiato y Kiteni (las poblaciones más grandes del trayecto) hasta llegar a Quillabamba. Es un hermoso paraje, con una zigzagueante pista asfaltada la cual ha sido construida a orillas de varios ríos, entre estos el Vilcanota. Hay muchas cataratas, comunidades nativas y formaciones geológicas impresionantes, como el cerro Pan de Azúcar. Para un viajero de aventuras debería ser una delicia. Tan delicioso como el café de estos lugares, cuyo aroma voy a llevarme en la nariz siempre y siempre con la curiosidad de no comprender por qué la gente no toma el café que ellos mismo producen.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.