Para entender la magnitud de la epopeya humana que significó la gesta emancipadora, a inicios de diciembre cuatro jóvenes peruanos se propusieron unir campos de batalla de la independencia… en bicicleta. La Ruta del BICIntenario salió el 2 de diciembre de la localidad costeña de Huaura, escaló a Cerro de Pasco, atravesó la meseta de Bombón –escenario de la batalla de Junín– y recorrió el valle del Mantaro, hasta llegar en dirección al sur, cinco días después, a la pampa de la Quinua, en Ayacucho –teatro de la última y decisiva batalla de la Independencia. En total, 752 kilómetros por la geografía descomunal e implacable de los Andes, por la que marcharon los libertadores. Aquí la primera jornada: de Huaura a Oyón.
Los ciclistas avanzan a 45 kilómetros por hora por la recta que corta como un cuchillo los cañaverales de la empresa azucarera Andahuasi. Los dos varones pedalean adelante, las dos mujeres, atrás, “chupando rueda”, como se dice en argot ciclístico. Se trata de una técnica precisa y de uno de los principios básicos de ese deporte: protegerse del viento y administrar la energía. Los ciclistas punteros dan la cara al viento, mientras que los perseguidores, a centímetros de la llanta trasera de los primeros, avanzan sin confrontar mayor obstáculo. La formación del pelotón varía según las condiciones del viento, de cubo a rombo o a fila india, sin que medie una palabra entre sus integrantes. Los ciclistas del BICIntenario pedalean sostenida y rítmicamente rumbo al túnel del tiempo.
Son Royner Navarro, 28, ayacuchano, campeón nacional de ciclismo de ruta y el primer atleta en clasificar al Perú a las Olimpiadas en esa disciplina en tres décadas; Romina Medrano, 21, de Huancayo, integrante de la selección peruana de ciclismo; Caroline Lindsay, 42, limeña, triatlonista; y Erik Baumann, 37, limeño, ciclista amateur y sicoterapeuta.
En una hora y media el cuarteto ha recorrido los 60 km que separan a Huaura de Sayán. En el puente sobre el río Huaura, sombreado por grandes eucaliptos, dan la vuelta en L y lo atraviesan festivamente. Los ciclistas están en su elemento. Frenan en el primer restaurante con el que tropiezan. Son las nueve y media del último 2 de diciembre. Sayán es un pueblo llano y sus pobladores se dedican fundamentalmente a la agricultura. El escudo de armas de la localidad es igualmente sencillo: una montaña tras la cual emerge el Sol. La inscripción escrita en el arco superior reza: “Libertad bajo el sol”. El espíritu del prócer de la independencia José Faustino Sánchez Carrión parece mecer las hojas de las poncianas en la plaza de armas, con una suave brisa.
En 1822, Sánchez Carrión escribió –bajo el seudónimo del Solitario de Sayán– un elocuente manifiesto a favor de la República como forma de gobierno. El pronunciamiento fue leído en una accidentada e histórica sesión de la Sociedad Patriótica, foro convocado por Bernardo Monteagudo, operador político del general José de San Martín y a esas alturas de la guerra de la independencia, a favor de un régimen monárquico, si bien autónomo de España.
La historiadora Natalia Sobrevilla Perea establece aquí las primeras correlaciones: la montaña detrás de la bonita iglesia en la plaza tiene el mismo perfil que aquella en el escudo de armas. Sobrevilla ha volado desde Londres hace apenas 48 horas para sumarse a la Ruta del BICIntenario. Ella ejerce la cátedra de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Kent, y es autora de numerosas investigaciones sobre la independencia del Perú. Recuerda que, en la década de 1950, Raúl Porras Barrenechea hurgó en los archivos de Sayán en busca de alguna evidencia que acreditase la presencia de Sánchez Carrión en la localidad, sin fortuna. Sobrevilla camina alerta por la plaza. El Libertador San Martín durmió, se supone, en Sayán. La casa que lo alojó ha sido demolida por la municipalidad; solo queda la fachada. Los trabajadores están en huelga desde hace un mes por falta de pago. Un telón negro de plástico que cubre la obra se infla con el viento mañanero. Sobre el mismo paralelo de la casa donde pernoctó el Libertador, a la otra vera de la plaza, está plenamente operativa, en cambio, la tienda donde se producen y venden los afamados alfajores de Sayán. Compramos seis paquetes de doce que serán administrados a lo largo del viaje a los ciclistas, como obleas patriotas, hasta la pampa misma de Ayacucho.
Los deportistas retoman la ruta. Penetran en la quebrada silenciosamente. Las montañas se estrechan y la pendiente se acentúa. Hay poco tránsito. La temperatura alcanza los 33 grados centígrados. Romina Medrano siente la pegada. El doctor Roberto Accinelli, director del Instituto de Investigaciones de la Altura de la Universidad Peruana Cayetano Heredia –que junto con tres estudiantes de medicina acompañan en un carro a la expedición–, expondrá luego una teoría. Mientras, la solidaridad, otro valor esencial del ciclismo en equipo, se pone en práctica. Royner Navarro engancha la bici de Romina con una cámara de llanta y hala a la compañera debilitada, una expresión de potencia singular. El campeón nacional abre la marcha cadenciosamente. Faltan cinco horas para llegar al pueblo de Oyón, encaramado a 3600 msnm como un nido de cóndor, a tres kilómetros de altura por ascender. Los ciclistas del BICIntenario son centauros vestidos de licra.
Camino a Oyón, la erupción geológica de la cordillera de La Viuda no permite campos de cultivo. Farallones asombrosos, de piel áspera, cactus prendidos del vértigo. A cada curva se abre una nueva perspectiva, y empinado sobre la impactante cadena montañosa que la precede asoma altivo, a pecho descubierto, otro coloso. La cicatriz en zigzag de caminos subalternos delata la presencia de minas en las cumbres. Los ciclistas encaran resueltamente las pendientes, izados sobre sus pedales. Con cada pedaleada van introduciéndose en el ojo de la cerradura de la Historia.
En mayo de 1821, el general patriota Juan Antonio Álvarez de Arenales, al mando de unos tres mil hombres, salió también de Huaura y marchó por estas mismas estribaciones andinas para sorprender al ejército realista en Cerro de Pasco. Los soldados escalaron a pie o a lomo de mula por caminos de herradura, o por el propio camino inca, hasta las cumbres nevadas. Doscientos años después, los ciclistas de la Ruta del BICIntenario les pisan los talones.
Los ciclistas revivieron el padecimiento, la audacia, la nobleza y el rigor físico que significaron estas campañas en un territorio tan descomunal e implacable como los Andes. Narró el general Guillermo Miller en sus Memorias: “Los indios son muy fuertes de piernas y capaces de resistir grande fatiga. Sus jornadas a pie son verdaderamente asombrosas; y cuando sirven de guías, andan una grande distancia a razón de veinticinco leguas al día”. Una legua equivale 4,8 kilómetros; es decir, caminaban unos 120 km diarios. Y no existían las bicicletas ni los camiones portatropas.
Esa es la misma distancia que separa el puerto de Huaura de Oyón, la primera desafiante jornada de la aventura.