A mediados de la semana pasada me llegó a IDL una carta notarial de Luis Gonzales Posada, en respuesta a una previa comunicación mía, igualmente notarial, conminándolo a retractar lo que declaró cuando se produjo el suicidio de Alan García.
Esto fue, entre otras cosas, lo que dijo:

Fue en la práctica una instigación al crimen, pronto reproducida por algunos fanáticos y varios bribones, gente como José Barba o Héctor Becerril, por ejemplo, que expectoraron lo siguiente:
En su carta notarial de respuesta, Gonzales Posada dedica varios párrafos a una suerte de exégesis de sus declaraciones (… «lo que quise manifestar…») antes de abordar el fondo del asunto:
¿Es esta una retractación en forma pese al refugio en lo ‘figurativo’ para no tener que enfrentar las consecuencias de lo “imputativo”, que él mismo define como ‘absurdo y difamatorio’?
Pese a sostener que no poseo “tolerancia ante la crítica”, Gonzales Posada añade que no tiene “problemas en ofrecer” las satisfacciones que demando.
En párrafos previos, sin embargo, Gonzales Posada no se define como literato figurativo sino como – aparte de político y militante del Apra– persona que escribe “numerosos artículos en la prensa escrita” y que brinda “declaraciones a medios digitales y radiales con frecuencia, lo cual demuestra que ejerzo una función periodística”. En tal condición, reclama que le son “de aplicación las prerrogativas propias a tal actividad conforme lo dispone el Tribunal Constitucional en su sentencia del 20 de febrero del 2006”.
¿Gonzales Posada periodista? Pues sí. De hecho, empezó muy joven en el oficio, aunque no estoy seguro que le interese recordarlo.
Durante el gobierno militar presidido por Velasco Alvarado, el grupo de medios de La Crónica fue tempranamente tomado por el régimen y puesto (en 1971, si recuerdo bien), bajo el mando del entonces joven cuñado de Velasco, Luis Gonzales Posada, conocido en esos tiempos como “el cuñadísimo”.
En 1974, luego de la toma de los otros diarios (supuestamente asignados a diversos sectores sociales), La Crónica permaneció bajo el control directo del gobierno militar, enfocando algunos de sus ataques más duros contra el aprismo. En los días siguientes a la sangrienta jornada del 5 de febrero de 1975, La Crónica publicó cantidad de fotos de presuntos agitadores apristas, a quienes responsabilizó por la violencia.
Cuando, unos meses después y poco antes de su derrocamiento, el gobierno de Velasco ordenó el arresto y deportación de Armando Villanueva, Carlos Enrique Ferreyros, Luis Negreiros y de algún otro líder que pudo esconderse a tiempo, La Crónica apoyó decididamente la acción del gobierno militar.
Entonces, no tengo duda de que Gonzales Posada haya ejercido a su manera la, como dice, “función periodística”, en la que demostró tanto su peculiar “tolerancia ante la crítica” como su aún más peculiar aprismo.
Dicen que uno no debe jugar con piedras cuando se tiene techo de vidrio. Pero contemplar la trayectoria de Gonzales Posada en “la función periodística” es como ver (¡figurativamente, por supuesto!) al Licenciado Vidriera caminando bajo el granizo.
Otrosí.- La distorsionada mención que hace Gonzales Posada a lo que yo he declarado más de una vez, que de haber sabido la determinación de Alan García de suicidarse, hubiera tratado de persuadirlo que no lo haga, solo puede ser interpretado como reconocimiento de una persecución por una mente retorcida.
Dentro del caso Lava Jato, investigué el de García con dedicación porque era uno de los más difíciles. Nada de lo que IDL-Reporteros (yo y los periodistas que trabajan conmigo) reveló fue inexacto. Todo comprobó ser correcto y atenido a la verdad de los hechos.
No fue un proceso investigativo fácil, porque García intentó pararlo con ataques personales, que fueron respondidos. Pero ello en nada alteró la rigurosidad de la investigación, cuyo avance ha llegado hasta ahora a lo descrito por la confesión de Atala.
No obstante, reitero que de haber sabido lo que iba a pasar, yo hubiera hecho un esfuerzo decidido por hablar con García y decirle que, aunque la investigación no podía ni iba a cesar, no había razón para quitarse la vida. Que incluso en la desgracia él tenía la capacidad para transformarla en creación intelectual, a través de la memoria y la reflexión. Proponer entonces una suerte de tregua hubiera sido para tratar de lograr una conversación franca dirigida a salvar una vida. No ocurrió y lo lamento.
Dicho lo cual, la investigación debe, por el bien del país, llegar hasta el fin.
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