A Roxana Carrión.
— Lo único que has perdido es tiempo, me dijo el médico del Johns Hopkins, de Baltimore, en Estados Unidos.
Me llamo José Luis. Tengo un hijo. Mis padres y tres hermanos. Hasta antes de ese día, también tenía un proyecto de vida. Entonces el médico me dijo eso, que había estado perdiendo el tiempo. Que perdería el pie. Que no me aferrara. Que harían lo posible para llevar una vida sin complicaciones. Y ese proyecto de carrera por el que discurría con las propias dificultades y satisfacciones que conlleva ser un soldado profesional, se diluyó. Se hizo ceniza. Pues la ceniza a diferencia de la arena va perdiendo su calor y se enfría y no vuelve a ser la misma.
***
Fue el último combate que sostuve con la Compañía Especial de Comandos “Lince” N° 2, esa unidad de la que ya se ha hablado anteriormente.
Andábamos por un pequeño sendero que conducía a un helipuerto. La intención era salir de ese paraje que se presentaba demasiado peligroso. Habíamos convergido varias patrullas en ese lugar, producto de una emboscada a la policía y la posterior destrucción de un helicóptero.
Sentí la explosión y me dejó aturdido. Pronto como el estallido, también me llené de imágenes. Recuperé el control e intenté hacer lo que debía. Primero, tranquilizarme, aunque es difícil ser consciente cuando estás a punto de perder la conciencia. Listo, estoy tranquilo, controlado. Segundo, presionar el botón de emergencia del dispositivo spot, el cual emitirá una señal de emergencia. Listo, lo presioné. Tercero, comunicar a mi escalón superior que estaba siendo emboscado. No pude hacerlo; el suboficial de comunicaciones había perdido el teléfono satelital. Además había otro detalle:
También había perdido una pierna.
Todavía no salía de mi asombro, cuando sentí la voz del enfermero que me gritaba: “mi capitán, usted solo tiene una fractura, me voy a atender al “Gato”. Así le decían al suboficial Navarro Calle, el “Gato”. Oí la voz de Navarro, podía verlo desde donde trataban de fusilarme; se dirigía a mí. Me gritaba:
— Mi capitán ¡por favor! ¡No me deje morir! ¡No me deje morir!
El “Gato” se desangraba rápidamente, mientras el enfermero intentaba recuperarlo. La explosión lo dejó sin ambas extremidades inferiores. Di una orden, en medio de la desgracia:
— Rápido, ¡háganse torniquetes!
Levanté la vista. El enfermero me hizo una señal para decirme que el suboficial Navarro había expirado. En eso, miré los dos enormes forados –uno delante de mí y otro detrás— sobre la trocha. Por el tamaño de los hoyos, calculé que cada uno tenía suficiente cantidad de explosivos como para volar un camión.
La gente corría en varias direcciones. Oía disparos de fusil. Oía ametralladoras. Voces. La queja de los heridos que no pueden reincorporarse, amenazas. Perdí la conciencia. La recuperé. Daba órdenes para obtener la iniciativa; los manuales de doctrina en estos casos, saltan a la mente y fluyen con la misma sensación de no sabes si el minuto siguientes estarás vivo o muerto. “La ametralladora, fuego. A la izquierda, a las doce, a las tres. No se olviden de hacerse torniquetes, no pierdan más sangre, enfermero por aquí, no mejor por allá”. De pronto, vi aparecer a unos soldados del Batallón Contraterrorista N° 34. No sé cómo aparecieron en pleno combate; la verdad que eran muy valientes. Parecían hormigas recogiendo lo que estaba regado en el piso, lo que cayó después de la explosión. Llevaban fusiles, cacerinas, equipo. Por lo menos, con eso nos quedó la seguridad que el enemigo no se quedaría con algún botín.
***
Hasta el área de donde me recogería el helicóptero había un trecho por recorrer bastante grande. Me tuvieron que cargar. El dolor era insoportable. Lo alternaba con pensar que al día siguiente sería mejor y en el día anterior a ese, cuando oí la voz de un oficial que preguntaba: “¿hay alguna patrulla en condiciones de ingresar a la zona en donde está siendo emboscada la Policía Nacional?”.
Entonces levanté la mano. No por gusto éramos la compañía “Lince”. Y no me arrepiento.
***
Han sido días difíciles, de definiciones, decisiones. Las palabras del médico, tan duras, finalmente se hicieron realidad. Después queda el escarmiento de todos los héroes: luchar contra la burocracia estatal, comprobar que las buenas intenciones no son siempre suficientes para volver a vivir. El médico norteamericano tuvo la suficiente sangre fría para darme cuenta que a veces, la vida comienza de nuevo. No es la mejor forma. Y el punto de inicio de esta nueva vida, sin uniforme, es que le he dejado una parte de mi cuerpo al país.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.