Una de las enormes ventajas de la era digital que vivimos, es la capacidad de poder reconocer –sabes quién es, de dónde y a que dedica el tiempo libre—a un individuo digitando un número en un teclado o apuntándole con una luz infrarroja a un nervioso globo ocular. Hace medio siglo, aquella utopía digna de un desquiciado Julio Verne, no podría ser probable. Hasta no hace muchos años, el jirón Azángaro era una fábrica de médicos, abogados, terratenientes y ciudadanos a pie sin paragón y la comprobación de títulos o identidades requería darse de bruces con el monstruo inmisericorde de la burocracia, por lo que los casos de chamanes graduados en Harvard no eran cosa extraña en nuestras ciudades. Saber quién era quién, debería convertirse en un acto de fe.
Quizás por esto, un día de 1964 un coronel del Ejército que despachaba en la comandancia general de Chiclayo, no estaba en condiciones de saber que los dos ingenieros que venían enviados por el mismísimo presidente de la República a realizar estudios sobre el incremento de tierras para uso agrícola en el lejano Alto Marañón, le estaban tomando el pelo. Uno de los “ingenieros” era el joven escritor Mario Vargas Llosa y el otro, José Matos Mar, de quien recuerdo leí, hace algunos años en uno mis extensísimos servicios de oficial de guardia nocturnos, Perú, 13 años de oprobio.
Vargas Llosa ya radicaba en París y había terminado de escribir La Casa Verde, pero andaba atormentado porque los recuerdos de su primera incursión selvática en 1958 con un equipo de antropólogos y estudiosos del Instituto Lingüístico de Verano, no le bastaban para que la obra llegue al estado de perfección que requería. Decidió entonces, volar al Perú para internarse nuevamente en el laberíntico verdor de la Amazonía. Reunido en Lima con Matos Mar, decidió ir por carretera hasta Chiclayo, dándose con la sorpresa que el sendero hacia Bagua que figuraba en los mapas, era solo el trazo de un proyecto.
La única forma de ingresar al monte, era con ayuda del Ejército. Pero para esos días, ya se había publicado La ciudad y los perros; cuyas páginas causaron un fuerte rechazo militar. Voces como la del sobresaliente general José del Carmen Marín hicieron eco de un rechazo furibundo, acusándola de viciosa y antipatriótica. Con esos antecedentes, esperar una cooperación militar, era una posibilidad nula. Así que decidieron arriesgarse.
Convencido de su teatro, el coronel dispuso que los “ingenieros” fueran llevados en un jeep hacia Bagua, donde se encontraba la sede del Batallón de Ingenieros “Morro Solar” N° 1. Eran los años en que las perspectivas gubernamentales estaban animadas a la conquista del oriente peruano a través de la construcción de carreteras de penetración, en la que la voz cantante la llevaban las unidades militares de ingeniería de construcción. (El batallón todavía existe y lo vi, cuando anduve por el norte hace algunos años, haciendo el mismo silencioso trabajo)
A la llegada al campamento, Vargas Llosa y Matos Mar, volvieron a exponer los propósitos por los que estaban en esa misión gubernamental. Esta vez, el auditorio era mayor, y, para su alivio, su argumento volvió a ser convincente. No solo los invitaron a comer, sino que les pusieron un guía que los condujo hasta el Marañón y de allí, en bote, a Santa María de Nieva.
No imagino que hubiera ocurrido si los impostores hubieran sido descubiertos.
***
Cómo hacer para vivir en una caldera
El último domingo, regresaron a Arequipa los últimos soldados de la III División del Ejército que estuvieron participando en la construcción de módulos para los damnificados en la provincia de Caylloma. Finalmente, se construyeron 760 módulos, a un ritmo promedio de 30 diarios. El trabajo me obligaba a viajar frecuentemente a los distritos del Colca para ver el avance y atender las necesidades de la tropa o hacer coordinaciones con las autoridades.
El día 11, llegué directamente a Achoma, una de las poblaciones más afectadas. De entrada, me encontré con unos soldados del BIM N° 13 que andaban metidos en una casa y cuando les pregunté cómo estaban, me respondieron: “mucha ceniza, mi comandante”. Los camiones y autos estacionados, estaban completamente blancos. Y debía limpiar constantemente la pantalla de mi celular, mientras lo utilizaba.
De retorno, viajé en un helicóptero junto a la gobernadora Yamila Osorio, y los ministros de Vivienda, de Cultura y de Turismo. En la ruta aproveché para observar el estado de la columna de humo que sale del cráter y de otras aberturas menores que lo rodean en una inmensa pampa de relieve lunar. Su grosor es mucho mayor que en agosto, cuando ingresé obligado por los temblores, y la ceniza es una errante molestia que está en todas partes y en todas horas, obligando a las poblaciones próximas a usar mascarillas.
El 20 de noviembre, abandonamos finalmente Achoma y Chivay, los últimos pueblos donde se instalaron módulos del ministerio de Vivienda. Ha sido gratificante haber sido el hombro amigo en donde las personas pudieron apoyarse. No sé qué tanto podemos ayudar si el volcán no cambia su mal humor, pero estoy seguro que, si es necesario, allí estaremos.