No sólo es el 12 de setiembre
Fernando Rospigliosi suele argumentar que Sendero Luminoso sufrió un paro fulminante el 12 de setiembre de 1992, cuando policías del GEIN lograron capturar al líder terrorista Abimael Guzmán, junto a su femenina cúpula. Fue un hecho importante, no cabe duda, pero la guerra estaba lejos de terminar. SL no entró en parálisis y los mandos que lideraban columnas y masas en distintos espacios del país, lograron convencer a sus huestes que se trataba de un “recodo en el camino”. El misticismo ideológico, contagiado en las cabezas de miles de ciudadanos mayoritariamente pobres y la esperanza acérrima de alcanzar el “equilibrio estratégico”, siguió su derrotero febril y las emboscadas, ataques y enfrentamientos por parte de terroristas y fuerzas de seguridad y rondas campesinas continuaron, con renovada violencia. El esfuerzo denodado de diversos actores, permitió que el terrorismo progresivamente dejara de ser una amenaza para la estabilidad del país.
He reparado, en este 12 de setiembre, en mi recuerdo propio, al visitar tiempo atrás el asentamiento humano “Félix Raucana”, en el distrito de Ate. Quizás sea este uno de los miles de casos convertidos en una lucha diaria. Entró a tallar la resistencia, voluntad, el ingenio y también la suerte. Pues cuando entrevisté al oficial quien fuera uno de los jefes de la base en esa población, este me afirmó que, en realidad, Raucana se logró pacificar “por amor”.
Félix Raucana
Raucana se formó a partir de la invasión de un terreno perteneciente a la familia Ísola de Lavalle, impulsada por Sendero Luminoso el 28 de julio de 1990. Los guardias civiles que quisieron detener la turba usaron sus armas de fuego y, en consecuencia, Félix Raucana –uno de los invasores– cayó herido de muerte. Los dirigentes de Sendero lo exaltaron como un héroe popular y rápidamente coparon la dirección del asentamiento. La plaza principal tenía forma de hoz y martillo y se construyeron siete torreones de vigilancia, lo que le daba un aspecto de fortín. La idea de Abimael Guzmán en Raucana era formar un centro dirigencial en Vitarte que se expandiera en el cono este, poblado mayoritariamente por inmigrantes. Los dirigentes entregaban terrenos a cambio de sujeción al partido y se realizaban “juicios populares” en los cuales se daban latigazos o se les expulsaban a quienes no cumplían con los preceptos del partido.
«Cuando la situación parecía empeorar, un golpe de suerte o de amor, ayudó a los militares: una muchacha se había enamorado de un soldado».
En su tiempo, periodistas de Caretas y otros medios denunciaron el hecho. El 6 de setiembre de 1991, tropas de la 1ª División Aerotransportada aparecieron en los cerros colindantes con megáfonos, anunciando que venían a realizar una acción cívica. Como también había prensa, les permitieron el ingreso. Se repartió víveres, enseres y medicinas, pero a la hora en que se retiraron las autoridades y los periodistas, los soldados sacaron las carpas de sus mochilas y las plantaron en un campo. Sería el primero de varios días de inquietud y fricción.
Los Raucanos
De esa manera llamaban los soldados a los habitantes del lugar. La pequeña cúpula senderista se las ingeniaba para generar malos ratos. Acumulaban piedras en las casas para atacar la base, en especial, si es que algún mando era detenido. Desde el cerro contiguo, se disparaba a la cuadra y en las parrillas superiores de sus camarotes, la tropa colocaba sacos de arena para impedir que los proyectiles que atravesaban las calaminas les dieran de lleno. El 27 de abril de 1992, la detención de los dirigentes Cóndor Huamán y Pedro Torres Heredia, culminó en una batalla campal. El resultado: tres pobladores muertos y trece heridos, entre civiles y soldados.
Una mañana, desde un auto, unos subversivos mataron a un centinela que hacía servicio donde actualmente queda el mercado y le robaron el fusil. Se inició una requisa por las casas del asentamiento. Un teniente ingresó a una de estas y encontró a un hombre comiendo pollo. Estaba con el dorso desnudo; miró con el desprecio al oficial y cuando terminó su presa, le arrojó el hueso en la cara.
Cuando la situación parecía empeorar, un golpe de suerte o de amor, ayudó a los militares: una muchacha se había enamorado de un soldado y se veían a escondidas. Los senderistas se percataron y la llevaron a la plaza en forma de hoz y martillo. La raparon y bañaron con pintura. La muchacha, humillada, se presentó el jefe de la base militar y pidió protección. Se mudó. Por las noches, le ponían uniforme y fue ella quien se encargaba de señalizar a los mandos senderistas entreverados entre la población. Se les detenía y se les enviaba a las carceletas de Chorrillos.
Sendero se debilitó en Raucana, pero su ocaso final ocurrió cuando en una hábil maniobra, la familia Ísola decidió “donar” el terreno a favor del Ejército. Aparecieron seis cargadores frontales al mando de un comandante de ingeniería y les comunicó la decisión a los pobladores. La necesidad de tener un lugar para vivir hizo que la misma población se deshaga de los dirigentes senderistas y con eso, el capítulo quedó resuelto.
***
Una mañana de varios años después, aparecí por Raucana. Estaba uniformado, así que parte de los pobladores no tardaron en acercarse. En mi próxima columna, relataré como es la actual vida de los raucanos.