Artículo de Gustavo Gorriti en su columna Las Palabras de Caretas Nº 2148 del 23 de setiembre. Las siguientes son las palabras que pronuncié en Monterrey, el martes 21 por la noche, en la entrega del premio de Homenaje de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano y Cemex. Había pensado en otro tipo de discurso, pero el desaliento de varios medios y periodistas mexicanos ante los últimos atentados del crimen organizado, me llevó a decir lo siguiente:
Señoras, señores:
Agradezco mucho el homenaje. Reconozco también la elección del lugar para realizarlo. Es ciertamente apropiado homenajear una trayectoria profesional y vital en un museo antes que, digamos, en un congreso de futurología.
Así que, con este momentáneo derecho de piso de antigüedad en el lugar consagrado a guardarla y destacarla, trataré de responder la pregunta de si los trabajos y las luchas de ayer legan enseñanzas válidas para las de hoy y las de mañana.
Mucho, mucho es lo que ha cambiado. Pero lo fundamental sigue siendo lo mismo. Y los cambios pueden ser paradójicos y a veces engañosos, pero los fundamentos, no. Reportar bien, escribir bien, editar bien, ser los servidores fieles del ciudadano de a pie.
Nosotros periodistas somos los historiadores del presente, de los tiempos como regla extraordinarios, que marcan y definen la historia de Latinoamérica, y el propio trabajo y vida en consecuencia.
En la mía, me tocó desde los primeros años reportar, investigar, tratar de encontrar la verdad de los hechos detrás de la inicialmente misteriosa pero ya letal insurrección de Sendero Luminoso. Buscar de comprender y calibrar el efecto fracturante del senderismo sobre el país y a la vez comprender las complejas interacciones del narcotráfico con las instituciones, las corporaciones, y con el propio Sendero, en las comarcas y regiones donde coexistieron a lo largo de algunos de los años más trágicos en la historia de mi nación.
En medio de una violencia que segó las vidas de decenas de miles de personas, que murieron muchas veces sin saber quién las mataba, ni por qué; y de una corrupción rampante pero siempre farisea, la necesidad de describir fidedignamente la realidad se hizo vital, en proporción directa con su dificultad.
Extraer la verdad significativa de los hechos de la maraña de confusión, misterio, miedo, ocultamiento y simulación dentro de la que actuaban, empobreciendo y matando, la violencia y la corrupción, era el mandato azaroso pero a la vez simple y directo que todo periodista abocado a esa cobertura debía cumplir.
Pero esa simplicidad, en países tornados disfuncionales por la corrupción y la violencia representaba, por supuesto, peligro.
Entonces como ahora, expresar la verdad, la representación fiel de los hechos, que es nuestro primer deber, daña casi siempre el interés de quienes se fortalecen y lucran con la violencia y la mentira. Por eso, cumplir con los elementos del periodismo fue para mi, y para muchos lo es ahora, una tarea de riesgo y de peligro.
Me tocó enfrentar sus consecuencias en varios momentos de mi carrera. Les aseguro que no los busqué, pero la decisión en todos los casos fue la de sacar a la luz hechos importantes, significativos antes que recular frente al peligro que ello representaba.
Tuve que defender activamente el reportaje de los hechos no solo en mi país –donde la lucha, de paso, fue cuesta arriba durante muchos años– sino también en Panamá. Ahí, el dilema fue igual: el revelar o no revelar casos significativos de corrupción. ¿Qué elección había? Ninguna que no fuera publicar y enfrentar las consecuencias.
¿Valió la pena, en lo personal? Pienso en los momentos más duros, cuando los desenlaces bien pudieron ser diferentes a lo que fueron. Pienso en la tensión, el peligro que enfrentaron mi esposa y mis hijas. Pienso también en las consecuencias de endémica inempleabilidad, de lucha contra la desinformación y el descrédito. Pienso en todo eso y mucho más por el estilo y digo que no solo valió plenamente la pena sino que fue y es un honor inmenso, un privilegio del destino haber tenido la oportunidad de ser periodista. Mi esposa, se lo he preguntado varias veces, se lo he vuelto a preguntar, piensa igual.
Y desde el punto de vista de lo que logró el periodismo de investigación latinoamericano, ¿valió la pena? Desde la década de 1980 hasta ahora, el periodismo de investigación logró mucho en mi país y en Latinoamérica. Presidentes corruptos que terminaron en la cárcel; perpetradores de atrocidades que fueron identificados y, en parte, castigados; gangsters en busca de consolidación y blanqueamiento, que fueron expuestos en sus fechorías; complejas operaciones de espionaje y extorsión que fueron desmanteladas por la revelación: esa es una relación apenas parcial de los logros de un grupo no numeroso pero sí extraordinario de periodistas de investigación latinoamericanos.
Sin embargo, y aquí regreso al principio, pese a esos nobles esfuerzos, la corrupción no disminuye y el crimen organizado intensifica su depredadora brutalidad sobre la gente y, entre ella, los periodistas. Lo que sucede ahora en los países más afectados por la corrupción armada recuerda y amenaza superar los momentos más duros vividos en las décadas pasadas.
Y la violencia contra periodistas tiene un solo fin: mutilar su capacidad de revelar la verdad de los hechos. Imponer el silencio, la oscuridad y la mentira, que es la ecología ideal para los depredadores, los corruptos, los bribones y los asesinos.
Para los periodistas de las naciones golpeadas por el crimen organizado, los desafíos son muy duros. En otros países menos violentos, se enfrenta formas más insidiosas de corrupción, pero sin que la violencia sea un factor decisivo.
Con las lecciones y la experiencia de mis, me temo, no pocos años en periodismo, quiero decirles a mis colegas que trabajan en los estados violentos, que no pueden permitir que la intimidación socave su trabajo. Repito lo que dije en otra ocasión parecida hace una docena de años: jamás se debe permitir que el miedo se convierta en editor. Uno no escoge la circunstancia de su vida, pero siempre puede elegir su profesión.
Mientras se sea periodista se lleva el deber de darle voz a quienes no la tienen y mucho más cuando esa voz es la del dolor y la tragedia.
Tomar el riesgo no significa marchar hacia el peligro con la valentía estoica de un mártir. Debemos hacer todo lo posible por defendernos, por hacer cada vez más costosa la agresión en contra nuestra; responsabilizar a quienes no cumplen con lograr la seguridad básica para nosotros y para la gente. Pero debemos seguir inquiriendo, reportando y revelando, para que el silencio no se haga más espeso y alimente el crecimiento del crimen.
Por eso, al recibir ahora, con profunda gratitud este reconocimiento, quiero yo rendir el mío propio a Jesús Blancornelas, ejemplo insigne del periodista que, en el peor de los escenarios, jamás se doblegó y luchó hasta el final.
Más cerca a mi experiencia, quiero recordar con gratitud a los grandes periodistas cuya cercanía y ejemplo fue la mejor enseñanza. A Enrique Zileri, a la memoria de Howard Simons, a Bill Kovach.
Y por supuesto, mi amor y reconocimiento enteros a mi esposa, a mis hijas.
Y quiero agradecerles a ustedes este homenaje. En los momentos duros y fatigosos que sin duda habrá en el futuro, el recuerdo de este momento me dirá entonces como hoy que sí valió, valió plenamente la pena.
Muchas gracias.