Sábado 4 de diciembre, 6:00 a. m. Ciudad de Cerro de Pasco, región Pasco, 4380 msnm. La temperatura marca 4°C con el amanecer. Sobre un amasijo de cables prendidos a postes se abre la bóveda celeste.
Royner Navarro se agencia un periódico, le arranca varias hojas de un tirón, y lo comparte. No es una expresión de frustración o ira, es el viejo recurso de utilizar papel para protegerse del frío durante la marcha.
Los cuatro ciclistas –Romina Medrano, Caroline Lindsay, Erik Baumann y Navarro– se introducen los titulares, debajo de la licra, sobre el pecho y la espalda. Baumann resetea la ciclocomputadora. Navarro da las últimas instrucciones. Sus palabras se moldean en grandes volutas de vapor al contacto con el medio ambiente.
La región de las nubes.
Cerro de Pasco es una ciudad exigente, caótica, contaminada. Para escapar de ella hay que escalar.
Los cuatro pedaleros remontan rítmicamente la cuesta, encaramados sobre las bielas, como un elenco de danza, los primeros rayos del Sol delinean los fuertes muslos.
La meseta de Bombón se abre a sus anchas una vez en la cumbre. Los deportistas toman la carretera nacional I-25 rumbo al Sur. El tránsito se compone básicamente de carga pesada: volquetes, camiones cisterna de combustible, ómnibus, camionetas de doble tracción.
El reflejo del sol en los parabrisas de los carros contrarios hace un juego lumínico de navajas.
Por la margen derecha de la meseta marchó el Ejército Unido Libertador rumbo a la gloria el 6 de agosto de 1824, por el camino inca que corre a orillas del gran lago Chinchaycocha o Junín, el segundo más grande del Perú –después del Titicaca– y el más alto. La cordillera aquí se moldea y eleva en grandes y prolongados tumbos, una marea en aumento que estallará en rompientes en la vertiente occidental.
El ejército patriota, al mando de Simón Bolívar, lo integran 9 mil soldados. Avanzan lenta y silenciosamente. Intentan sorprender al enemigo por la retaguardia, cortarle el paso a Jauja y Tarma, y destruirlo. Solo el transporte de las municiones requiere de una recua de 300 mulas.
El ejército realista –10 mil hombres– se desplaza por la orilla opuesta del enorme lago.
Teatro de operaciones
“La vista que ofrece la meseta en que las tropas formaban y que se eleva majestuosamente más de mil doscientos pies sobre el nivel del mar es quizás la más hermosa del mundo. A poniente se ven levantar los Andes que a costa de tantas fatigas acababan de atravesar; al oriente se extienden hacia los dominios del Brasil enormes ramificaciones de la cordillera; y al norte y sur cortaban el horizonte montañas cuyas elevadas cumbres se pierden en el firmamento. En este llano rodeado por objetos y vistas tan grandiosas y al margen del magnífico lago de Reyes, nacimiento principal del río de las Amazonas, el mayor de cuantos se conocen, estaban reunidos hombres de Caracas, Panamá, Quito, Lima, Chile y Buenos Aires; hombres que se habían batido en Maipú en Chile, en San Lorenzo en las orillas del Paraná, en Carabobo en Venezuela y en Pichincha, al pie del Chimborazo”, narra el general británico Guillermo Miller, veterano de mil batallas, tan leal a la causa americana como todo buen inglés a la sidra.
Los ciclistas acortan los 80 km que separan a Cerro de Pasco del campo de batalla a buen ritmo, la carretera asfaltada en impecable estado, un ojo puesto sobre las formaciones de nubes, el pronóstico del tiempo sobre la probabilidad de chubascos, incierto.
“Al cabo de una marcha de cinco leguas [24 km] por un terreno montañoso vieron repentinamente al llegar a un punto elevado a las dos de la tarde, a los realistas que a distancia de dos leguas marchaban por los llanos de Junín, un poco al sur de Reyes. Un ‘viva’ entusiasta y simultáneo se oyó por toda la línea y es imposible dar una idea exacta del efecto que produjo la repentina vista del enemigo», describe Miller el galvánico instante.
El choque era inminente.
A las cuatro de la tarde, la caballería realista con 1200 jinetes, imponente e implacable, imbatible en varias jornadas, dueña del territorio y bien equipada, avasalla a la caballería patriota –un total de 950 soldados– que iba a la vanguardia de su ejército, enfangada en los bofedales e impedida de maniobrar, hiriendo en el primer lance a su comandante Mariano Necochea, la derrota a la vuelta de la loma.
La topografía del campo de batalla es suave como una onda de mar, y oculto en una discreta hondonada, otro veterano que lleva en su cuerpo cicatrices de Cancha Rayada, el patriota Isidoro Suárez, apenas con 25 años de edad, da rienda suelta a los demonios del combate.
El triunfo
“Junín son dos civiles que en una esquina insultan a un tirano”, cantaría años después Jorge Luis Borges, bisnieto del coronel Suárez.
En cuestión de 45 minutos quedaron regados en la llanura los cadáveres de 450 hombres, patriotas y realistas, sus miradas inertes impregnadas de hierbas, gramíneas, minúsculos líquenes. Víctor Raúl Rojas, el guardabosque más veterano del sistema de protección de áreas naturales del país, tiene un registro de 181 especies vegetales en esta puna aparentemente monótona, clasificadas y fotografiadas. Bandadas de ibis de plumaje negro sobrevuelan a los ciclistas, patos negros, blancos y robustos, hurgan por larvas en el humedal y, a la vuelta de la suave loma, atentas, observa con grandes ojos de muñeca, al piquete de centauros modernos, un rebaño siempre cauto de vicuñas.
El escenario de la histórica batalla –una victoria decisiva para la causa de la independencia– es hoy resguardado por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernamp), y es parte de la gran Reserva Nacional de Junín.
Un hondo silencio domina la pradera. En Junín no se disparó un solo tiro. Los muertos fueron todas víctimas de arma blanca –a razón de diez por minuto.
Describió Miller la destreza sobre el caballo de los gauchos y llaneros y peruanos y la letal eficacia en el uso de las lanzas. “Los lanceros fijan las riendas encima de la rodilla, de forma que pueden guiar el caballo y les quedan las dos manos en libertad para manejar la lanza. Y generalmente hieren a su enemigo con tal fuerza, con particularidad cuando van a galope, que los levantan dos o tres pies encima de la silla”.
Ronald Medrano, jefe del Sernamp-Junín, parece un oficial de los Húsares del Perú, alto, fuerte, decidido. «Los servicios ecosistémicos que brindan la cordillera de La Viuda y el lago de Chinchaycocha son importantísimos», afirma.
El Chinchaycocha es la fuente de nacimiento del río Mantaro. El río Mantaro y los ríos que nacen en La Viuda son fuente del 20% de la energía eléctrica del Perú. El 70% del agua para Lima –el Rímac, Santa Eulalia, presas y represas– proviene de este ecosistema.
Y no olvidemos la economía minera, recuerda Medrano.
La sierra central fue vital para la guerra de recursos en la independencia. Lo sigue siendo hoy.
El asombro se refleja en los ojos celestes de Caroline Lindsay. Navarro otea preocupado el cielo. Las banderas de los países americanos que rodean el monumento a la victoria de Junín flamean con fuerza.
“Va a llover”, presagia Navarro.
La Florida
Los cuatro ciclistas toman el desvío de la quebrada de Condorcancha, rumbo a Tarma.
En el cielo las nubes negras fruncen el ceño. El chubasco obliga a los cuatro deportistas a refugiarse en los carros escolta. La furia meteorológica se dispersa tan pronto como estalló. Los ciclistas descienden de los 4100 msnm a los 2800 msnm en tan solo 20 km, un escalonamiento fascinante de pisos ecológicos. A tiro de cañón del campo de batalla de Junín se cultivan centenares de variedades de papa y otros tubérculos andinos. El camino es de grava y los ciclistas pronto se alejan de la región de las nubes y se introducen a una quebrada verde y hospitalaria: Tarma.
La tierra de Petronila.
Petronila Abeleyra y Sotelo tenía 28 años cuando desembarcó la Expedición Libertadora con unos cinco mil soldados en Paracas, en septiembre de 1820.
Era alta, letrada, independiente y acaudalada.
Y peruana.
Estaba casada con Francisco de Paula Otero, natural de Jujuy, arriero, conspirador, ocho años mayor que ella.
Vivieron en la hacienda La Florida, ubicada entre Tarma y Acobamba, sobre el antiguo camino real y actual carretera que conduce a la selva. La Florida fue un bastión de la insurgencia independentista. La ubicación de la hacienda está grabada en la ciclocomputadora de los ciclistas del BICIntenario. Ahí pernoctarán y curarán sus fatigas.
La hacienda La Florida conserva buena parte de la arquitectura original –con el añadido de agua caliente, Wifi, buena cocina–, regentada como hotel por la pareja Inge y José Da Fieno, y es un caso emblemático de cuidado y respeto del patrimonio histórico. En noviembre de 1820, el Ejército Unido de los Andes ocupó pacíficamente Tarma, el general Juan Antonio Álvarez de Arenales nombró a Otero como gobernador de la intendencia de Tarma, y en audiencia de cabildo proclamó la independencia del Perú.
El huerto de La Florida es un jardín botánico, con algunos conspicuos ejemplares sembrados en los años de la Colonia. El tronco de uno de estos árboles tiene muchos metros de diámetro. Se trata de un ciprés colosal que, según los cálculos informados de José Da Fieno, tiene unos 400 años de edad. Ese árbol pudo haber sido sembrado cuando el Inca Garcilaso de la Vega se echó a escribir Los comentarios reales. Dió sombra a los libertadores. Cuenta la leyenda que aquel otro eucalipto monumental fue sembrado por el propio Álvarez de Arenales.
– Los libertadores tenían por costumbre plantar un árbol que debía crecer con las nuevas instituciones, una costumbre que proviene de la Revolución Francesa, recuerda la historiadora Natalia Sobrevilla Perea, mientras acaricia la áspera corteza.
La correspondencia secreta de Petronila
Álvarez de Arenales se hospedó en La Florida. Una semana después libraría la batalla de Cerro de Pasco, el 6 de diciembre de 1820, cerrando el cerco patriota alrededor de Lima. Otero sería el gran coordinador de las guerrillas y montoneras en la sierra central, y con el grado de general participó cuatro años más tarde en la decisiva batalla de Ayacucho.
La profusa correspondencia de Petronila con su marido y con comerciantes y patriotas revela la fuerte personalidad de “Petita”, como era conocida, y prueba su compromiso con la causa independentista.
– A través de una mirada femenina se entiende cómo se creó la República. ¿Qué hubiera sido de las tropas sin la participación de las mujeres? ¿Quiénes fabricaban los estandartes, preparaban el alimento, cuidaban de los enfermos?, reflexionó Patricia Carrillo, especialista en asuntos de género.
Los ciclistas lavan las bicicletas en el jardín, con una brocha limpian la cadena y el mecanismo de cambios, los aceitan con lubricante especial, regulan los frenos. La duración de las piezas de la bicicleta depende de su extremo cuidado, como la salud y vigor de la República dependen de la vocación ciudadana.
Hablan, bromean, ríen.
Han completado 379 kilómetros y escalado 6654 metros –el equivalente al Huascarán– en tres días y vivido experiencias inéditas.
El historiador Gustavo Montoya, autor de Petronila Abeleyra y Sotelo. Patriota tarmeña, fundadora de la República –en coautoría con Yizza Delgado Devita–, resume la saga de la pareja.
– Petronila y Otero se amaron y conspiraron.
Romina Medrano se trenza el pelo con sutil elegancia. La pedalera huancaína está en su tierra.