Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2218 de la revista ‘Caretas’.
ENTRE las reacciones al intento del Movadef de legalizar su actividad política, hubo una especialmente llamativa: la sorpresa de algunas personas y medios ante el desconocimiento de los jóvenes respecto de lo que fue Sendero Luminoso. ¿Cómo pueden ignorar los hijos hoy (fue así, más o menos, la pregunta retórica) lo que sus padres padecieron?
La respuesta es simple: los hijos ignoran hoy lo que sus padres ignoraron ayer.
Y los padres supieron poco o nada porque casi no tuvieron cómo enterarse. Puesto que, salvo pocas, fácilmente contadas excepciones, los medios periodísticos informaron poco, mal o no informaron del todo sobre la violencia que desgarraba la entraña del país. Y porque lo que sí tuvo que registrarse –los apagones masivos, los atentados cercanos–, no fue descrito en los términos básicos del reportaje sino en los de la más rústica propaganda, el prejuicio o el exorcismo. Se dice que en una guerra la primera víctima es la verdad, pero aquí muchos la ejecutaron preventivamente, antes que empezara siquiera a describir los hechos luctuosos.
¿Cómo se informó entonces sobre la violencia senderista? Cuando la insurrección de Sendero Luminoso ya llevaba muchos meses y muchas muertes, una parte importante de la prensa de izquierda de entonces sostuvo contra toda evidencia que se trataba de una forma de provocación de la CIA y los servicios de inteligencia locales. En el otro lado del espectro político, el dirigente del PPC, Celso Sotomarino, sostuvo en 1981 que “el terrorismo tiene su origen en un portaaviones anclado en el Caribe”.
El propio presidente Fernando Belaunde, entre cuyas eminentes virtudes cívicas nunca figuró, por desgracia, la capacidad de confrontar la violencia política, prefirió considerar la insurrección senderista, cuando la nombró, con un implícito desprecio, como una conspiración extranjera, que nunca supo cómo enfrentar. Trató de hacerlo en un primer momento con la exasperación del gesto gallardo, en su visita sorpresiva en 1982 a la asediada guarnición policial de Vilcashuamán; pero no logró evitar que esta cayera poco después. Luego, presionado por la derrota policial, entregó el manejo de la contrainsurgencia a la Fuerza Armada y al hacerlo, en las palabras de Americas Watch en 1984, ‘abdicó la autoridad democrática’ sobre áreas crecientes de la nación.
ALAN García y el primer gobierno aprista fueron un catálogo de contradicciones en sus pronunciamientos y acciones de gobierno frente a las insurrecciones violentas. García pasó, por ejemplo, de elogiar la “mística y entrega” de los senderistas en mayo de 1988, a apoyar poco después el encubrimiento de las atrocidades de Cayara, cometidas ese mismo mes.
La Fuerza Armada asumió la misión contrainsurgente encargada por el Gobierno en diciembre de 1982, bajo la poderosa influencia de la doctrina de contrainsurgencia militar prevalente en Brasil y el Cono Sur desde fines de la década del 60 y comienzos de la del 70. Era una estrategia basada en la aniquilación del subversivo y en la tortura como método central para obtener información. Como método y como práctica, era absolutamente incompatible con una democracia. Por eso, las zonas declaradas en emergencia se convirtieron en dictaduras de facto que fueron creciendo y haciendo metástasis dentro de la debilitada democracia.
Debido a esa razón, los militares buscaron controlar la información/desinformación o, más frecuentemente, oscurecerla. Durante varios años, especialmente a lo largo del primer gobierno de Alan García, las únicas personas a quienes los militares prohibieron expresamente salir del casco urbano de Ayacucho, fueron los periodistas. Todos los demás podían hacerlo, a su riesgo, pero los periodistas, no.
A su turno, una parte sustantiva de los medios de prensa tomó la decisión, según el caso, de cubrir lo menos posible los hechos de la guerra interna (que eso es, precisamente lo que fue) o hacerlo sumergiendo el relato de los hechos en un mar de adjetivos.
«Quienes quieran utilizar los mecanismos de la democracia para destruirla deben ser prohibidos de participar en la vida política y los procesos electorales».
La suma de estas oscuridades informativas hizo que la mayor parte de la gente no tuviera idea sobre la naturaleza real de la amenaza senderista. A su vez, el senderismo planteó un tipo de insurrección marcadamente diferente en ideología, doctrina y praxis, a la tradición guerrillera latinoamericana.
El maoísmo ultraortodoxo de la Revolución Cultural china, que Abimael Guzmán buscó transplantar y radicalizar en Latinoamérica, no solo provocó confusión entre la gente, los pueblos que sometió, sino que causó verdaderas disonancias cognitivas hasta en aquellos intelectuales de izquierda versados en las múltiples sectas y escisiones del marxismo posteriores al cisma ruso-chino en la década del 60 del siglo pasado.
No es exageración, por eso, decir que en esta guerra, la mayoría de sus víctimas murió sin saber porqué las mataban, y que sus verdugos mataron sin saber en el fondo porqué lo hacían.
Y entonces, cuando la guerra se concentró en Lima, en el intento senderista por acortar plazos, mucha gente la vivió por primera vez en el atentado de Tarata. La violencia, crudelísima, había asolado comarcas, provincias enteras por años, pero los hechos se ignoraron entre sí y los desgarros no se escucharon mutuamente. Fue una guerra que opacó su propia historia en una balcanización de oscuridades. Como toda amenaza que provenga de la oscuridad se siente mucho mayor, la suma de ignorancias ayudó a que el peligro crezca con fuerza y velocidad tales que llegaron a representar un peligro de muerte para la democracia y la sociedad misma.
Entonces ¿a qué viene quejarse de la ignorancia de los hijos si heredaron el desconocimiento y la desmemoria de los padres?
Lo que no debe olvidarse es que el paso decisivo para la derrota de Sendero empezó cuando los policías de la Dincote primero, bajo la dirección del coronel PNP Javier Palacios; y los del Gein más tarde, dirigidos por el luego coronel PNP Benedicto Jiménez, se abocaron al estudio de la doctrina, historia y pensamiento senderista antes de emprender la brillante campaña que culminó en el arresto de Abimael Guzmán y el desmantelamiento de buena parte de la organización.
AHÍ no hubo gritos, chillidos, estridencias o histerias sino conocimiento profundo, diagnóstico puntual, claridad mental y acción precisa. Esa fue la diferencia entre el pánico y la victoria.
Ahora, como ayer, la claridad mental es indispensable. Ello supone, entre otras cosas, evitar la distorsión semántica, por cómoda que parezca o por eficaz que se la asuma como propaganda.
Por ejemplo: ¿Fue Sendero Luminoso un partido político, o no? El nombre real de Sendero fue Partido Comunista del Perú (una de las tres o cuatro escisiones maoístas que siguió a la división del PC entre pro-moscovitas y pro-pekineses hacia 1964 o 1965. SL se manejó siempre como un dogmático partido comunista de corte stalinista y maoísta. Y la insurrección se hizo desde ese marco doctrinario y metodológico. Entonces, sí fue y es un partido. ¿Eso lo legitima acaso? El partido nacional socialista, de Adolf Hitler, ¿fue o no fue un partido? ¿lo hizo eso mejor, o peor?
¿Debió, o debe permitirse, al Movadef o a Sendero Luminoso participar en la vida política nacional? La Segunda Guerra Mundial (y la entreguerra que llevó a esta) dejó una clarísima lección a las democracias que emergieron, sobre todo en Occidente, luego de la victoria sobre el nazismo: solo deben participar en la competencia libre y pacífica por el poder limitado en el tiempo, que caracteriza una democracia, los partidos, movimientos y personas leales a ella. Quienes quieran utilizar los mecanismos de la democracia para subvertirla y destruirla, como hicieron los fascismos europeos, deben ser prohibidos de participar en la vida política y los procesos electorales.
¿Debe ser una prohibición perpetua? No, si hay arrepentimiento, repudio de lo hecho, autocrítica profunda y conversión a los valores democráticos. Lo hicieron, por ejemplo, los actuales presidentes de Brasil y Uruguay, ambos ex insurrectos. Pero nada indica que en el Perú tengamos ahora un cuadro remotamente parecido.