Muchos encontrarán sorprendente que las más controvertidas iniciativas de este Gobierno sean las del sector de seguridad. El reciente intento de reformar el sistema actual de servicio militar voluntario parte de un problema real: la escasez de voluntarios para cubrir las necesidades de personal del Ejército.
El presidente Humala describió el objetivo de poblar con soldados los cuarteles hoy semivacíos. Que, en efecto, lo están. Pero la solución planteada a ese problema suscitó críticas desde todos los lados, que en conjunto expresan correctamente que la iniciativa del Gobierno fue una mala solución para un problema verdadero.
Fue sin duda una mala solución que trató de ser una respuesta pragmática, de bajo costo a la escasez de personal. Algo que no le haga perder más pelo al ministro Castilla ni que altere el orden actual de cosas en el Ejército.
Pero me temo que si queremos darle una solución integral y duradera a esta escasez de reclutas, que es antes síntoma que problema, será necesario considerar medidas que puedan divorciar al ministro Castilla de los peines y al sistema actual de sus ineficiencias, incompetencias, anquilosamientos y corruptelas.
La búsqueda de soluciones a problemas crónicos, que empeoran gradualmente, requiere mentes dispuestas a mirar el asunto a resolver desde todos los ángulos y a permitirse todas las hipótesis antes del descarte paulatino que deje finalmente la mejor idea. Y si esta no es lo suficientemente buena, debe repetirse el proceso, con el mejor aporte posible de neuronas, hasta que emerja la respuesta.
Los militares no son, normalmente, muy buenos para ese tipo de razonamiento en tiempos de paz. El peso de la tradición, jerarquías, disciplina y procedimientos, que resulta excelente para el manejo día a día de la institución, ideal para armar desfiles vistosos o identificación grupal, no propicia la creatividad, que suma la originalidad y la perspicacia con el atrevimiento.
Los británicos son quizá quienes muestran de forma más marcada la dialéctica entre tradicionalistas e innovadores en su historia militar. Durante los períodos de paz, los tradicionalistas tienen preponderancia virtualmente absoluta. Pero después de los primeros desastres e infortunios en tiempos de guerra, ese sistema suele producir líderes audaces con mentes heterodoxas que rompen esquemas, crean o redescubren métodos y tácticas y llevan a cambiar la suerte de la guerra. Líderes como T.E. Lawrence, Orde Wingate, David Stirling, pueden haber sido casi tan odiados por sus anquilosados colegas como por el enemigo, pero todos ellos, y varios otros, demostraron a través del éxito que tan importante como el valor y la osadía físicos, era la originalidad y el atrevimiento intelectual.
Con eso en mente, volvamos al problema de la escasez de reclutas.
Si los y las jóvenes no hacen masivamente cola frente a las oficinas de reclutamiento es porque la perspectiva de ser soldados les resulta muy poco atractiva.
¿Es por el riesgo, por el peligro? Creo que no. Ahí donde la gente está convencida de lo que hace, el peligro es disuasivo solo para un porcentaje que no suele ser alto entre los jóvenes.
Entonces, si se continúa con un servicio militar voluntario, es indispensable hacerlo más atractivo y competitivo. La alternativa es un servicio militar obligatorio que hoy por hoy es realmente innecesario.
Atraer eficazmente a los jóvenes al servicio militar elevará considerablemente el costo por recluta y, toda vez que ello no será el resultado de una reorganización interna del gasto, aumentará, por ende, el costo de la defensa nacional.
¿Queremos eso? Se puede pensar en la alternativa de Costa Rica o Panamá, que se las han arreglado para vivir sin Fuerza Armada. Y al parecer no les va del todo mal.
Pero el caso del Perú es diferente. Somos un país grande y difícil, con muchas vulnerabilidades y con recursos y ventajas que pueden convertirse en peligros, acentuadas por nuestra historia de pérdida de territorios.
Así que, junto con diplomáticos competentes, necesitamos una Fuerza Armada verdaderamente eficaz. No muy grande, pero sí muy contundente. Con el prestigio social que resulte de que sus filas estén integradas por muchos de los jóvenes más inteligentes, ambiciosos y competitivos.
Ello no se logra solamente pagando el sueldo mínimo a cada recluta, aunque eso ya es un comienzo.
Sugiero otras medidas.
¿Por qué no hacer que todo aspirante a oficial deba iniciar su carrera como soldado, hacer una parte de su servicio en filas y solo después de destacar y ser seleccionado pasar a cursos para oficiales o para técnicos suboficiales?
De esa manera se refuerza el carácter republicano que debe tener nuestro ejército y se le quitan las reminiscencias feudales o, cuando menos, clasistas, a la defensa nacional. Mejoraría también la calidad de la tropa y, de paso, el trato a esta.
Algunos de los mejores ejércitos en el mundo (el de Israel, digamos) tienen ese principio común. No hay general que no haya sido soldado. Y en el Perú ha habido además varios casos de troperos que terminaron en las más altas jerarquías. Pero habría que convertir la excepción en regla y en sistema. Terminar con la división preestablecida entre supuestos nobles y muy reales plebeyos militares.
Para poder funcionar, el sistema necesitaría además poder ofrecer ventajas reales a todos aquellos que pasen por filas, para que salgan con una educación de calidad o con la posibilidad de obtenerla. Nadie debiera salir de la Fuerza Armada sintiendo haber perdido miserablemente el tiempo.
¿Cuánto elevaría eso los costos de personal? Estoy seguro que bastante. Pero creo que sería posible de sufragar y que en un esquema ilustrado de costo y beneficio resultaría positivo.
¿Cómo hacer que un buen ejército profesional le pese lo menos posible a la nación? Primero, manteniéndolo razonablemente pequeño; segundo, haciéndolo sustantivamente honesto y sin pérdida de recursos por la corrupción; y tercero, dándole funciones permanentes de utilidad social.
Somos un país que sufre desastres periódicos. Huaycos, inundaciones, terremotos. Nuestra capacidad de prevenir daños y responder a desastres es muy baja y por eso los costos y pérdidas por catástrofes naturales son siempre mucho más altos de lo que debieran ser.
Si, junto con su preparación específicamente militar, la Fuerza Armada se entrena y equipa para una respuesta rápida frente a desastres naturales, su costo se convierte en una buena inversión.
Además, el despliegue eficaz en ese tipo de escenario tiene mucho en común con el de uno de guerra, de manera que la acción de defensa civil no resultaría contradictoria sino complementaria al entrenamiento militar.
Nada de lo dicho se lograría de un día para el otro, pero todo camino, por largo que sea, empieza por un paso.
¿Y cuál debería ser este? Pagar el sueldo mínimo a los reclutas♦