Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2268 de la revista ‘Caretas’.
La cita memorable de Gandhi se encuentra hacia la mitad del reciente informe de Oxfam sobre la acrecentada desigualdad en el mundo: “La Tierra provee lo suficiente como para satisfacer las necesidades pero no la codicia de cada cual”. (“Earth provides enough to satisfy every man’s need, but not every man’s greed.”).
El informe de Oxfam, (en inglés. La traducción para esta nota ha sido perpetrada por mí) hecho público este 18 de enero (“El costo de la desigualdad: cómo los extremos de ingreso y riqueza nos daña a todos”), describe con elocuente parquedad cómo “la rápidamente creciente desigualdad y el enriquecimiento extremo son dañinos para el progreso humano”.
Según el informe, pese a que se ha logrado grandes progresos en la lucha contra la pobreza extrema en el mundo, no ha sucedido lo mismo con la desigualdad. “En un mundo de recursos finitos” sostiene Oxfam, “no podremos terminar con la pobreza si no reducimos rápidamente la desigualdad”. Los objetivos suenan relativamente modestos si se los contrasta con la alarmada descripción: “Es por eso que llamamos a un nuevo objetivo global para terminar con la riqueza extrema el 2025 y revertir la desigualdad a los niveles de 1990”.
¿Tan mal estamos? En un trabajo (“Desigualdad global de ingresos en números: en la Historia y hoy”) presentado en noviembre de 2012 para el “equipo sobre pobreza y desigualdad” del Grupo de investigación y desarrollo del Banco Mundial, el economista Branko Milanovic, hace una primera descripción global: “Una manera de verlo es tomar todos los ingresos del mundo y dividirlo en dos mitades: el 8% más rico se llevará la mitad y el otro 92% de la población recibirá la otra mitad. De manera que este es un mundo 92-8”.
El informe de Oxfam añade detalles: “En Estados Unidos, el porcentaje del ingreso nacional que va al 1% más rico de la población, se ha duplicado desde 1980, del 10% al 20%. Para el 0.01% más rico, se ha cuadruplicado”. La desigualdad, prosigue Oxfam, no se circunscribe a Estados Unidos. En el Reino Unido “la desigualdad retorna a niveles no vistos desde el tiempo de Charles Dickens. En China el 10% más rico se lleva casi el 60% del ingreso nacional. Sus niveles de desigualdad son ahora similares a los de Sudáfrica… [esta] significativamente más desigual que hacia el fin de la era del Apartheid”.
“Según Oxfam, las fortunas y la desigualdad extremas son económicamente ineficientes, políticamente corrosivas, socialmente divisivas, ambientalmente destructivas”.
Oxfam desarrolla con datos fuertes y argumentación persuasiva, la tesis de que las fortunas y la desigualdad extremas son: económicamente ineficientes, políticamente corrosivas, socialmente divisivas, ambientalmente destructivas; inmorales pero no inevitables.
La argumentación y los datos del informe se basan en fuentes tales como el FMI, The Economist y, en cuanto a exigir mayores impuestos a los multimillonarios, en lo que sostiene uno de los hombres más ricos del mundo: Warren Buffet.
Aquí en el Perú, sin embargo, El Comercio dedicó un editorial de ataque al informe de Oxfam, al que califica como un “resumen de los clichés más falaces y superficiales que existen sobre el tema de la riqueza, su acumulación y sus consecuencias”.
Según El Comercio, la presunta “asunción” del informe es “la de siempre: la riqueza es estática. Es decir, la cantidad de riqueza que existe en el mundo es la que es y no es expandible. Con lo que resulta lógico pensar que si alguien acumula un porcentaje grande de esa riqueza está quitándole a los demás posibilidades de acceder a una parte de aquella”.
El argumento de los editorialistas de El Comercio (no sé si también el de su director, Paco Miró Quesada, pero me pregunto si hoy por hoy alguien en el periódico se interesa en saber lo que este piensa), es el que suelen esgrimir los apologetas incondicionales del capitalismo. Este, dicen, crea una riqueza que no solo beneficia a los super ricos: “Antes de su apertura, China no tenía ningún millonario; hoy tiene más de un millón […] En el mismo período, más de 600 millones de chinos han abandonado la pobreza y entrado a la que ha pasado a ser la clase media más pujante del mundo”.
El editorial de El Comercio describe falazmente, a mi entender, el razonamiento del informe de Oxfam. Su ventaja es la de que, aunque caricaturizando al adversario, sale del mantra y entra en el debate sobre ese tema vital.
Es la oportunidad, en efecto, de empezar a discutir ese tema más allá del dogma repetido o el lobiísmo mal disimulado. Pero antes, les sugiero leer el reporte de Oxfam y, como no, el editorial de El Comercio.
Recuerdo de Veguita:
En una entrevista que dio a Claudia Blanco en el último año de su vida, Jorge Vega, Veguita, adivinó así a la muerte: “… Yo me imagino que debe ser una mujer bellísima porque todos los que se han acostado con ella han preferido no levantarse”.
En casi todos los casos, poner diminutivo al apellido es signo por lo menos de condescendencia. En el caso de Veguita fue de cariño y de respeto.
No recuerdo, a lo largo de los años ninguna vez en la que su llegada a las redacciones de Caretas o La República, no hubiera provocado sonrisas hasta en sus deudores. Se podía estar en medio de las más irritadas neurosis del periodismo cotidiano o semanal, pero el arribo del ‘librero andante’ (hubo otras apelaciones de menor elegancia) significaba la certeza de la ironía, del regateo feliz y de terminar con por lo menos un libro más entre las manos; muchas veces el título anhelado o redescubierto y otras el libro que Veguita te aseguraba que debías hacer tuyo.
De una juventud enfermiza pasó, al descubrir La Herradura, el deporte y el mar, a una larga etapa vigorosa que le duró casi toda la vida. En medio de las palideces del invierno Veguita llegaba bronceado a las redacciones luego del paso diario por la playa, listo para los intercambios irónicos que definían un epicureísmo sencillo, y austero si hacía falta, pero que cubría el registro amplio de una vida libre cuyo bien mayor fueron los libros.
Era un erudito sobre burdeles y putas legendarias. Una de sus citas más celebres –y repetidas– era la siguiente: “Una vez una amiga me dijo que cómo era posible que dedicara mi vida a las putas. Yo le dije, un hombre que ama a la historia solo puede desear a una mujer con un gran pasado”.
En la entrevista que dio a Paco Moreno en 2008, Veguita aclaró que en su pasado no podía hablar propiamente de una rutina sino de una putina. Y en otra concedida a Andina en 2012, recordó con alguna nostalgia que antes “los burdeles eran el club de los que no teníamos club: uno iba a conversar con los amigos, a compartir una cerveza”.
Aunque lo llamaron “el sobaco ilustrado”, su conocimiento, ayudado por una gran memoria, era considerable. Y no teniendo rastro de pedantería, sino una ironía pícara y culterana, era tan buen conversador que ya puede imaginarse porqué fue el librero sin competencia, siempre bienvenido en las redacciones.
Admiraba, claro, a Quevedo y sabía con él que los libros,“si no siempre entendidos, siempre abiertos/ o enmiendan o secundan mis asuntos/ y en músicos callados contrapuntos/ al sueño de la vida hablan despiertos”; y también que la muerte de las almas libres era un tránsito sin despojo “… su cuerpo dejarán, no su cuidado/ serán ceniza mas tendrá sentido/ polvo serán, mas polvo enamorado”.
Que el camino sea corto, Veguita, entre la gran biblioteca junto al mar y el deleitoso club para los que no tienen club, donde la gratitud de tus deudores periodistas te mantenga un crédito siempre abierto mientras fascinas a “las grandes almas que la muerte ausenta” con la mejor conversación.