El Perú nació anhelando una democracia vigorosa pero le tocó tenerla raquítica. Una y otra vez a lo largo de la historia la vimos perecer sin superar la infancia. La excepción es la que surgió tras la caída del fujimorato. Ya ha alcanzado la adolescencia y, aunque no muy atlética y vigorosa su sola supervivencia la fortalece.
Sin embargo, cada elección a lo largo de estos trece años ha sido un caso de vivir peligrosamente. En el Perú la influencia de ideas, sentimientos y pasiones antidemocráticos ha sido siempre fuerte. Esta nación fue el centro de la dominación colonial en Sudamérica, su corte virreinal, la sede de la reacción abascalina. Su ADN se perpetúa hasta hoy en buena parte de una clase que siempre quiso mandar sin dirigir, transida de nostalgia por el Visitador Areche.
Pero, en cada ocasión, el peligro fue conjurado cuando se definió en el nivel plebiscitario: las segundas vueltas en el 2001 y el 2011; y ahora en el intento de revocación de Susana Villarán.
¿Qué lo hizo posible? El arte del manejo de campaña, de la estrategia electoral, puede utilizarse negativamente con éxito (como fue el caso en 1990 con la campaña de demolición contra la candidatura de Mario Vargas Llosa, que llevó al triunfo a Fujimori), pero también puede utilizarse con éxito para prevenir desenlaces como ese, que estuvieron cerca de suceder.
El 2001, en segunda vuelta, un recién retornado y exonerado Alan García logró pasar a la segunda vuelta y enfrentar a Alejandro Toledo. Asediado este por denuncias, perdiendo cercanos colaboradores que se convirtieron en denunciantes, muy pocos se atrevían a apostar por Toledo. Frente a él Alan García parecía el candidato imbatible. Acababa de superar, con astucia y sentido de la oportunidad, a Lourdes Flores y aparecía rodeado de la aureola de candidato taumatúrgico, el flautista de Hamelin de las campañas electorales.
Frente a él, Alejandro Toledo no parecía tener posibilidades. No importaba que Toledo hubiera encabezado la lucha contra la dictadura fujimorista en su etapa final; ni parecía tampoco importar que García no solo hubiera convertido su gobierno previo en una sinfonía de desastre y corrupción, sino que hubiera sido él quien hizo posible el triunfo de Fujimori. En la lógica perversa de nuestra historia, García trajo a Fujimori y Fujimori traía a García.
Sin embargo, Toledo terminó ganándole sin atenuantes a García. Nada aguza tanto la inteligencia como la sombra del cadalso, según el viejo proverbio, y la perspectiva del desastre disciplinó a Toledo y lo hizo trabajar más de cerca con su equipo de asesores y estrategas de campaña, que eventualmente superaron la de García en todos los niveles, hasta el punto que este tiró la toalla dos o tres días antes de la votación.
Las elecciones de 2006 fueron difíciles, y hubo que tomar la dura decisión de apoyar a García, pero el resultado estuvo más o menos claro tiempo antes de la elección en segunda vuelta.
El 2011 fue el momento más peligroso para la democracia desde la caída del fujimorato. El escenario de pesadilla se presentó y hubo muy pocos que pensaran que Ollanta Humala tenía alguna posibilidad de vencer a Keiko Fujimori. Y sin embargo la batió convincentemente. En el proceso, Humala asumió el estandarte de la defensa de la democracia, en un juramento memorable, que lo llevó a la victoria y que hasta ahora, dos años después, ha cumplido cabalmente.
Humala tuvo una sobresaliente estrategia electoral, asesorada en buena parte por Luis Favre, un argentino nacionalizado francés y residente en Brasil, cuyo evidente talento como asesor de campaña se prolongó luego en la consejería política y lo llevó a un acerbo enfrentamiento con ex asesores de izquierda de Humala luego de salir estos del gobierno.
Si la segunda vuelta del 2011 merece ser estudiada en detalle por la estrategia de campaña de la coalición vencedora; la elección revocatoria en contra de Susana Villarán fue quizá más difícil en términos de plan de campaña, pues hace menos de tres meses la diferencia entre el Sí y el No parecía inalcanzable.
Una encuesta de Ipsos Apoyo en noviembre del año pasado le daba una ventaja de más de 30 puntos porcentuales al Sí. Un 65% de encuestados decidía (con tarjeta) a favor del Sí, mientras que solo un 31% por el No.
Fue entonces que el ex primer ministro de Humala, Salomón Lerner Ghitis, luego de hablar con Susana Villarán contactó a Luis Favre –a quien había conocido bien en la campaña de 2011– para que viniera a ayudar en la campaña por el No. Favre aceptó y llegó hacia fines de enero con un equipo de unas cinco personas.
El Apra, entre tanto, se había incorporado a la campaña por la revocatoria. Hugo Otero, el estratega aprista, marcó el tono al impugnar la presencia de Favre por ser extranjero. Luego hubo portátiles movilizadas frente a la embajada de Brasil (Favre es argentino, con pasaporte francés) y un hotel, para protestar por su presencia.
El tiro les salió por la culata.
La incorporación de Favre trajo un manejo profesional, bien organizado a la campaña por el No, pero hubo otros factores de gran importancia también. El apoyo del PPC, y de Lourdes Flores en particular, tuvo un gran impacto. La rival de Susana Villarán salía a hacer una campaña elocuente, articulada y optimista en defensa de la autoridad municipal. Se sumaron rostros y posiciones defendidas con claridad y elocuencia. Desde Anel Towsend hasta Enrique Juscamayta, una cantidad de nuevos rostros se sumó a la defensa coherente de gestión que hicieron regidores como Marisa Glave y Eduardo Zegarra. En pocas semanas, la campaña por el No dejó de parecerse al gato Silvestre, con sus perpetuos traspiés y fracasos, para funcionar con articulación y lógica.
Del otro lado, la campaña por el Sí fue una sucesión caricaturesca de errores, metidas de pata y superlativas estupideces que resultaban exageradas hasta para un grupo de testaferros políticos fingiendo un liderazgo que sus manejadores no se atrevían a asumir abiertamente.
Perder más de 30 puntos porcentuales en dos meses es algo fuera de lo común, incluso en el Perú. Pero eso pasó con el Sí. A comienzos de marzo, el tracking del No dio un empate técnico. Sin embargo, ahí paró por algo más de una semana, el crecimiento del No, por los problemas urbanos que se desataron en esos días.
Pero el desastroso manejo de la campaña del Si durante la última semana le dio el margen necesario al No para terminar venciendo una revocación que poco antes parecía inevitable.
Terminada la campaña, ahora se inicia una etapa que quizá sea corta pero siempre divertida. Twitter en mano, Favre se ha lanzado a enfrentar en guerrillas verbales a sus detractores, entre los cuales destaca ‘Claude Maurice’ (así lo llama Favre) Mulder y, por supuesto, el derrotado Hugo Otero.
Desde alusiones a la nacionalidad suiza de ‘Claude Maurice’ hasta la francófila marsellesa aprista y metáforas napoleónicas (“Claude Maurice, demain tu verras le soleil d`Austerlitz”), el intercambio de dardos verbales ha estado más predicado en la animosidad que en la agudeza. Pero hay uno que debe saber particularmente amargo, dirigido por Favre a su entrañable detractor: “Claude Maurice, en mi trabajo se gana y se pierden elecciones. Pero nunca perdí una en que le llevase 30 puntos al adversario”.
Invectivas aparte, esos 30 puntos describen la dramática campaña y la espectacular victoria del No. El margen estrecho no importa, sino que en menos de dos meses la ventaja de 30 por ciento del Sí se haya convertido en victoria del No♦