En la noche del domingo 10 de marzo, hubo una balacera feroz en las calles de Reynosa, la ciudad de frontera que ese día en especial se encontró, para parafrasear el viejo dicho, más lejos de Dios, aunque igual de cerca de Estados Unidos, que el resto de México.
El reporte y análisis de Insight Crime, del 18 de marzo (que ha sido la fuente informativa principal para este artículo), incluye un video –“balacera en reynosa”– de 15 minutos, virtualmente ciego en cuanto a imagen, pero con una dramática banda sonora cuya narrativa se desarrolla desde las sombras temerosas. Empezando desde lejos, las detonaciones de armas de grueso calibre en insistente fuego semiautomático martillan bajo el contrapunto de ráfagas ocasionales de disparos en automático. Es una batalla en rápido movimiento, (todo indica que dos facciones del Cartel del Golfo salieron a matarse entre sí) en tanto el sonido de los disparos se acerca a la pareja de voces que graban el incidente, hasta un momento en el que –lo dicen los sonidos tanto como el temor en las voces– los disparos detonan a pocos metros. Un perro pequeño –suena como un chihuahua– ladra su miedo, mientras el centro de las detonaciones se aleja, calla por momentos, para tronar luego fuerte unos momentos y callar de nuevo, cuando se escucha el ulular de varias ambulancias que se aproximan a lo que queda de la balacera.
Reynosa tiene 600 mil habitantes y está a apenas 18 kilómetros, frontera de por medio, de McAllen, en Texas. No es fácil imaginar el equivalente peruano. Tacna tiene la mitad de habitantes, Tumbes la tercera parte e Iquitos unos 170 mil. Imaginen la conmoción que hubiera ocasionado en el país si cualquiera de estas tres ciudades hubiera sido el escenario de una batalla urbana entre dos grupos criminales , que se prolonga por largas horas a través de la ciudad inmovilizada por las balas y el miedo, sin que intervenga ni la Policía, ni el Ejército, ni la Marina, ni la Fuerza Aérea, nadie. No hubiera habido publicación que no estuviera dedicada al tema. Unas pocas hubieran hecho un buen reportaje, la mayoría un periodismo deplorable, pero todas se enfocarían en lo mismo.
En México, la batalla apenas fue mencionada por un puñado de medios nacionales. Hasta donde entiendo, no lo hizo ninguno local o regional. Entre los medios nacionales que se mantuvieron callados en la cobertura de un evento de tal importancia, estuvieron, por ejemplo, TV Azteca, Televisa, El Universal, Milenio.
La información oficial fue, si cabe, peor. Un comunicado de la Procuraduría General del Estado de Tamaulipas (al que pertenece Reynosa), informa que “en la noche del domingo 10 de marzo se reportaron persecuciones y enfrentamientos entre civiles armados […] con saldo de dos víctimas colaterales”.
Dos víctimas colaterales… ¿ese fue el resultado de los cientos, quizá miles de disparos? Ni un duelo entre ciegos con Parkinson, ni un combate entre espectros hubiera tenido ese saldo de víctimas.
El periódico de McAllen, The Monitor, al otro lado de la frontera, informó de manera mucho más convincente. El despacho, publicado al día siguiente de la balacera por el periodista Ildefonso Ortiz, indicó que el resultado del violento combate de tres horas, de acuerdo con una fuente policial mexicana no identificada, habría sido de por lo menos unos 36 muertos, y que las víctimas habrían llenado unos cuatro camiones.
Silencio casi total en la prensa regional; murmullos informativos en la prensa nacional; desinformación de las autoridades: esa no es la prensa regimentada de las dictaduras ideológicas, sino la autocensurada por el miedo en una de las democracias más importantes, cultas y poderosas del hemisferio.
No menciono el caso para hablar sobre las guerras del narco en México sino sobre una de –para utilizar los términos oficiales– de sus ‘víctimas colaterales’: la libertad de prensa.
Cuando la Relatoría para la Libertad de Expresión, de la OEA, es puesta en peligro por el ataque del presidente del Ecuador, Rafael Correa, no es una instancia menor de la burocracia interamericana la que es amenazada, ni tampoco se pone en riesgo los puestos de algunos de los parásitos que pululan en las organizaciones multilaterales.
La Relatoría para la Libertad de Expresión ha sido, a lo largo de su historia, una organización eficiente y comprometida en una defensa intelectualmente clara, de la libertad de prensa y de la seguridad e integridad de los periodistas. Todos sus relatores han sido de buenos para arriba; y la actual, la colombiana Catalina Botero, ha tenido un desempeño sobresaliente.
La decisión de crear la Relatoría ocurrió en la Segunda Cumbre de las Américas, en Santiago de Chile, en 1998, dentro del esfuerzo de lucha contra las dictaduras enmascaradas, fundamentalmente la de Fujimori, que buscaban mantener una fachada democrática, subvirtiendo y degenerando sus elementos constitutivos, principalmente el periodismo libre.
Esa lucha hemisférica ayudó a terminar con el fujimorato y avanzar la libertad de prensa en el Hemisferio. La Relatoría, se sumó, con fuerza y autoridad propias, a las otras organizaciones de la sociedad civil que llevaban años de lucha en ese campo. Por ejemplo, el Committee to Protect Journalists (CPJ), Reporteros sin Fronteras, Human Rights Watch, entre otros.
Pero los triunfos resultaron pequeños en relación con los inmensos desafíos y los peligros crecientes para el periodismo libre en el Hemisferio.
La libertad de prensa, en su verdadero sentido, ha sido amenazada, atacada y herida desde varios frentes simultáneos. Entre ellos,
• Por la violencia feral del crimen organizado, que no se limita a México;
• Por la opresión de dictaduras como la cubana y ataques de gobiernos como el venezolano;
• Por la concentración y el cruce de la propiedad de medios en casi toda América Latina, en la que el lucro y las conveniencias comerciales de los propietarios, han provocado tanta autocensura o desinformación como la causada por las amenazas de los narcos criminales.
• Por la corrupción consecuente en el propio periodismo.
Pese a estar dentro de la OEA, la Relatoría ha tenido una actividad independiente y notable en encarar varias de esas amenazas. Por eso es atacada ahora por Rafael Correa, quien de ser sinceros sus argumentos, debiera ser el primero en defenderla.
Hay una cita célebre del gran H.L. Mencken que dice que “el periodismo es al político lo que el perro al poste”.
La sabiduría dialéctica de la democracia debiera llevar al poste a agradecer la existencia del perro, pese a indeseadas humedades, que al final lo protegerán y harán más fuerte.
Pero cuando el poste ataca al perro, todos peligramos, sobre todo la libertad. Y si el poste tiene éxito no se escuchará al final ya no solo la voz fuerte del mastín sino ni siquiera el ladrido del chihuahua, como aquel de Reynosa cuyos ladridos aterrorizados, prontamente ahogados por los disparos, reflejaron la voz de una sociedad oprimida por el miedo, expresada por la desinformación y la mentira♦