Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2309 de la revista ‘Caretas’.
En la llamada “guerra contra las drogas” se pelea hasta sobre la semántica. ¿Es una guerra o no? ¿O es un problema de crimen organizado (y desorganizado) que debe ser enfrentado policial y judicialmente? ¿O un asunto de salud pública que requiere terapia antes que represión? ¿Se trata más bien de una expresión de capitalismo puro que demuestra la volcánica energía del mercado y el genio logístico del lucro?
La respuesta ante cada una de esas preguntas es la misma: sí. Y seguiría siéndolo si ampliara el cuestionario. ¿La gente busca el placer en las drogas? Sí (por lo menos, antes de la adicción). Entonces, si admitimos que es una lucha contra algo que da placer (y luego lo contrario), ¿es una guerra erótica? Sí; y también se la podría considerar una regulación del libre albedrío personal mediante la fuerza organizada de casi todos los Estados de la tierra.
Entonces, ¿se puede movilizar exitosamente flotas, ciberfuerzas, drones y divisiones contra esa combinación de impulso erótico, compulsión adictiva y lucro recargado? Las convulsivas transacciones que sacuden cada día al continente entero parecieran responder que no.
En el negocio y la represión del narcotráfico se han invertido y enfrentado enormes recursos pero limitada lucidez. Se ha empleado desde AWACS hasta supercomputadoras, pero se ha reprimido la discusión sobre los problemas de fondo. Desde la perspectiva conceptual de guerra, se puede decir que se ha empleado ingentes medios en perpetuarla antes que en concluirla.
El escenario está cambiando y ahora hay un número creciente de voces calificadas por servicio público previo, que llaman a cambiar los paradigmas dominantes. Se han ido atreviendo de a pocos, pero los números crecen. El 5 de este mes de noviembre, el ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan y el ex presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, firmaron conjuntamente un artículo publicado por CNN bajo el título inequívoco de: “Stop ‘war on drugs’”. Ambos pertenecen al influyente ‘Global Commission on Drug Policy’ (Comisión global sobre políticas de drogas), que postula descriminalizar la lucha antidrogas en donde sea posible hacerlo.
Es una discusión fundamental, pero mientras se intenta hacerla y llevarla a nuevas conclusiones y consensos, los Estados no pueden dejar de tomar acciones frente a los grupos de crimen organizado, a riesgo de perder no solo el control de su propio territorio, la autoridad sobre su propia población sino el control sobre sí mismos.
En el Perú ha resurgido con notable velocidad el fenómeno que caracterizó el masivo narcotráfico de los años 80 del siglo pasado: el puente aéreo de la droga. La diferencia es que antes todas las narcoavionetas volaban hacia Colombia y hoy la mayoría lo hace hacia Bolivia.
En el cambio constante de métodos y rutas del narcotráfico parece, de paso, que hay un retorno a los ochenta. Desde Colombia, la ruta de la droga ha vuelto a utilizar el mar Caribe, como en los tiempos de Carlos Lehder y el entonces joven Cartel de Medellín. Y en Perú, después de años de mochileros y ‘cargachos’ que luego se hicieron ‘transportistas’ (en vehículos con droga encaletada), retornaron las avionetas.
«¿Se puede movilizar exitosamente flotas, ciberfuerzas, drones y divisiones contra esa combinación de impulso erótico, compulsión adictiva y lucro recargado?»
Primero fue en Pichis Palcazu, pero después, como lo reveló primero Romina Mella en IDL-Reporteros, en un reportaje publicado en octubre pasado, los vuelos convergieron hacia el VRAE.
Concentrados sobre todo en el área de Canayre, Puerto Cocos y Mayapo (aunque también más al norte y el sur del Valle), los vuelos levantan con una carga promedio de 350 kilos de cocaína. Tres o cuatro vuelos por día, con tendencia al aumento. Eso significa cerca de 30 toneladas de cocaína exportada cada mes desde el VRAE.
Lo notable es que muchos de estos vuelos despegan muy cerca de las bases militares y policiales sin ningún obstáculo ni problema.
En el Perú, como debe recordarse, se aplicó exitosamente en los 90 un programa de interdicción aérea, en estrecha cooperación con Estados Unidos, que rompió el puente aéreo, colapsó los precios de droga y provocó el abandono de los cocales que se marchitaron y dejaron de existir. La coca se redujo en 100 mil hectáreas en pocos años.
El Estado peruano desaprovechó entonces la magnífica oportunidad de ayudar al campesinado (que acababa de derrotar a Sendero) a construir una economía legal viable. Empujó a muchos a la emigración, con lo que las defensas contra SL se hicieron más débiles. Y luego, como era inevitable, retornó y se fortaleció paulatinamente el narcotráfico. Como lo hizo luego también SL. Ambos tuvieron cambios y mutaciones en organización y métodos pero no en lo que era y es cada cual.
Por eso, que ahora ante las narices de las Fuerzas Armadas, en una de las regiones más militarizadas del Perú, entren y salgan vuelos ilegales desde el extranjero, es un problema de seguridad nacional.
No solo porque la parálisis de la Fuerza Armada (y de la Policía) pueda indicar ya corrupción, junto con ausencia de medios, sino porque el puente aéreo podría servir, en forma relativamente fácil, para mejorar significativamente la capacidad de fuego de SL, si esta organización dispone de los medios y la decisión para salir a comprar armamento en uno de los puntos del continente (desde Ciudad del Este, por ejemplo) donde es más fácil hacerlo.
Si en lugar de que la Fuerza Aérea tome acciones rápidas (la vigilancia por radar, la interceptación dirigida), no se hace nada y se programa como eje de las acciones contra el narcotráfico el inicio de erradicaciones manuales de coca, mientras pululan los narcovuelos, el Estado pondrá en riesgo lo avanzado hasta hoy, demostrará indudable incompetencia y posible corrupción.
Martha Chávez.-
Durante su tóxico protagonismo político de una semana y días, Martha Chávez volvió a demostrar (como lo hizo en los 90) que la política puede también ser el arte de la mentira venenosa y de la más deshonesta distorsión de hechos y de ideas. Contó, por supuesto, con la colaboración de medios y de periodistas asustados y boquiabiertos, que olvidaron, o decidieron olvidar, la posibilidad de repreguntar y la obligación de documentarse antes de entrevistar.
Pero la Chávez fue involuntariamente elocuente en dejar pistas. Así como en Transilvania todos saben que si Igor deambula, Drácula no está lejos, ver a la Chávez en acción significa que Montesinos ya está repartiendo cartas y que vuelve a tener vigencia en la estrategia fujimorista.
La matonería, por ahora verbal, alarma a algunos. Para mí tiene la ventaja de ser reveladora. El aparato de Montesinos está en movimiento y le va a ser imposible camuflarse.
La alerta temprana es buena, pero no debiera llevar a nadie a asustarse. Habiendo dominado a Drácula ¿no es tonto asustarse por Igor?