Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2336 de la revista ‘Caretas’.
Hay recuerdos que no sirven para encontrar otras respuestas que no sean más preguntas. Uno de ellos es sobre la campaña presidencial del 2011.
Fue antes de la primera vuelta y en IDL, el Instituto de Defensa Legal, tuvimos una reunión de los corresponsales nacionales de Ideéleradio. Era un grupo grande de periodistas de todo el país que representaban un auditorio de mucho interés para cualquiera de los candidatos presidenciales, de manera que en un solo día llegaron tres de ellos para exponer, intentar convencer y hasta deslumbrar a su exigente auditorio.
Los tres candidatos llegaron por separado, uno detrás del otro, pero con poco tiempo entre una y otra presentación. El primero fue Alejandro Toledo, quien a esa altura todavía creía tener, me parece, el triunfo casi garantizado.
Pese a su experiencia, o quizá por ella, la presentación de Toledo fue, impostación incluida, una repetición de otras tantas que a veces hacía difícil distinguir discurso de parodia.
Luego vino PPK, con su acento gringo en perfecto contrapunto con la impostación previa de Toledo. Su discurso fue divertido, con una dosis interesante de cinismo, y tuve la impresión que hasta sincero, por lo menos en términos de campaña. Pero, aunque por razones diferentes en cada caso, fue evidente que ni él ni Toledo sintonizaron con el auditorio, lo cual, tratándose de periodistas radiales,no es poca cosa.
Al final llegó Ollanta Humala, con un grupo de acompañantes mucho menos organizado que los anteriores. Pero Humala sí logró una sintonía inmediata con los periodistas. No fue solo por el lenguaje llano y directo, sino sobre todo por un cierto entusiasmo, una energía optimista en el discurso que sugería ausencia de doblez, claridad de objetivos y capacidad de lograrlos. En ese momento no parecía que Humala tuviera posibilidades de vencer, pero ese día lo hizo, en forma que resultó precursora de la victoria que logró pocos meses después.
Recordé a los tres candidatos tres años después de la victoria de Humala para preguntarme y tratar de responder qué pasó entre el candidato enérgico, alegre, optimista de esa campaña, y el presidente de hoy, que con frecuencia parece fruncido en sí mismo, tensamente silencioso, como si estuviera abocado en un esfuerzo infructuoso por resetear un GPS desorientado.
Nada de eso hubo en la parte culminante, las horas decisivas de la campaña presidencial de 2011, donde la claridad intelectual y flexibilidad de Humala, que lo llevó a efectuar con rapidez y evidente sinceridad, las declaraciones y gestos (empezando por el juramento de San Marcos, de defender la democracia) que le dieron la victoria, sugirió la clara confianza en sí mismo de quien ha evolucionado hacia una posición en la que sintonizaban la razón con la inclinación.
Luego, en el camino, algo se perdió en Palacio. Nada realmente dramático, pero sí la diferencia entre la gestión notable y novedosa que pudo ser, frente a la gris y conservadora que es –paradójicamente hostigada por los sectores conservadores que hoy controlan lo esencial de la política del régimen, y que parecieran haber llegado al tácito acuerdo que la única manera de mantener amaestrado al Presidente es tenerlo pisando alfileres.
«Algo se perdió en Palacio. Nada realmente dramático, pero sí la diferencia entre la gestión notable y novedosa que pudo ser, frente a la gris y conservadora que es”.
No es cosa de ser injusto, sin embargo. Aún siendo conservadora y gris, hay bastante que reconocer en la gestión de Humala. Ha cumplido hasta ahora cabalmente el juramento que pronunció en San Marcos; ha mantenido prudencia en el manejo económico y claridad en las políticas de inversión y de comercio. Y en la lucha contra el senderismo armado, tomó decisiones que fueron importantes para lograr algunos de los resultados (no muchos pero sí significativos) conseguidos hasta ahora.
En medio de un mundo en crisis, somos una nación que crece, atrae gente, que se percibe optimista y que, sobre todo, logrará el 2016 su cuarta transición democrática ininterrumpida. Por gris y mediocrón que sea un gobierno, los logros anteriores son más que suficientes para reclamar, con justicia, legitimidad y respeto.
Pero, el gobierno de Humala pudo haber sido mucho mejor. Pudo haber logrado todo lo mencionado en el párrafo anterior, y más, sin perder su base social, su apoyo popular, su vocación de mejoría a través de reformas no solo viables sino necesarias.
¿Por qué resultó un gobierno tan incompetente en la lucha contra la inseguridad ciudadana y el crimen organizado cuando es evidente que muy pocas cosas le importan más a la gente que eso? ¿Por qué cambió, en la lucha contra el narcotráfico, de una posición de diálogo con los cocaleros, (a la que quizá faltó mayor claridad en métodos y metas) al de centrarse en las formas más primitivas de supuesta guerra contra el narcotráfico, que en realidad suponía centrar la represión contra los campesinos cocaleros antes que contra el crimen organizado narcotraficante?
Parece que, por fortuna, se está imponiendo la posición de un rediseño de estrategia en el VRAE, poniendo énfasis en lo que el ministro de Agricultura, Juan Manuel Benites, ha llamado el “plan de reconversión productiva” para lograr el desarrollo de la zona.
Espero que cuaje y prospere esa estrategia, que debiera ser acompañada por acciones de fondo para interdictar y romper el actual puente aéreo del narcotráfico entre el VRAE (o Pichis Palcazu) y Bolivia. Darle alternativas al campesino y atacar con energía la gama alta del narcotráfico y el crimen organizado. Esa debe ser la estrategia antes que la que se pensaba realizar: atacar cocaleros mientras se deja en paz a los narcotraficantes.
Hace tres años, pocos días antes de que asumiera la presidencia, escribí en este espacio una ‘carta abierta’ a Humala. Ahí, recordando su admiración por De Gaulle, le aconsejé que “siga a De Gaulle los domingos y a Churchill los días de semana, señor presidente, y no se arrepentirá”.
Ahora ya sabemos que no se ha seguido ni al uno ni al otro ni en los días de la semana ni tampoco en los de fiestas de guardar.
Pero lo cierto es que recién se va a cumplir tres años de gobierno y que quedan, completos, otros dos más por delante.
Creo que pocos presidentes comprendieron mejor su mandato y sus posibilidades que Theodore Roosevelt. En América Latina se lo quiere poco, por lo del Big Stick y el Canal de Panamá.
Pero lo cierto es que Roosevelt llevó a cabo algunas de las reformas más importantes en la historia de ese país –contra los oligopolios y la corrupción; en favor del medio ambiente y la salud pública–. Lo hizo superando la resistencia de poderosas maquinarias políticas y un Congreso influenciado por los intereses de dichos oligopolios.
Luego que Roosevelt renunciara a la re-elección, los grandes intereses afectados y sus representantes en el Congreso gringo de entonces, se tomaron la revancha y le rechazaron decenas de iniciativas legales, Roosevelt se les enfrentó con decisión, sosteniendo que el Presidente que no lucha sin contemplaciones contra la corrupción, queda en una “posición despreciable” y que él había logrado utilizar su poder presidencial “hasta el último día”.
Y ese no es un mal ejemplo que seguir: recobrar bríos y actuar en cada uno de los días de estos dos años con la energía y las metas del día inicial♦