Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2414 de la revista ‘Caretas’.
Este mes será el prólogo de la campaña para las elecciones generales de abril de 2016, que será como las de 2001, 2006 y 2011: corta, intensa y sucia. También tendrá a varios de los protagonistas de elecciones precedentes: el elenco estable de actores candidatos que retornan al escenario luego de más o menos someros reciclajes.
Pero las diferencias serán mayores que las semejanzas.
No hay ahora en el electorado, como hubo el 2001, la emoción republicana, el entusiasmo democrático por la caída reciente de un dictador y la buena experiencia de los breves meses del gobierno provisional.
Tampoco existe el ánimo virtuoso de una ciudadanía que desea y siente posible la honestidad pública. Por lo contrario, la distribución de la corrupción (en grado diverso) entre varios de los candidatos, ha hecho que el requisito para una candidatura viable sea poder disimular aquella en forma más o menos plausible.
A contrapelo del 2001, 2006 y 2011, ahora no hay –por lo menos todavía– un candidato que suscite miedo o mucho rechazo, como sucedió con Alan García (2001), Ollanta Humala (2006) y Keiko Fujimori (2011). ¿Puede serlo Acuña? Hasta ahora, nada lo hace peor que el resto.
La serie del párrafo anterior sugiere que todo lo que se necesita para ser Presidente es haber provocado miedo o rechazo cinco años atrás. Un lustro basta para pasar de mal mayor a mal menor. Así, el resultado estaría ahora casi predeterminado.
Pero eso no es necesariamente cierto. Para empezar, todos los candidatos son por ahora el mal menor; de manera que lo que les queda es competir entre sí para acreditarse el grado menor de toxicidad.
Tal como pinta ahora el escenario, todo indica que quien conquiste y mantenga el centro, vencerá.
En las elecciones anteriores, con el mal mayor a la vista, sabiendo que se iba a enfrentarlo en segunda vuelta, se podía librar la campaña por la izquierda (o la derecha, según el caso), para correrse luego hacia el centro en la definición.
«Hay un factor aleatorio que pudiera tener mucha importancia. ¿En qué momento saldrá a luz un caso de gran corrupción vinculado al escándalo de Lava Jato? ¿A quién le tocará?».
Lo más probable, por eso, es que el resultado de la campaña se defina en primera vuelta, aunque haya una segunda. Es muy difícil (no imposible pero muy difícil) que una maniobra política audaz en el momento justo –como fue el juramento de Humala por la democracia en 2011– pueda convertirse en el efecto sorpresa, el golpe de mano que cambie el escenario y convierta una derrota anunciada en una victoria imprevista.
Por eso, la conquista temprana del centro es, a mi entender, la estrategia que, si logra éxito, puede llevar a la victoria.
¿Quién ha hecho hasta ahora más por ganar y afianzar posiciones en el centro? Desde la derecha, ha habido algunos amagues de PPK; y una propuesta sin duda interesante y audaz de Alan García: la propiedad del subsuelo para convertir en accionistas a los habitantes de las zonas de yacimientos mineros. Entre los candidatos, García es el único que tiene el atrevimiento intelectual como para plantear ese tipo de solución creativa a conflictos entrampados. Su problema, empero, es que él también escribió “El perro del hortelano”, y lo llevó a la acción. Así que mientras el candidato García no explique las acciones de García el presidente, sus ideas de campaña parecerán las ocurrencias de un sofista creativo pero con alto déficit de credibilidad.
Entonces, ¿quién ha avanzado mejor hacia el centro? Hasta ahora, y con ventaja, Keiko Fujimori. Su principal logro en el despliegue hacia las batallas electorales ha sido salir de la posición del mal mayor. Eso supuso desde las declaraciones en Harvard hasta el control, aunque relativo, de los impresentables de su partido. En tanto encabeza las encuestas, ejercitar el mando no es muy problemático. Tanto lo uno como lo otro pueden cambiar, sin embargo.
Vi el otro día que una adivina le leyó las cartas a César Acuña, a satisfacción del cliente. Me temo que se necesita mucha más clarividencia que la mostrada en esa ocasión para predecir el futuro de Acuña. Tiene capacidades poco conocidas y que por eso llevan la fuerza añadida de la sorpresa. Está acostumbrado a ganar en escenarios difíciles a rivales reveseros. Tiene aliados y empleados tanto abiertos como solapas; y quizá dispone de más dinero que casi todos los otros candidatos. Pero sus pasivos y problemas son muchos. En cuanto empiecen los ataques en serio, su flotabilidad será puesta a prueba. Espero que para entonces se haya mirado en el espejo de Castañeda Lossio. Uno puede ganar una elección en Lima sin casi abrir la boca, dejando que las escaleras hablen por ti; pero sin un mensaje claro, elocuente y movilizador, no llegas lejos en una elección nacional.
Si la derecha busca ocupar desde temprano el centro, la izquierda debiera salir a conquistarlo si quiere emerger de su balkanización. Su candidata con más promesa: Verónika Mendoza, ha mostrado hasta ahora una notable capacidad de desaprovechar la oportunidad de hacerlo. Debe elegir muy pronto entre lanzarse a una campaña dirigida a ganar el voto de las mayorías –solo posible desde el centro–, o mantenerse dentro de las inhibiciones de un discurso dogmático y estrecho que le garantizaría una orgullosa derrota.
Sin un mal mayor evidente (por lo menos al principio) y con muchos males menores en pugna, me parece que las contracampañas [los ataques al rival] jugarán un papel muy importante, quizá decisivo, en estas elecciones. Una ventaja ahora para este tipo de campañas es que la mayor parte de los candidatos ofrece más blancos que un polígono de tiro. Así que el mejor asesor de contracampañas –no necesariamente el más agresivo ni el más sucio– podrá ser quien defina la victoria de su candidato o candidata.
Hay un factor aleatorio que pudiera tener mucha importancia. ¿En qué momento saldrá a luz un caso de gran corrupción vinculado al escándalo de Lava Jato? ¿A quién le tocará? Los que tienen mayores probabilidades de ser señalados y revelados son quienes han ejercido o ejercen el poder o quienes desempeñaron funciones importantes en gobiernos anteriores. Dependiendo de cómo avance, el caso Lava Jato puede terminar siendo el elector negativo, al señalar quién no puede ni debe ganar.
Ese es el escenario al abrirse el prólogo de la campaña. ¿Nos merecemos esto? Quizá sí. Si estos candidatos están ahí es porque nadie ha logrado (o siquiera intentado) poner en liza a alguien mejor.
¿No podemos producir nadie mejor? Por supuesto que podemos. Entonces, ¿por qué no lo hicimos?
Miremos a los candidatos pequeños. ¿Alguna cualidad o circunstancia hace a alguno interesante o remarcable? ¿Surgirá alguno o algunos en el último momento?
En varios lugares del mundo, las asociaciones de consumidores han buscado fortalecer su capacidad de decisión informada para liberarlos de la publicidad engañosa, de las ventas seducidas, del marketing infeccioso.
¿No debe multiplicarse ese esfuerzo en una decisión tan importante como es elegir presidente y congresistas de la República? Quizá todavía se esté a tiempo de rebelar al votante frente a las paupérrimas alternativas que plantea la danza de la propaganda en la campaña. Y decirle: busca tú, explora, averigua y después decide. Tantas veces lo has hecho mal, que ningún daño te hará decidir bien por una vez.