Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2415 de la revista ‘Caretas’.
Arequipa.- En medio de la efervescencia intelectual que el Hay Festival provocó en esta ciudad, resulta difícil apreciar qué escritores o periodistas convocaron mayor atención. Desde las reminiscencias irónicas de Jorge Edwards hasta la intensidad ígnea de Ed Vulliamy, las intervenciones de los invitados convocaron casi sin excepción apreciación y aplauso por parte de un público absorto y conocedor.
Uno de los más seguidos y escuchados fue Jon Lee Anderson, lo cual es fácil de entender. Aparte de una trayectoria hazañosa como reportero y escritor, Jon Lee – quien se inició como periodista en el Perú – no solo no ha desarrollado con los años el cinismo frecuente en corresponsales de guerra y de conflicto, sino ha fortalecido un realismo lúcido pero duro, junto con una capacidad de indignación moral que destierra los eufemismos y no mezcla las palabras.
Al comentar con un grupo de periodistas los resultados electorales en Argentina y Venezuela, respondió a la pregunta de si eso significaba el retroceso de la izquierda en América Latina. No, dijo, ni Argentina ni Venezuela eran o habían sido, a su juicio, de izquierda. En el primer caso, el peronismo ha albergado desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Dentro de ambas alas lo que ha funcionado con eficacia es el aparato para robar. ¿Venezuela? Un militarismo populista y corrupto, que llevó a un empobrecimiento rápido y brutal.
Uno no tiene que coincidir siempre con Jon Lee, pero en este caso tiene la razón. La expresión democrática de la izquierda moderna ha sido, desde la segunda posguerra, la social democracia, cuyas reformas en los diversos países que gobernó con diferente intensidad y profundidad, llevaron no solo al crecimiento económico sino al desarrollo humano de sus sociedades. Los países escandinavos e Israel desde antes de su fundación hasta el primer cuarto de siglo de su existencia son, quizá, sus mejores ejemplos. En Sudamérica, Uruguay representa bien varios de los principios que definen a la social democracia.
«El deterioro del gobierno madurista continuará, mientras la oposición deberá reforzar y ampliar su propia base de poder teniendo cuidado de no forzar prematuramente un desenlace».
Lo curioso es que el presidente uruguayo que encarnó mejor los ideales de austeridad republicana fue José Mujica, el antaño jefe guerrillero tupamaro cuya aventura revolucionaria en los sesenta del siglo pasado llevó al colapso de su duradera democracia, reemplazada por una brutal dictadura militar. Mujica pasó largos años de prisión bajo crueles condiciones. El político que emergió de la cárcel fue un líder de una izquierda plenamente democrática.
La prisión cambia a muchos pero no mejora a todos. Algunos, como sucedió con el dirigente histórico del partido comunista portugués, Alvaro Cunhal, mantuvieron inalterada su radicalidad y su dureza. Otros, como Nelson Mandela o José Mujica, adoptaron ejemplarmente los valores de la democracia, en especial la tolerancia.
El régimen que sufrió la contundente derrota electoral del domingo pasado en Venezuela no puede definirse en ningún sentido como uno de izquierda sino como un gobierno surgido de un caudillo militar bajo un conjunto heteróclito de influencias, desde el neo-fascismo de Norberto Ceresoles, el golpismo de Mohamed Seineldin y los Carapintadas, hasta la de la burocracia de seguridad cubana. No debiera olvidarse, además, la cercanía que hubo, en la etapa golpista de Chávez, con el fujimorato y especialmente con Montesinos. El hecho de que este hubiera escogido Venezuela como su lugar de refugio no fue, en modo alguno, casual.
El régimen chavista, sobre todo durante el gobierno actual de Nicolás Maduro, se constituyó en una maquinaria de expoliación y de corrupción generalizada, cuyo resultado fue la profunda crisis económica, social, de seguridad interna que finalmente alienó incluso a las masas empobrecidas cuyo apoyo fue antes logrado mediante el uso masivo de medidas de clientelaje que, a la larga, no solo no disminuyeron la pobreza y la inseguridad sino la acentuaron.
Hay coincidencias, sincronías y también diferencias entre la lucha finalmente exitosa que tuvo la oposición democrática peruana en 1999-2000 con la de la oposición democrática venezolana. Ambas estuvieron basadas en la estrategia de la oposición no violenta, en la movilización continua y la combinación de la oposición decidida de unos con la más moderada pero persistente de otros.
En ambas, los acontecimientos (movilizaciones, escándalos y fuga de Montesinos y de Fujimori de un lado; y movilizaciones, gruesos errores del gobierno y victoria electoral del otro) llevaron a que la oposición pase a controlar el Poder Legislativo. El paso siguiente en el Perú fue destituir a Fujimori y nombrar, a través del Congreso, presidente provisional a Valentín Paniagua. En Venezuela no se puede dar de inmediato ese paso, pero las medidas que sí puede dictar e imponer el Congreso, empezando por la liberación de los líderes democráticos encarcelados, pronto cambiarán el balance de fuerzas y la inclinarán al cambio de régimen.
Eso no es algo ineluctable, sin embargo, y requerirá un manejo enérgico pero prudente del lado de la oposición triunfante en las elecciones. Una de sus ventajas principales será el tener libres a sus líderes hasta ahora encarcelados, a quienes la prisión no solo no debilitó sino templó y fortaleció. Antes, la oposición democrática venezolana carecía de líderes probados y viables. Ese ya no es el caso.
El régimen de Maduro y Cabello ha entrado, me parece, en su etapa final. ¿Cuánto más durará? Ello dependerá en gran medida de la combinación de energía y audacia con cautela de la oposición democrática. El deterioro del gobierno madurista continuará mientras la oposición deberá reforzar y ampliar su propia base de poder teniendo cuidado de no forzar prematuramente un desenlace.
Está claro que con los cambios en Argentina y Venezuela, el mapa político de Sudamérica va a variar considerablemente en el corto plazo. A la vez, por razones y dinámicas diferentes, la inestabilidad política en Brasil se acrecentará mientras Dilma Rousseff luchará en condiciones difíciles por mantenerse en la Presidencia, las investigaciones anticorrupción se profundizarán y el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, tratará que el proceso de impeachment debilite las investigaciones por corrupción que él mismo enfrenta.
¿Qué efecto tendrán esos eventos en la campaña y el proceso electoral peruanos? En principio, no creo que cambien la principal exigencia estratégica para los candidatos: conquistar el centro. Lo que sí me parece probable es un eventual debilitamiento de las candidaturas más populacheras y demagógicas. Saber lo que pasa con los países que eligen ese tipo de líderes, verse en el espejo de Venezuela, creo que conferirá prudencia hasta entre los votantes más influenciables a la demagogia electoral.
Paradójicamente, la izquierda hubiera tenido una oportunidad de crecer a través del debilitamiento del régimen de Maduro si hubiera hecho a tiempo un deslinde claro, que expresara su rechazo a los abusos y tropelías de ese régimen. Verónika Mendoza no lo hizo cuando debió y pudo, y ahora es posible que sea tarde para enmendar el error.