Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2421 de la revista ‘Caretas’.
Luigi Zingales es un eminente economista de la universidad de Chicago, catedrático en la escuela Booth de Negocios y, como puede esperarse de esa geografía académica, defensor fervoroso del capitalismo. Especialista en finanzas, Zingales, que es italiano, ganó en 2003 el prestigioso Premio Bernacer para el mejor economista joven europeo; y ahora, desde Chicago, ha cofundado un “Financial Trust Index”, donde refleja los niveles de confianza de los estadounidenses en los mercados financieros.
A la vez, Zingales es un revolucionario, con una causa por la que luchar y un enemigo al que vencer.
¿La causa? El capitalismo. ¿El enemigo? El capitalismo también.
«Zingales describe la contraposición entre el capitalismo competitivo y el ‘Crony Capitalism’; entre el mercado libre y las grandes corporaciones; entre la “agenda pro-mercado y la pro-negocios”».
Lo que divide a la causa del enemigo es el adjetivo que define a cada cual. La primera es el capitalismo para el pueblo; el segundo es el capitalismo manejado por grupos de poder, desregulado, de compinches, donde el progreso se logra basado no en qué conoces sino a quién conoces, definido en inglés como “Crony Capitalism”.
En su libro “Capitalism for the People”, Zingales describe con elocuente inteligencia no solo la contraposición entre el capitalismo basado en la competencia en el mercado y el ‘Crony Capitalism’, sino también la contradicción entre el mercado libre y las grandes corporaciones; entre la “agenda pro-mercado y la pro-negocios”.
Para Zingales, el desafío fundamental para Estados Unidos es recapturar el espíritu primigenio de empresa, de estímulo a la iniciativa y la igualdad de oportunidades que creó esa nación; a diferencia de las diversas formas de ‘Crony Capitalism’ imperantes en otras partes del mundo: el modelo de los ‘tigres’ asiáticos; el de Europa meridional (piensen en Berlusconi); y el sudamericano (digamos, el Brasil que llevó al Lava Jato).
Uno de los factores que Zingales menciona como definitorios del espíritu popular que tuvo el capitalismo estadounidense fue que “la democracia precedió la Revolución Industrial”. Los ciudadanos criados en libertad, conscientes de sus derechos, habituados a gobernarse a sí mismos, pudieron reaccionar mejor frente a las distorsiones promovidas por la excesiva concentración de riqueza y poder.
Zingales recupera también el derecho de ciudad para un concepto caricaturizado y distorsionado por economistas ignorantes: el populismo.
En su libro, Zingales recuerda que, ante la desproporcionada concentración de dinero y poder hacia fines del siglo XIX emergió un “musculoso movimiento populista” cuyo objetivo “no fue destruir el capitalismo sino contener el poder desproporcionado” de los grandes negocios.
La plataforma del Partido Populista influenció muchas de las reformas con las que Theodore Roosevelt reguló la desbocada concentración de privilegios y estableció el nuevo “balance de poder que permitió que el capitalismo funcionara eficazmente en Estados Unidos”. A renglón seguido Zinganes se pregunta: “¿Podremos ahora canalizar el enojo populista para luchar contra el ‘Crony Capitalism’ y las elites corruptas, en lugar de destruir el sistema de libre mercado?”.
La respuesta a la pregunta la dio el propio Zinganes en un artículo publicado hace pocos meses en el Financial Times.
La manera de contrapesar y limitar el poder de esas “elites corruptas” es a través de una prensa independiente no solo imparcial sino fuerte, con capacidad de investigar y exponer. En la misma función de las legendarias publicaciones de fines del siglo XIX y comienzos de XX, como la revista McClure’s en la que, recuerda Zinganes, ”el reportaje investigativo de Ida Tarbell creó al ambiente político necesario para romper el monopolio de la Standard Oil, de Rockefeller”.
Pero, como sabemos particularmente bien quienes hemos vivido el proceso, la crisis que vivió el periodismo tradicional desde fines del siglo XX devastó las unidades de investigación en los periódicos tradicionales y debilitó no solo sus salas de redacción sino buena parte de sus mejores principios históricos – como el de “la pared”: la rigurosa separación entre la parte editorial y la comercial de un medio; o el de las familias dedicadas exclusivamente a la empresa periodística, para evitar conflictos de interés en sus coberturas–.
Así, un porcentaje mayoritario de medios fue sometido al control informativo directo o indirecto de los grandes grupos de poder: al control intelectual de los términos de la información y el debate en forma favorable a la asociación de las grandes corporaciones con los gobiernos corruptos, débiles o ambas cosas a la vez.
Aquí, la deprimente prensa peruana es un ejemplo ilustrativo de esa situación, que se reproduce –con ciertas variaciones de circunstancia– en casi todos los países latinoamericanos.
El hecho es que, pese a la inmensa necesidad de su mejor acción, de su más intrépido, veraz y lúcido protagonismo, la gran mayoría de los medios tradicionales –y también de los digitales– no cumple con su misión fundamental de investigar y exponer a la luz pública los abusos de poder de las grandes corporaciones y también de los gobiernos, en detrimento de los ciudadanos.
¿Cómo apoyar al periodismo de calidad? Desde su perspectiva de economista, Zinganes encontró independientemente una respuesta que hasta ahora había sido identificada y gestionada sin mayor resultado por un puñado de periodistas, entre los cuales el autor de este artículo.
“Si queremos que los medios desempeñen un papel crucial en sociedades capitalistas, necesitamos encontrar una forma de certificar la calidad de su trabajo investigativo. Lo que está aquí en juego” escribe Zinganes “no es solo el buen periodismo, sino el propio capitalismo y eventualmente incluso la Democracia”. Los medios “osados, influyentes dispuestos a confrontar el poder económico son esenciales en una sociedad capitalista. […] Cuando los medios de cualquier país renuncian a confrontar el poder, no solo dejar de ser parte de la solución sino se convierten en parte del problema”.
Difícil decirlo mejor, Professor Zinganes.
Desde el 2011, yo traté de desarrollar un proyecto de sostenimiento del periodismo de investigación de calidad al que llamé ‘publicidad justa’ o ‘Fair Advertising’. La calidad del medio y su trabajo debía ser certificada periódicamente por un grupo pequeño de periodistas de sobresaliente trayectoria profesional.
El concepto se discutió en algunos encuentros y foros; y aunque llegó a concitar interés intelectual, no logró la tracción necesaria como para echarse a rodar hacia su aplicación o, por lo menos, su experimentación controlada. Hubo incluso quienes sostuvieron que el único realismo de esa propuesta era el mágico.
Pero ahora que la misma propuesta básica no viene de ningún alegado Macondo sino de Chicago y no del periodismo sino de la economía y el capitalismo, quizá haya llegado el momento de desatollar y encaminar la idea; no sé si para bien del capitalismo, pero sin duda de la democracia, de la libertad, de los derechos de la gente.