No es una paradoja que el encubrimiento se disfrace de investigación; así como que las dictaduras se aferren a la palabra Democracia (¿recuerdan a Alemania Oriental o tienen presente a Corea del Norte?) y las peores hipocresías se presenten como virtud.
En las desventuradas dialécticas latinoamericanas, la realidad nos acostumbra (aunque no resigna) a ver a personas y a segmentos de instituciones haciendo lo opuesto de lo que formalmente los define. Policías actuando como sicarios del crimen organizado; jueces vendiendo sus sentencias. Con el tiempo, al buscar reformas, se acepta o reconoce la corrupción como un problema y se postula que una capacidad de investigación interna servirá para limpiar y reparar las estructuras torcidas y los tejidos enfermos.
¿Pero qué pasa si la investigación también se pervierte? Que se termina en una lucha de predominancia y lucro entre dos o más organizaciones que camuflan objetivos reales tras algunas contorsiones retóricas.
Escribo esto como una reflexión general al publicar la segunda entrega de nuestro reportaje sobre las tribulaciones de la Unidad de Ética del Poder Judicial. Hemos encontrado sorprendente y apasionante la investigación. Ojalá que ustedes sientan lo mismo con su lectura.
Y esperamos y trataremos que el próximo desenlace de esta investigación no deje solo preguntas sino varias respuestas y, ojalá, algunas certezas.