Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición la 2506 de la revista ‘Caretas’.
Quizá podamos ser optimistas por un rato sin hacer necesariamente el ridículo. En el hemisferio norte hay terremotos en serie, huracanes en serie y bandidos en serio. En Birmania, Myanmar, una Nobel de la Paz dirige una limpieza étnica mientras en los campos de batalla y entre los escombros letales de Raqqa, en Siria, voluntarios de varios lugares del mundo han llegado para luchar contra el Daesh con la misma intensidad con la que 80 años atrás otros miles de jóvenes confluyeron en España para combatir al fascismo en las brigadas internacionales.
Es un mundo complejo y peligroso donde, como nunca antes, hay demasiado poder destructivo en manos de gente particularmente estúpida, narcisista e inescrupulosa. Como siempre, las pequeñas guerras producen grandes desgarros, pero como no sucedía hace mucho, el prospecto hoy creíble de la guerra grande descansa en la decisión de cerebros pequeños, almas deformes e hinchadas arrogancias.
Al lado de eso, ¿cuán peligrosa puede parecer una flota de mototaxis achorados? No mucho, ¿verdad? No es Disneyworld tampoco, por más que nos hayan donado por un tiempo a Tribilín. En parte gracias a él la cuasi crisis política que vivimos en días pasados no calificó como drama sino como comedia involuntaria.
El libreto empezó a partir de una premisa que ya hemos vivido varias veces: la democracia peligra, hay que defenderla. El escenario es una segunda vuelta presidencial en la que hay que buscar la victoria de quien garantiza que la democracia no se perderá. Nada más que eso. Ya sabemos lo que pasa después: la democracia, aunque débil y desnutrida, se mantiene pero la corrupción campea y buena parte de los perdedores termina gobernando y lucrando también.
En la campaña de 2016 un candidato poco eficaz, con pésima campaña, terminó enfrentado en la segunda vuelta a Keiko Fujimori y al ya ensamblado mototaxi. Pero ganó gracias al apoyo del que es en la práctica el partido más grande del Perú: el que llaman antifujimorista aunque se defina mejor como defensor de la democracia. No necesito demostrar que en cada elección importante desde el 2001, este partido ha definido las elecciones y su apoyo ha permitido la victoria de cada presidente hasta hoy.
“La virtualmente abierta rebelión de Kenji Fujimori resquebrajará la bancada. Y el posible indulto o detención domiciliaria de Alberto Fujimori, erosionará el control partidario que tiene ahora Keiko Fujimori”.
El problema de ese partido, como sucede con todas las movilizaciones basadas solo en ideales y no en estructura y organización, es que resulta muy eficaz para las movilizaciones intensas pero de corto plazo. Lo suyo es el esfuerzo anaeróbico no el aeróbico. Potencia antes que resistencia. No tiene candidatos sino enemigos naturales. Por eso, gana las batallas pero no consolida la victoria. Ese partido, el más grande, sin nombre ni local ni líderes, hizo ganar también a Kuczynski en un triunfo que, electoralmente hablando, casi bordeó el milagro.
PPK llegó a Palacio porque logró más votos que Fujimori y fue, por ende, la mayoría. Si, como sucede en Francia, por ejemplo, las elecciones al Congreso hubieran sido después de la votación presidencial, PPK hubiera logrado una cómoda mayoría parlamentaria. Pero por las perversiones del sistema electoral peruano terminó con una representación pequeña y mal cohesionada frente a la inflada mayoría fujimorista.
Aún así, PPK tenía el apoyo popular mayoritario. logró inicialmente una alta aprobación y, si hubiera actuado con firmeza y decisión, habría conseguido por lo menos contrapesar eficazmente la mayoría opositora.
Pero el fujimorismo, como sucede siempre que un achorado cree encontrar un lorna, decidió probar al Ejecutivo y lo hizo con la temprana censura al ministro Jaime Saavedra. Ese fue el momento de inflexión. PPK tenía todavía la fuerza suficiente como para plantear una cuestión de confianza seguida por otra, con gran apoyo popular. No tengo duda de que el fujimorismo hubiera cedido, y si no lo hacía hubiera sido derrotado con contundencia en las nuevas elecciones congresales.
En lugar de ello, PPK y su entonces primer ministro Fernando Zavala, recularon, entregaron la cabeza de Saavedra e iniciaron unas rutinas de sometimiento en ocasiones penosas. El tono patán y matonesco del fujimorismo (quizá deba decirse ya keikismo) se acentuó mientras la sumisión del Ejecutivo se hizo hasta predictiva. ¿Cómo hacer que Salgado te sonría, cómo complacer a Becerril, cómo mejorar tus disculpas frente a Alcorta? ¿Qué exposiciones había que cerrar para complacer la delicada estética del mototaxi, a quién había que despedir antes que lo pida Galarreta, cómo extremar las zalemas si te encontrabas con Keiko hasta parecer un oidor de audiencia virreinal que hubiera espantado al líder estudiantil de muchos años y kilos atrás? ¿Cómo comunicarle a la “lideresa” que su cancillería estaba en la línea y con la gente de 1992?
A eso le llamaron gobernabilidad. Otros, más acertadamente, le llamaron Vichy. Los fujimoristas lo definieron como lornería y prosiguieron con las cachetadas. Les hicieron entregar las cabezas de Thorne y de Vizcarra mientras la aprobación de PPK descendía a velocidad de sandboard. Entonces, luego de maltrato tras maltrato le llegó el turno a Marilú Martens. Ahí el sumiso Zavala hizo al fin cuestión de confianza, quizá buscando una manera digna de salir y, como suele suceder cuando el lorna lo para al fin al matón, hay pelea.
Para PPK no fue quizá un buen momento de enfrentamiento. Una cosa es hacerlo cuando la mayoría de la gente te apoya y otra cuando apenas alcanzas el 22% a la baja. Pero no creo que se le haya siquiera ocurrido hacerlo. Dio un breve y confuso mensaje a la nación en el que solo acentuó su decisión de luchar por la educación de los niños peruanos. Un asunto de principios, vamos.
Groucho Marx no lo hubiera hecho mejor (“¡Estos son mis principios! ¡Y si no le gustan… tengo otros!”). En el nuevo gabinete estaban los otros principios: un nuevo ministro de Educación, opuesto a Saavedra y Martens; un discutible ministro de Justicia; y una primera ministra que hará lo posible por endulzar su relación con el fujimorismo y el Apra. Ya pidió sus primeras disculpas.
¿La sumisión del Ejecutivo los llevará otra vez por el camino de más abuso y socavamiento, con el epílogo previsible de la vacancia presidencial? Es posible, pero no seguro. PPK tiene suerte.
Hay signos de mayor crecimiento económico de lo esperado, para empezar. Si se empieza a revisar al alza los estimados de crecimiento, la sensación de optimismo repercutirá en mayor estabilidad política.
De otro lado, el mototaxi tiene averías que ya no puede esconder detrás de la disciplina vertical, la obediencia sin discusión que imponen a su masa de congresistas. Las humillantes y asustadas disculpas que pidió, por ejemplo, la congresista Yesenia Ponce a su ‘lideresa’ Keiko Fujimori, luego de hacerse pública su reveladora grabación, evocaron autocríticas stalinianas en las que el miedo quebraba los últimos vestigios de dignidad. Si el miedo y la coerción mantienen la unidad de la bancada, bastará perderlo para lograr independencia.
Pero con la ya virtualmente abierta rebelión de Kenji Fujimori (que probablemente reciba el apoyo de su padre), habrá resquebrajamiento en la bancada. Queda por ver cuán grande o pequeño. Y el cambio posible de situación penal de Alberto Fujimori (sea por indulto o detención domiciliaria), erosionará casi con seguridad la base y el control partidario que tiene ahora Keiko Fujimori.
Entonces, las posibilidades de supervivencia política de PPK habrán aumentado y llegar al 2021 no será una expectativa irreal.
Pero, en medio de todo jugará otro factor: Lava Jato.
El caso se encauza ya hacia su lógico desenlace. ¿A quiénes tocará? A todos. ¿A quiénes con más fuerza y peso de evidencia? Antes de un año lo sabrán.