Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2509 de la revista ‘Caretas’.
Los galgos y la liebre.- Si, como escribió Donne, “… cada muerte me disminuye/ puesto que formo parte de la humanidad”, existimos en una entropía sin fin. Cada vuelta de generaciones, poblaciones enteras del mundo desaparecen y todos pasamos el tiempo de la vida sabiendo que sin excepción pereceremos.
Pero recordamos, extrañamos y hay muertes que entristecen más. A veces las de gentes cercanas, pero otras las de quienes influyeron tu vida, marcaron tu mundo o, en escalas más próximas, tu país, tu ciudad.
Sin ser amigo de Fernando de Szyszlo, lo admiré como artista, como ciudadano y, sobre todo, por su a la vez serena e intensa lucidez. Vivió mucho, cerca de personas notables y de tiempos decisivos y los mantuvo vivos en la memoria. Tuvo la bendición de que su longevo avance de los años fuera paralelo al de su claridad de mente. Llegó a los noventa en plena búsqueda de lo que, como pintor, quería expresar. En sus palabras: “nunca he llegado… tengo mucha ilusión de que voy a llegar, es una tentación permanente de sentir que se podría llegar” (lo dijo pasados sus 80, en una entrevista en El Trome, hecha por Eduardo Abusada).
Como sucede con casi todas las personas que son entrevistadas frecuentemente y deben responder preguntas que inevitablemente se repiten, hay imágenes, expresiones recurrentes. En su caso, la de los galgos y la liebre para ilustrar la búsqueda de la pintura soñada: “Es la carrera de galgos: los galgos nunca alcanzan a la liebre, pero siempre tienen la sensación de que la van a alcanzar y es eso lo que los hace correr. Eso es lo que a mí me hace pintar”.
Todo galgo filósofo, y él claro que lo fue, sabe que es mejor llegar a un aliento de la liebre, pero no alcanzarla para no parar de correr.
Por eso, pasados los noventa años, su muerte se siente prematura y, como expresó Donne, nos disminuye perderlo.
De Harvard a Alas Peruanas
Toda estación tiene nombre; y la de las evoluciones (o involuciones) de vida o trayectoria también.
El itinerario político de Keiko Fujimori luego de su primera y segunda derrota presidencial es a la vez extraño y sugerente. Da la impresión de que la primera derrota fue un aprendizaje y la segunda una amargura.
Cuando fue vencida por Ollanta Humala en 2011, Keiko Fujimori se abocó a tratar de remediar aquello que, en su percepción, la había llevado a perder. Vio que la identificación con las características dictatoriales de la gestión de su padre la perjudicaba. Igual, o más, la identificación con la corrupción del gobierno de Alberto Fujimori. Advirtió que si bien el fujimorismo tenía y mantenía una base social considerable, el antifujimorismo (o la prodemocracia) movilizaba más gente, con más intensidad de sentimiento, en los momentos cruciales de fin de campaña y en el día de la votación.
Después de la segunda derrota, la kinder, gentler Keiko pasó a la historia. La nueva imagen fue la del mototaxi con espíritu de combi.
La respuesta fue construir una imagen de lo que los gringos hubieran llamado una kinder, gentler Keiko. Una Keiko afable, bondadosa, sensible y gentil. Fue un proceso interesante y casi exitoso. Sus episodios mayores estuvieron marcados por el reconocimiento de la mochila pesada por los robos y crímenes de gobierno de su padre; la construcción de su propio partido y la charla, moderada por Steven Levitsky, que dio en Harvard a fines de septiembre de 2015. Como dijo Levitsky al presentarla, en aquella ocasión, Keiko Fujimori lideraba entonces las encuestas presidenciales con casi el triple de intención de voto de su más cercano contendiente y tenía sola una mayor intención de voto que todos sus rivales juntos.
En su charla, Keiko Fujimori enfatizó la tolerancia, marcó distancias con los aspectos más claramente antidemocráticos en la gestión de su padre, reconoció el valor de la CVR en cuanto diagnóstico sobre el que había que avanzar en el tema de las reparaciones y sonó, en fin, como una liberal.
Aquel momento de Harvard marcó su cenit, su punto más alto. Menos de un año después, sin embargo, perdía las elecciones frente a un candidato, Pedro Pablo Kuczynski, a quien era difícil no ganarle. Pero la candidata derrotada no fue la que habló en el Rockefeller Center sino una que en el ínterin hizo lo necesario para volver a despertar las alarmas del antifujimorismo y provocar la extraordinaria movilización que le arrebató una victoria que creía (ella y muchos otros) suya.
Después de la segunda derrota, la kinder, gentler Keiko pasó a la historia. La nueva imagen fue la del mototaxi con espíritu de combi: gesto fruncido, actitud malosa, disciplina vertical, pobreza intelectual, manejo intimidatorio de su mayoría, el malhumor como doctrina. En línea política terminó ubicada a la derecha de casi todo, con la probable excepción de Gengis Khan. Parte importante de su entorno, especialmente Joaquín Ramírez, estaba relacionado con la universidad Alas Peruanas. De Harvard no quedaba casi nada.
Excepto la distancia con Alberto Fujimori. Pero lo extraño es que a esas alturas, Alberto Fujimori, y sobre todo su delfín, Kenji, sonaban más liberales, abiertos y flexibles que la dura y fruncida Keiko.
El proceso se acentuó cuando el caso Lava Jato entró en la ecuación. En un interrogatorio a Marcelo Odebrecht el 15 de mayo pasado en Brasil, un grupo de fiscales peruanos que solo buscaba incriminar a Ollanta Humala y Nadine Heredia, escuchó a Marcelo Odebrecht cuando este dijo “estar seguro” de haber ayudado la campaña de Keiko el 2011 y recordó haberle entre sugerido y ordenado a su subordinado Jorge Barata que le “diera más” a Keiko Fujimori. Luego fue hecha pública una nota encontrada en el celular de Odebrecht en la que mencionaba darle “500 más” a Keiko y hacerle una visita.
Cuando, después de meses, la Fiscalía de la Nación asignó el caso al fiscal anticorrupción José Domingo Pérez este decidió desarrollar la investigación dentro del marco conceptual de crimen organizado. Esa es una estructura investigativa, no una conclusión. Pero Keiko Fujimori decidió hacer una demostración de fuerza contra el fiscal.
Teniendo a sus espaldas a virtualmente todos sus congresistas, con el más adusto rostro de mototaxi para la ocasión, Keiko Fujimori indicó que era “inaceptable” y “el colmo” la investigación fiscal bajo ese marco conceptual. Sostuvo que “he sido muy cauta y paciente todo este tiempo, pero ya sobrepasaron el límite”.
Con la foto amenazante de los congresistas detrás de ella, Keiko Fujimori ayudaba a reforzar la decisión del fiscal de investigar el caso en el marco de crimen organizado.
¿Qué viene ahora? Varias compulsas de fuerza, entre las cuales la fuerza de la evidencia que quizá obtenga el fiscal. Y una probable intensificación del enfrentamiento ya existente entre partidarios de Keiko y de Alberto Fujimori, con o sin Kenji de por medio.
Lo curioso, de nuevo, es que ahora los partidarios de Alberto Fujimori aparezcan a la izquierda de los que siguen a Keiko. Así que no es arriesgado predecir que en el complejo fermento que es el fujimorismo de hoy habrá cambios importantes y de repente inesperados.