Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2511 de la revista ‘Caretas’.
La semana pasada me entrevistaron en Cuarto Poder para un reportaje sobre los ataques contra la China Tudela y su creador, Rafo León. En ese tipo de notas, como es natural, las declaraciones de varias personas se entretejen para armar el argumento y discutir la controversia. El reportaje estuvo bien hecho y me hizo pensar en la necesidad de reintegrar los fragmentos citados a su discurso original.
Dije que la columna de la China Tudela que originó los ataques no me pareció graciosa y me hizo sentir que la China había envejecido y que en el proceso parecía habérsele extraviado la voz. Que eso a veces les sucede a los viejos y hasta a los vintage, como nosotros. Que quizá sea el momento que la China emprenda un viaje al ashram del gurú (¿swami?) Cachaparada a practicar los gustosos asanas de reinvención, remoción, renovación y reencuentro.
Si lo hace, la vamos a extrañar aunque entendamos la necesidad del peregrinaje. ¿Cómo no hacerlo con el personaje que emergió a fines de los 70 en las páginas legendarias de Monos y Monadas en pareja con el ya olvidado Pepe del Salto y lo hizo tan bien que hasta sus modelos la imitaron? La China acompañó a una generación completa desde sus juventudes procelosas hasta cuando se encontraron avanzando en las colas del ‘adulto mayor’ asombradas, como los viejos que fueron y serán, de cómo se pasó tan rápido el tiempo.
Se vaya la China al ashram o se quede en San Isidro, su lugar en la historia de la mejor sátira peruana está más que asegurado. E incluso el escándalo de ahora, que la encontró en una hora poco afortunada, la devuelve a la tradición de esa sátira que siempre hizo reír a la gente y rabiar a los dictadores y a sus aprendices.
¿Hay empresas que se agachan como si fueran el Ejecutivo y acatan la orden de Galarreta del boicot? Pues la sociedad civil debe organizarse para boicotear a su vez a esas empresas.
Monos y Monadas hizo fruncir la cara y cerrar el puño al gobierno militar de Morales Bermúdez, pero acercó al pueblo peruano a la democracia a través de la risa. En su propio tono, Caretas hizo lo mismo con la intrepidez sonriente de su buen periodismo. Con la burla, la gente le perdió respeto y miedo a la dictadura militar, pese a que estos no ahorraron cierres, castigos ni escarmientos. Al final, puede decirse que lo que los sacó del poder no fue tanto el grito de indignación sino la carcajada.
Desde entonces nos tocó vivir tiempos difíciles en los que, por períodos demasiado largos, se nos fue a todos la sonrisa. Quizá nos hubiéramos ahorrado muchas cosas si no la hubiéramos perdido.
Pero ya debiéramos haber aprendido que las dictaduras y los grupos antidemocráticos son malgeniados, frecuentemente matonescos, invariablemente fariseos. Esa no es solo una característica sino también un método. Avanzan en la medida que la flacidez de carácter, la falta de entereza de los demás, se los permite.
Y eso es lo que está sucediendo ahora bajo la máscara de hipócrita indignación con la que el mototaxi fujimorista busca llevar la protesta por una sátira a una franca campaña de agresión a la libertad de prensa y al derecho a la expresión libre.
¿Se indignan por las expresiones de la China Tudela, ellos que mantienen equipos de trolls fujimoristas cuyo lenguaje infecto le causaría epidemias hasta a los estreptococos? ¿Ese hamponaje digital no le provoca histriónicos enojos a Galarreta? Y esta persona a la que algún oscuro sarcasmo del destino ha llevado a ocupar la presidencia del Congreso, ¿se atreve a solicitar, casi a ordenar, un boicot publicitario no solo contra Rafo León sino contra Caretas, exactamente igual de lo que hizo antes que él Montesinos? Y eso mientras el elenco semiestable de cobardes en el Ejecutivo alista nuevos y más patéticos gestos de sumisión.
Como van las cosas, creo que no es improbable que una nueva confrontación entre el autoritarismo y las fuerzas democráticas se dé antes de lo pensado. Desde el año dos mil hasta ahora, en cada momento de decisión, particularmente en las segundas vueltas presidenciales, las fuerzas democráticas han probado ser más fuertes y más numerosas que las defensoras de dictaduras, pese a que casi en ningún caso el campo democrático tuvo los candidatos que mereció tener. Pero con tragadera de sapos y todo, siempre se venció.
Ahora no debe ser igual sino mejor. En lugar de movilizarse a último momento, convocadas por el peligro, las fuerzas democráticas deben prepararse mejor y actuar con energía en casos como el actual.
¿Hay empresas que se agachan como si fueran el Ejecutivo y acatan la orden de Galarreta del boicot? Pues la sociedad civil debe organizarse para boicotear a su vez a esas empresas. Si obedecen a fuerzas anti-democráticas, que la democracia les haga pagar el precio. Permitir el resurgimiento del montesinismo movilizado en mototaxi sin pararlo en seco sería un error que no podemos ni debemos permitir.
Vemos la creciente prepotencia de una derecha que busca superarse en brutalidad y achoramiento y que, sobre todo, es profundamente antidemocrática. Sepamos desde ya que solo la movilización democrática la podrá frenar.
Hasta ahora, la democracia se ha salvado de sus enemigos mediante movilizaciones cortas, intensas, de último minuto. Con esfuerzos anaeróbicos. Gracias a ello se logra lo mínimo; pero la experiencia demuestra que lo mínimo no es suficiente. La energía anaeróbica debe mantenerse, pero un condicionamiento aeróbico resulta imperativo.
Puede ser que al final hasta las consecuencias imprevistas de un desatino satírico terminen movilizando a las fuerzas democráticas en defensa de la libertad amenazada.