El jueves 23, el gobierno decidió prolongar el régimen de excepción, de cuarentena y toque de queda, hasta el 10 de mayo.
El encierro empezó el 16 de marzo. Si termina en mayo, la población peruana habrá pasado dos meses enclaustrada, sin trabajar ni producir para todo efecto práctico. Somos ahora un país con fronteras cerradas, ciudades cerradas, distritos cerrados, negocios cerrados, casas cerradas. El Perú se ha vuelto monástico y penitente, por virtud del virus.
El razonamiento oficial, sin embargo, no describe este encierro nacional como un ejercicio penitente (menos penitenciario) sino como la forma peculiar de librar una guerra. La jefa del comando COVID (formalmente encargado de coordinar todas las operaciones, ofensivas y defensivas, contra el virus), Pilar Mazzetti, describió vívidamente los nuevos tiempos de marcialidad microbiana en Arequipa, el 8 de abril pasado.
“Esta es una guerra” dijo Mazzetti, “y es una guerra atípica. Porque cada uno de los que está aquí sentado es un soldado y es el enemigo. Somos el enemigo porque tenemos la capacidad de pasarle el virus a las personas que están cerca y somos los soldados porque también tenemos la capacidad de no pasar el virus […] ya no somos trabajadores de salud, ¡Somos los soldados de las Fuerzas Armadas de la Salud! […] Teníamos un país, ahora vamos a tener otro. […] El país ha cambiado. Si no nos damos cuenta, estamos graves. ¡Esta es una guerra! Y recuerden: somos el enemigo y somos soldados”.
Ya lo dijo el gran Pogo en su frase memorable: “¡Hemos encontrado al enemigo!¡Somos nosotros!”.
Cuando uno libra guerras contra sí mismo, el enemigo acecha en el espejo. Y en el manicomio cunde la comprensión.
El martillo y la danza
Junto con buena parte del mundo, hemos parado el país y lo hemos consagrado a una precaria epidemiología, aparentemente predicada en un concepto estratégico, llamado “el martillo y la danza”, a partir de una trilogía de artículos en inglés escritos por Tomás Pueyo y publicados en Medium, cuya lectoría (decenas de millones) e influencia han sido enormes. (El segundo artículo, cuyo título le da el nombre a la estrategia, tiene la siguiente traducción al español, revisada por el autor: https://medium.com/tomas-pueyo/coronavirus-el-martillo-y-la-danza-32abc4dd4ebb).
El concepto fundamental en la estrategia del martillo y la danza, llama a hacer un gran esfuerzo inicial, intenso y corto, para controlar los contagios hasta que estos hayan sido reducidos a niveles manejables. Luego viene un período de retorno controlado a la normalidad, apretando o soltando a medida que disminuyan los contagios, la epidemia pierda fuerza, se pruebe la eficacia de medicinas nuevas o adaptadas y se acorte el tiempo de llegada de la o las vacunas contra el virus.
La forma de aplicar “el martillo” ha tenido notables variaciones de un país al otro –lo que es reconocido y subrayado por Pueyo, quien también es consciente de los costos de paralizar una sociedad, como veremos luego–. Por eso, se supone que la temporada del martillo debe ser necesariamente corta. El concepto básico de esa estrategia es: un corto período de martilleo y combazos, seguido por una temporada más o menos larga de danzas, antes de que esa singular fiesta apague sus luces y se vuelva a lo que recordamos como normalidad.
¿Cuán corto se supone que deba ser el período del martillo? Lo postula la que quizá sea la gráfica más célebre en el ensayo de Pueyo.
¿Por qué debe ser corto el martillo?
En su ensayo Pueyo recalca y remacha que en una estrategia de supresión bien ejecutada: “El período del Martillo durará semanas, no meses”.
Al comentar (y criticar) el estudio sobre intervenciones no farmacológicas que hizo el Imperial College, del Reino Unido, que preveía, entre otras cosas, un pico muy alto de contagios luego de un período de “martillo” fuerte, Pueyo señaló que dicho estudio no tuvo en cuenta las medidas de control más específico tomadas luego y subrayó también que no solo naciones autoritarias, como China, consiguieron resultados muy positivos, sino también democracias como Corea del Sur.
“Por varias semanas, Corea del Sur tuvo la peor epidemia fuera de China. Ahora, está controlada en su gran mayoría. Y lo hicieron sin pedirle a la gente que se quedara en sus casas. Lo consiguieron a través del diagnóstico masivo, seguimiento de contactos, cuarentenas y aislamientos”, escribió Pueyo.
Las cuarentenas en Corea del Sur, como en Singapur y Taiwán, con ciertas diferencias entre caso y caso, fueron selectivas y no indiscriminadas. No se encerró al país entero sino solo a los grupos en riesgo y a los vectores identificados de contagio. Fueron estrategias basadas en inteligencia, en todos los significados del término, que –como sucede siempre que se prefiere la calidad a la cantidad, la destreza a la fuerza bruta– son más laboriosas y aparentemente más costosas, pero que hasta en el cortísimo plazo resultan ser mucho más baratas.
Esa estrategia, más selectiva, es la que, por ejemplo, ha empezado a poner en práctica Chile, con decisiones diferenciadas no solo de región a región o de ciudad a ciudad, sino de un distrito e incluso de un vecindario al otro.
Lo esencial en todas las estrategias que han tenido un cierto nivel de éxito en la lucha contra el COVID 19, es estar basadas y desarrolladas en un análisis racional, lúcido del tema.
Plaza sitiada
¿Qué sucede cuando se alarga indefinidamente el período del martillo y se lo apareja con una cuarentena de encierro nacional reforzado con toque de queda?
Deja de ser, en primer lugar, la estrategia del Martillo y la Danza y empieza a convertirse, ahí sí, en la inquietante metáfora bélica que proclamó Pilar Mazzetti en Arequipa.
La guerra contra uno mismo.
En la guerra, uno de los medios para derrotar a un enemigo parapetado es sitiarlo. Y lo que la fuerza no puede lograr lo consigue la estranguladora interdicción de todo lo que la gente asediada necesita para vivir, hasta el epílogo de enfermedad y hambre.
Una cuarentena indefinida con toque de queda y supresión de la mayor parte de la actividad económica del país no es exactamente igual que el sitio militar de una ciudad, pero sí es parecido. Y los resultados pueden serlo también.
No se trata de elegir entre salvar vidas y salvar la economía. Plantearlo de esa manera es una dicotomía falaz. Si perdemos muchas vidas la economía colapsará. Si, de otro lado, destruimos la economía perderemos al final más vidas de las que pretendimos salvar mediante esa destrucción.
Como escribió Nicholas Kristof este 22 de abril, en su columna en el New York Times, “Amartya Sen ha notado que si la enfermedad mata, también lo hace la ausencia de sustento. La gente en países pobres ha visto quebrarse sus medios de subsistencia por cuarentenas, por el colapso del turismo y por el cese de las remesas enviadas por parientes desde el extranjero”. Kristof cita la advertencia que hizo el jefe del Programa de Alimentos de las Naciones Unidas, David Beasley, al Consejo de Seguridad de la misma organización: “No solamente enfrentamos una pandemia mundial de salud sino también una catástrofe humanitaria global […] Posiblemente contemplemos hambrunas en unas tres docenas de naciones”. El mundo, añadió, enfrenta su crisis humanitaria más seria desde la Segunda Guerra Mundial.
En la misma columna, Kristof cita al economista jefe del Programa Mundial de Alimentos, Arif Husain, “COVID-19 es potencialmente catastrófico para millones que ahora penden de un hilo. Es un golpe de martillo para otros millones más que solo pueden comer si ganan un jornal”.
La cita más dramática proviene de un keniata, Kennedy Odede, quien dirige un grupo que lucha contra la pobreza en su país, “La comida ya es escasa […] muchos han perdido sus empleos –y nuestras comunidades sobreviven en el día a día. No hay red o sistema de seguridad social. Ayer un amigo de la infancia me dijo: ‘prefiero morir de Covid que de hambre’”.
¿Entendemos entonces que, aparte de la pandemia, vamos a enfrentar una recesión mundial de grave severidad? ¿Entendemos que no hay mejor defensa frente a ello que una economía fuerte como la que, en términos relativos, teníamos hasta comienzos de marzo? No hay manera, lo sabemos, ¿verdad? de evitar que esa recesión nos golpee. Pero podemos amortiguar considerablemente ese golpe si luchamos por mantener recia nuestra economía, en especial en todo aquello donde tenemos grandes ventajas comparativas.
Hemos logrado mucho (pese a no haber avanzado en sectores donde era necesario hacerlo) en crecimiento económico, con un fuerte aporte cultural propio, en los primeros veinte años de este siglo, logrando mantener y hasta fortalecer el sistema democrático. En los últimos años conseguimos avances inéditos contra la corrupción. La pandemia puede poner todo o parte significativa de ello en peligro.
Hay que tomar medidas rápidas de corrección en las estrategias de enfrentamiento a la peste.
Ello no significa descalificar lo positivo hecho hasta ahora. El gobierno de Vizcarra ha empeñado esfuerzos intensos y decididos para enfrentar la pandemia. Tomó acción temprano y con fuerza. Se comunicó con la gente (la calidad de la comunicación es otra cosa: lo que cuenta es haberlo hecho con diligencia y continuidad). Se convirtió en keynesiano instantáneo, invirtiendo comparativamente más recursos que los otros países de América Latina para intentar disminuir el trauma de los martillazos. Movilizó a todo el Estado en la forma más coordinada posible en las acciones contra la pandemia. Muchos dentro del aparato estatal trabajaron sin descanso, con entrega y fueron todo lo eficientes que una organización torpe y con problemas de motricidad permite. Su manejo de la crisis ha sido mejor, en muchos aspectos que el de otros gobiernos del Hemisferio, lo cual no es suficiente pero sí destacable.
El problema ha sido y es haber subordinado toda la estrategia a una temporada de martillazos, encierros y paralización del país, con deficientes resultados epidemiológicos pero de espeluznante eficacia en colapsar empleos, ingresos, bienes y futuro en el país.
Porqué falló la cuarentena
Los resultados epidemiológicos fueron deficientes porque el encierro y el cerco dependen, sin el tipo de ejercicio brutal de fuerza que regímenes totalitarios o cruelmente dictatoriales suelen utilizar, de un grado de colaboración constante de los ciudadanos. Eso se logró en distritos de clase media. Pero en aquellos en los que una parte importante de la población depende de los ingresos que consiga en el día para comer y pagar el techo precario bajo el que habita, el cerco iba a sufrir de inevitables filtraciones que, en la medida en que empeoraba la parálisis de la economía y se hacía cada vez más difícil conseguir incluso trabajos de la mayor informalidad, iban a aumentar y pasar del recurseo a la fuga y la desesperación.
Cuando un grupo inició una caravana a pie hacia los Andes, para caminar desde Lima hasta Huancavelica, con niños, sin alimentos, sin preparación, reprodujeron el escenario que sigue a lo largo de los siglos a las guerras perdidas: los refugiados que caminan, hambrientos y debilitados, huyendo de la violencia hacia un horizonte oscuro y sin duda cruel. No eran primariamente refugiados del COVID sino de la economía estrangulada. Por fortuna (si cabe la palabra en estos casos y estos tiempos) para ellos, y luego en otros casos, su marcha fue parcialmente auxiliada.
No pensemos ahora en la economía en los términos de “dismal science”, la ciencia deprimente con los que usualmente la percibimos sino en aquello que engloba, calcula, analiza lo que resulta de nuestros trabajos en nuestros días. ¿Debemos echar una buena parte de ello a la pira para esperar derrotar al virus en esa demente guerra contra nosotros mismos a través de la anorexia nacional?
La respuesta debe ser un claro no. No necesitamos hacerlo porque existen alternativas racionales y viables.
Se trata de hacer lo necesario con inteligencia. Ya hemos visto que las naciones que han tenido mayor éxito en enfrentar el COVID – Singapur, Taiwán, Corea del Sur, Alemania en buena medida– no necesitaron utilizar cuarentenas de encierro general, sino acciones diestras y diligentes de seguimiento y control de los vectores de contagio, de higiene personal, distanciamiento social, además de intervenciones médicas experimentadas y eficientes, sobre todo en los tres primeros que ya contaban con la experiencia previa de haber lidiado con las plagas del SARS y el H1N1 este siglo.
¿Por qué cerrar negocios en los que se puede trabajar o atender con las medidas necesarias de distancia y de higiene? Disminuirán los ingresos y las ganancias, pero no irán a la ruina ni se perderán los empleos.
Alto riesgo y bajo riesgo en la manada
Hay estrategias alternativas prolijamente pensadas y calculadas, que describen cómo luchar contra la plaga sin arruinar la economía. En Israel, por ejemplo, la propuesta hecha por el creador y actual CEO de Mobileye (la compañía, comprada por Intel, que desarrolló el software para la autoconducción de automóviles), Amnon Shashua y el catedrático de ciencias de la computación, Shai Shalev-Shwartz. La idea original, como en el caso de Pueyo, fue expuesta en un artículo publicado en Medium.
Quienes disfruten de la poética de las matemáticas y de seguir el hilo de las palabras alternadas con fórmulas, estoy seguro que leerán con verdadero placer el artículo en la siguiente dirección: (https://medium.com/amnon-shashua/can-we-contain-covid-19-without-locking-down-the-economy-2a134a71873f).
Para los demás, una versión básicas de la propuesta es: dividir a la población en grupos de alto riesgo y de bajo riesgo. El grupo de alto riesgo entra en cuarentena mientras se libera gradualmente a la población de bajo riesgo. Con ello se va logrando una “inmunidad de manada” en forma regulada para no sobrepasar la capacidad de los sistemas de salud pública. Una vez alcanzado el nivel esperado de “inmunidad social [de manada]”, entre el grupo de bajo riesgo se va liberando gradualmente a la población de alto riesgo.
«No se trata de elegir entre salvar vidas y salvar la economía. Plantearlo de esa manera es una dicotomía falaz. Si perdemos muchas vidas la economía colapsará. Si, de otro lado, destruimos la economía perderemos al final más vidas de las que pretendimos salvar mediante esa destrucción».
¿Quiénes son los de “alto riesgo”? Para los autores, los mayores de 67 años. El resto de la sociedad sería liberado, “a su rutina diaria bajo ciertos protocolos de distanciamiento que buscarán ralentizar el contagio, manteniendo la economía sin sufrir en buena medida disrupciones, hasta alcanzar los niveles de inmunidad de manada”.
Una parte del argumento que, estoy seguro, encontrarán de interés, es la siguiente:
Si tienen alguna discrepancia pueden seguir leyendo el artículo original, donde la argumentación prosigue.
En una entrevista a la revista “Calcalist”, Shashua sostuvo que aplicar esa estrategia requería valor. “Lo más fácil [para un líder] es ser un purista y decir: el ministerio de Salud me dice que debo parar el país, entonces yo lo paro. Habrá gente que muera pero no pesará en mi consciencia. Nadie me reclamará que la economía haya sido destruida porque habré salvado vidas. […] Pero llevar a cabo una decisión con una estrategia de salida con un cierto precio, requiere valentía”.
Para Shashua es muy importante evitar una recesión “porque nos tomará años salir de ella”. Con su propuesta, estima que se puede salir de la crisis “en dos o tres meses”.
La quinta columna
Además de esa y otras propuestas de estrategias alternativas, hay una posibilidad adicional: atacar directamente a la enfermedad con medicamentos existentes que han probado repetidamente su eficacia en varios contextos clínicos. En “La tableta secuestrada” IDL-R expuso una parte de la experiencia en el uso de la hidroxicloroquina, junto con la increíblemente partidarizada discusión sobre su eficacia y seguridad.
Una medicina que se viene utilizando hace 70 años en pacientes crónicos (lo que significa uso prolongado) tiene perfiles de riesgo sobradamente conocidos. La experiencia indica que en el tratamiento del COVID 19 es crucial utilizarla en la etapa inicial de la enfermedad. ¿Por qué no hacerlo en forma sistemática y agresiva? ¿Por qué no contemplar su uso profiláctico para personal en alto riesgo de contagio? ¿Porque Bolsonaro y Trump la apoyan? ¿Se acuerdan de esa vieja letra de la música de protesta: qué culpa tiene el tomate…?”
La ivermectina, con amplia experiencia de uso como antiparasitario y contra la sarna, que ha demostrado buenos resultados en los casos que ha sido utilizado contra el COVID-19. Si funciona, como parece que es el caso, debe dársele un uso más temprano y agresivo.
En todos esos casos, debe afinarse también los protocolos para un uso extra hospitalario lo más seguro posible. Si un cierto nivel de riesgo puede salvar decenas o centenares de vidas mediante un tratamiento oportuno, además de parar los vectores de contagio cuando elimina el virus, ¿por qué no hacerlo?
Y, por supuesto, necesitamos mejorar la respuesta inmune de nuestra población. Hacerla más fuerte y resistente a las enfermedades. Eso es costoso, pero resulta casi gratis si se lo compara con el costo de reconstruir una economía destrozada.
Hay que salvar vidas y hay que salvar la economía. No son objetivos opuestos sino complementarios.
No estamos en guerra contra nosotros mismos. El concepto es falaz.
Hay una enfermedad contagiosa que erradicar. Un microbio nocivo que eliminar cuando nos infecta o antes que llegue a nosotros.
Pero no somos el microbio, ni cómplices del microbio, sino sus víctimas.
En todo caso, llamen al virus la quinta columna, infiltrada en nuestros organismos, a la que hay que enfrentar, neutralizar y eliminar con los mínimos daños colaterales.
El tiempo cuenta. La calidad de nuestras decisiones cuenta más.