Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2203 de la revista ‘Caretas’.
Si algo me enseña la experiencia es que el periodismo de investigación por estas tierras es el territorio de las consecuencias imprevistas. Lo he sentido así desde hace mucho tiempo, viendo los resultados de corto y mediano plazo que tuvieron varias investigaciones. Lo he vuelto a pensar esta semana por el caso de las Brujas de Cachiche.
Cuando nos preparamos para publicar el caso en IDL-Reporteros (reporteros.pe) el sábado pasado, supuse que iba a tener impacto, pero no la rápida contundencia que alcanzó.
Las razones del impacto conciernen en parte a la escenografía y el guión. Comida rica, reuniones nada santas e inesperado ampay: son casi clichés en el periodismo de denuncia (más que en el de investigación). De hecho, si un grupo de gente es ampayada en un conciliábulo sospechoso pero en ayunas, sus posibilidades de salir bien librados serán mucho mayores que si la agarran comiendo rico. Y si la comida es criolla, peor.
No en vano, la reacción entre burlona y envidiosa de la gente cuando pillan a alguien recibiendo un pago o privilegio indebido es con una palabra: “¡Provecho!”. En el Perú, parece, la cutra requiere una aeróbica digestión.
No quiero decir, ni mucho menos, que la denuncia del honrado y valiente general Guillermo Arteta no sea grave, pues lo es, y mucho; sino que la reacción no ha obedecido solo a los sólidos méritos de esa denuncia, sino también a otras razones.
Las enumero: 1) La ya dicha, de escenografía y guión: camanduleo en privado de restaurante criollo de lujo. Como si se dijera: del ‘Fiesta’ a ‘las Brujas’; 2) la sensación de hipocresía ampayada: pseudo-moralizadores haciendo pseudo-reformas policiales para cohonestar deshonestidades; 3) la felicidad con la que la prensa antigobiernista levantó el caso por razones que nada tienen que ver con la virtud pública.
Así y todo, me alegra mucho que el caso haya tenido la resonancia que alcanzó; y espero que la investigación fiscal a los traficantes de influencias termine de revelar y pruebe lo que a estas alturas ya está bastante claro.
“El Gobierno tiene, sin embargo, la oportunidad de reaccionar ante la corrupción como lo ha hecho Dilma Roussef en Brasil”.
Lamento, a la vez, el daño que este caso le hará al Gobierno. Perderá tracción y ganará en desconfianza. ¿A quién le debe eso? A los traficantes de influencias, por supuesto.
El Gobierno tiene, sin embargo, la oportunidad de reaccionar ante la corrupción como lo ha hecho Dilma Roussef en Brasil. Destituir y hacer investigar, cuando existan razones fundadas, como es el caso, a gente que estuvo cerca en la campaña o en el gobierno, puede ser poco grato pero necesario. Se gana en fuerza moral y en credibilidad, lo cual, al fin, se traduce en fuerza de gobierno.
FINALMENTE, en cuanto a impacto, no puedo evitar una comparación. Antes de publicar el resonante caso de ‘Las Brujas de Cachiche’, IDL-Reporteros publicó dos entregas de una de las investigaciones más serias y detalladas que se haya hecho hasta ahora sobre masivas irregularidades en la pesca industrial (“Cómo se esfuman $100 millones en pescado”; y, “Balanzas con truco”).
En ese caso, virtualmente ningún medio tradicional recogió o hizo eco a la investigación, pese a su gran importancia. ¿La razón? Que las compañías individualizadas por sus faltas y violaciones legales pertenecen a los grupos económicos más poderosos en el Perú, y que en nuestra cartelizada economía, enfrentarlos tiene consecuencias.
Entonces, para mantener el curso preciso en periodismo de investigación en el Perú, hay que saber cuándo responder con silencio al aplauso y saber cuándo aplaudir el silencio, mientras se mira la perspectiva larga del tiempo con calma e ironía y se ataca el día con pasión.
Recuerdo de Laura Pollán
A principios de julio de 2003 llevé a cabo una misión confidencial del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) en Cuba. El propósito era establecer contacto con las familias de los periodistas apresados en la redada represiva que el gobierno cubano perpetró en marzo de ese año y que fue seguida por condenas draconianas a prisión.
El objetivo fue no solo llevarles apoyo moral, la solidaridad de los periodistas libres del mundo, sino también lograr un cuadro preciso de la situación y las necesidades de los presos y sus familias, para calibrar qué tipo de ayuda era importante y cómo hacerla llegar.
Presionada por la clandestinidad de la visita (entré como turista y, de acuerdo con lo planeado, solo en la última parte de mi estadía hice contacto con los familiares), la misión fue corta en días y larga en horas.
Han pasado ocho años, pero conservo clara la memoria de la conmovida admiración que me despertó el estoico valor de los familiares, su resistencia sin desmayos, ante el acoso continuo, el poder aplastante del gobierno dictatorial.
En el segundo día de entrevistas con los familiares, Álida Viso, esposa del entonces arrestado periodista Ricardo González, me acompañó a visitar a Laura Pollán, en su pequeño departamento en el deteriorado Centro de La Habana.
Laura, esposa del periodista y ex presidente del partido Liberal, Héctor Maseda, llegó casi a la vez que nosotros a ese departamento que, como anoté entonces, exudaba “pobreza apenas evitada, vidas oprimidas, un sentimiento de lenta decadencia”. Ya no era joven y llegaba, obviamente fatigada después de un día largo de trabajo. Profesora de español para estudiantes preuniversitarios, Pollán debía estirar sus modestísimos ingresos académicos no solo para sobrevivir sino para tratar de ayudar a su esposo, que soportaba las más duras condiciones de confinamiento.
Maseda, un periodista sexagenario entonces, confrontó durante el juicio la dramática situación de ver cómo su sucesor en la presidencia del partido Liberal, Osvaldo Alfonso, se “arrepentía” y pedía clemencia a los jueces. Ante eso, Maseda se levantó y reafirmó enfáticamente sus principios liberales frente a los mismos jueces. Laura contó ese episodio con claro, evidente orgullo.
MASEDA pagó las consecuencias de su coraje. Enviado a la prisión La Pendiente en Villa Clara, fue confinado en condiciones tales que, aparte de alergias y otros padecimientos, sufrió sarna sin recibir tratamiento. Las autoridades de la prisión no permitieron a Laura Pollán entregarle sábanas limpias o medicamento anti-sarna porque, según dijeron, tenían suficientes remedios.
Ver, o por lo menos intentar ayudar a su esposo, significaba viajes larguísimos para Laura, sin la menor seguridad de poder visitarlo al llegar o, siquiera, de poder dejarle la ropa, medicinas y comida que juntaba.
La dosificada crueldad que padeció Maseda, no lo quebró en absoluto. Y menos a Laura Pollán, cuya situación, pese a estar en libertad, fue con frecuencia casi tan dura como la que resistía su marido.
Mientras, Maseda, el resistente, sufría la vesania carcelaria, Osvaldo Alfonso, que se había rendido ante el régimen, vivía un encierro benévolo en La Habana. Sin embargo, Laura Pollán mantuvo una relación cercana y cariñosa con la mucho más joven Claudia Márquez, esposa de Alfonso. Pollán comprendió el sufrimiento moral de Márquez y le dio, pese a todo lo que a ella misma le tocaba padecer, el apoyo generoso de su amistad.
No sé qué habrá sido de Claudia Márquez, pero Laura Pollán mantuvo y acrecentó su excepcional capacidad de ser a la vez indoblegable y generosa, aún después de la liberación de Maseda. Fue una de las dirigentes de las Damas de Blanco, que mantuvieron y mantienen sus marchas frente al acoso constante de autoridades y de gente movilizada en su contra.
Hace pocos días, colapsó la salud de Laura Pollán y, después de una agonía corta murió esta mujer magnífica, de alma invicta y generosa.