Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2222 de la revista ‘Caretas’.
HACE muchos años (aunque me parezcan cercanos), vi llegar la guerra al Alto Huallaga y en estos días la he visto terminar. A diferencia de otros lugares, la violencia senderista no arribó a una región pacífica ni tampoco su fin proclama ahora la paz. Anuncia, si acaso, que empieza el desafío por conquistarla.
La cadena de eventos, que se desató con un disparo de escopeta en la madrugada del 9 de febrero cerca de Santa Rosa de Mishollo, no fue solo la crónica de una fuga angustiosa en medio del desbande general, sino el epílogo de una era, marcado en sus hechos finales por la silenciosa pero aplastante simbología de la derrota.
Cuando fue capturado, ‘Artemio’ estaba solo, indefenso, malamente herido. El paisaje que lo despidió de la libertad tenía, en escenografía minimalista, mucho de cuanto acompañó su presencia en el Huallaga: la cabaña rústica en la que quedó solo, la chacra, el bosque, el río próximo y la poza de maceración cercana. Treinta años después de su llegada al Huallaga, luego de haberse esforzado por hacer literal la violenta metáfora senderista, de cruzar el río de sangre, lo que dejó tras de sí fueron la cabaña y la poza.
Llegué por primera vez al Huallaga en 1982, como periodista de Caretas, acompañando al entonces Fiscal de la Nación, Gonzalo Ortiz de Zevallos, que quiso hacer una visita simbólica a Uchiza, para rendir homenaje al primer periodista asesinado por la violencia del narcotráfico: Orlando Carrera Yépez.
Llegamos a Uchiza, asegurada por un gran despliegue de la Policía. Buena parte de la población observaba con silenciosa pero patente hostilidad. Impertérrito, el Fiscal de la Nación convocó al sacerdote de Uchiza, que resultó ser un claretiano español, para homenajear con un rezo a Carrera Yépez en el lugar en el que el narcotraficante Catalino Escalante lo había asesinado.
Volví a Aucayacu en 1984, poco después del primer ataque senderista, que arrasó la guarnición policial, el 31 de enero. Un segundo ataque al mismo objetivo, el 4 de julio, llevó al Estado de Emergencia. Esas acciones fueron dirigidas por un ex soldado del Ejército, que empezaba a destacar entre los senderistas: ‘Artemio’.
DESDE entonces y hasta fines de la década, la violencia no dejó de crecer. Sendero, ya bajo el liderazgo de ‘Artemio’ dominó a todas las organizaciones de narcotráfico armadas al sur de Campanilla y llegó a operar con unos cientos de senderistas armados a la vez.
El 31 de mayo de 1987, Sendero atacó el puesto de Policía de Uchiza, lo tomó y mató a seis policías. El 17 de julio de ese año, el Gobierno retomó Tocache en una acción que movilizó a centenares de policías, aviones, helicópteros.
El 27 de marzo de 1989, un fuerte contingente senderista, dirigido por ‘Clay’, atacó nuevamente el puesto policial de Uchiza y, luego de un duro enfrentamiento doblegó su resistencia, matando a 10 policías, tres de los cuales fueron oficiales, asesinados después de rendirse.
La contraofensiva militar desde 1989 y los nuevos ataques senderistas, elevaron todos los niveles de crueldad, de atrocidades, en la guerra. El someramente educado ‘Artemio’, llegó a convertir a su comité regional senderista en el que quizá fue más poderoso y con mayores ingresos en el Perú. Sufriendo bajas frecuentes por la acción de las fuerzas armadas, se las arregló para mantener una fuerte capacidad operativa y para caminar la cuerda floja de la relación con los narcotraficantes.
«Con una debacle tal, el hecho táctico que corona un largo proceso estratégico, el Sendero capitaneado por ‘Artemio’ deja, en los hechos, de existir».
Luego del golpe sorpresivo y devastador para Sendero que significó el arresto de Guzmán en septiembre de1992, ‘Artemio’ y los suyos perdieron fuerza, pero se las arreglaron para sobrevivir manteniendo una capacidad de llevar a cabo emboscadas y golpes de mano; y de controlar, por el miedo casi siempre y por la conveniencia a veces, a gran parte de la población.
Recién años después, cuando se recobró la democracia y se puso énfasis en realizar una campaña inteligente, predicada en el buen trabajo policial, la inteligencia y el uso de recompensas y generosas negociaciones de colaboración eficaz, empezó un socavamiento progresivo del poder del jefe senderista. Una acción eficaz tras otra, lo fue dejando sin lugartenientes, hasta que quedó virtualmente solo en el liderazgo, secundado por unos pocos veteranos sin preparación política, con algunos de ellos, como “Izula”, por ejemplo, dedicados simultáneamente al narcotráfico.
La Policía, especialmente la Divinesp de la Dirandro, acrecentó el esfuerzo para reclutar y ‘voltear’ a miembos de confianza de la columna de ‘Artemio’. La decisión de este, de llevar a cabo acciones de propaganda armada a favor de una amnistía para los senderistas y para Guzmán en particular, lo forzó a convocar reclutas veteranos.
A fines de enero pasado, el recientemente capturado ‘Fredy” o “Percy” visitó a “Sebastián Lingán” (no es el nombre real sino un pseudónimo policial) en su casa de Yanajanca, para convocarlo a unirse a la columna de ‘Artemio’. El 31 de enero, por la noche, ‘Sebastián’ se unió a la columna cerca de Puerto Pizana.
Eran 24 senderistas, además de ‘Artemio’, listos para iniciar una campaña de propaganda armada. Lo que éste, pese a su experiencia e instinto de conservación, no imaginó fue que en esa columna no solo había solo uno sino cuatro agentes de la Divinesp.
Los cuatro agentes lograron comunicarse con la Divinesp en el momento de unirse a la columna y luego participaron en las tomas de pueblos y localidades que hizo ‘Artemio’ desde esa noche, en Campanilla. Luego de varios días de agitación y pintarrajeo, por Shumanza, Sión, Pólvora, Loma, se aproximaron a Santa Rosa de Mishollo. Ahí los agentes llegaron a avisar a la Divinesp de su ubicación.
El plan se parecía al que se ejecutó en el caso de “JL”. Según el testimonio de ‘Sebastián’, al no poder cruzar el río Mishollo, se fueron a un lugar cercano donde acamparon en una ‘casa rústica de madera’. A ‘Sebastián’ le tocó el turno de centinela en la madrugada, que es cuando planeó alertar a la Divinesp.
ASÍ lo hizo. Pero estaba tratando de hablar por la radio cuando, dice ‘Sebastian’, “soy descubierto por el DT-SL ‘Artemio’”. Este, según ‘Sebastián’ le gritó “¡Traidor!” e intentó desenfundar su pistola, “por lo que” dice ‘Sebastian’, “antes que me agarre y después me mate, decido dispararle con mi escopeta ‘Huacharaca’ y fugar rápidamente entre la espesura del monte”. Los otros tres agentes escaparon también.
Con ‘Artemio’ malamente herido y la Policía cerca, la columna de Sendero colapsó.
Mientras la mayoría escapaba en desbandada, un pequeño grupo, llevó a ‘Artemio’ a la posta y luego escapó con él cuesta abajo, hacia el río, cuando vieron que la Policía llegaba al pueblo.
Cruzando el río, fueron avistados por un helicóptero Mi-17, con el que intercambiaron disparos. Eso llevó a casi todos los miembros de la escolta de ‘Artemio’ a abandonar sus armas y fugar. Plenamente identificados por los agentes, muchos ya han sido capturados.
Con una debacle así, el hecho táctico que corona un largo proceso estratégico, el Sendero capitaneado por ‘Artemio’ deja de existir para todo propósito práctico.
Pero eso, como lo han aprendido duramente tantas sociedades afligidas por una mala posguerra, no significa necesariamente ni el cese de violencia ni el logro de la paz.
El notable triunfo de la Policía y de la democracia peruana es, junto con el éxito, el inicio de un nuevo desafío: no permitir que la criminalidad organizada o la delincuencia violenta ocupen el vacío que, treinta años después de su inicio, deja la derrota final de Sendero en el Huallaga.