Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2228 de la revista ‘Caretas’.
EL masivo secuestro en Kepashiato ha llegado a su fin. Hay mucho que analizar y, desde luego, opinar sobre los temas de organización, estrategia, competencia y honestidad que eventos así ocultan y desnudan a la vez.
Pero antes de opinar hay que relatar, para que los hechos queden ordenados tal cual sucedieron y no tal como se maquillaron.
Esta nota describe lo que aconteció luego de la liberación de los secuestrados, en el epílogo trágico y revelador del secuestro. Otro reportaje, ‘el Abandono’, que cuenta la abortada operación previa, que terminó con la desaparición y la muerte de tres policías de Dinoes, puede leerse en reporteros.pe.
Los rehenes fueron liberados el sábado 14 a las 5 de la mañana. Como se sabe, subieron a un autobús para regresar a Kepashiato y Kiteni, pero fueron interceptados por el Ejército, que los puso en un par de helicópteros en los que llegaron a Kiteni a las dos de la tarde, sin que les permitieran bajar hasta las 3:30 p.m.
En Kiteni se había organizado un servicio de atención médica de emergencia. Lo sorprendente es que, según varios testimonios, el servicio tuvo que ser montado por las compañías civiles porque ni las Fuerzas Armadas ni la Policía desplegaron equipamiento o preparación para ello.
Las compañías nuevas (Skanska, Construcciones Modulares), aportaron un equipamiento básico para tratar accidentes industriales. Techint, aunque aparentemente de salida, llevó las mejores mochilas de emergencia, además de una ambulancia. Los paramédicos de esas compañías se pusieron a órdenes de los militares por disposición de sus empresas.
«Kiteni estaba muy cerca, pero nadie llegó, ni por aire ni por tierra. Y así, los heridos pasaron la noche al raso ayudándose a sí mismos, a aguantar el dolor, a no soltar la vida.»
El primer herido que trataron fue el jueves. Era el suboficial de tercera José Miguel Millones, de la Dinoes, cuya herida en el rostro había hecho abortar la operación de descenso del helicóptero por cuerda rápida y significado el abandono (y la eventual condena a muerte) de los tres policías que ya habían bajado.
Las heridas en el rostro del Policía, resultaron ser leves.
El viernes no pasó nada.
El sábado, el personal movilizado preparó las camillas para recibir a los rehenes. Sin embargo, estos resultaron encontrarse en buen estado de salud.
Los sanitarios y paramédicos se aprestaron a irse, pero antes de las 7 p.m. les dijeron que debían quedarse. Había habido un enfrentamiento y debían prepararse para recibir a 12 heridos en pésimo estado.
Hubo un febril reforzamiento del centro de emergencias, sobre todo a cargo de Techint. En total se movilizaron unos 14 paramédicos.
Su equipo era adecuado para hacer frente a eventuales accidentes de trabajo, pero no para la cosecha de un campo de batalla. No había morfina, por ejemplo. Solo ketorolaco y tramal.
A las cinco de la mañana del domingo, despegó el helicóptero. Según fuentes confiables, el jefe del Comando Conjunto, general EP Luis Howell lo abordó pese a las reconvenciones de sus subordinados. Fue el tipo de coraje que faltó en otros jefes en los días anteriores.
Cuarenta minutos después, regresó el helicóptero. Los paramédicos corrieron con las camillas a recibir a los heridos. El primero que recibieron tenía una fractura expuesta en un tobillo horriblemente mutilado. Casi no tenía pulso ni respiración. Lo llevaron a la carrera al tópico e hicieron todo lo posible por estabilizarlo.
“Parecía que reaccionaba, pero se nos fue”, recuerda uno antes que se le ahogue la voz.
Durante más de dos horas los paramédicos lucharon por estabilizar a los heridos, sacarlos del peligro y del infierno del dolor.
La emboscada había ocurrido el sábado, entre las dos y las tres de la tarde.
Horas antes, cerca de 5 patrullas confluyeron al pie del cerro en cuya falda estaba todavía el helicóptero abatido, donde murió la mayor PNP Nancy Flores. Un poco más arriba permanecían apostados los sinchis de la 48 comandancia que habían evitado que los senderistas se lleven el armamento, pero que a su vez eran hostigados por francotiradores. Desde la parte alta del cerro, los sinchis hicieron rodar cuesta abajo el helicóptero. Las otras patrullas ayudaron a retirar el armamento y la radio, del helicóptero. Luego lo inutilizaron con explosivos, según fuentes militares.
Las cinco patrullas emprendieron el regreso a pie, hacia Kiteni, por la estrecha quebrada de Lagunas. Al frente, acompañado por lugareños, un capitán de comandos y su patrulla avanzaron a paso vivo. A poco, escucharon el estruendo de una fortísima explosión por donde habían pasado recién, seguida por un violento tiroteo. Los comandos regresaron y al llegar encontraron que el tiroteo había terminado y solo quedaban los resultados de la explosión de la mina por activación eléctrica y del corto e intenso tiroteo que siguió.
La patrulla ‘Lince’, del Ejército, había sufrido el impacto central de la emboscada. La explosión en cadena de las minas, había destrozado a la patrulla, con las horribles mutilaciones y heridas producto de la metralla y las esquirlas de la explosión.
El lugar estaba a cinco minutos de vuelo en helicóptero de Kiteni, y había varias vidas en peligro. Pero era poco probable que un helicóptero se arriesgara a entrar ahí.
Así que, improvisando camillas con troncos, la patrulla cargó a sus heridos y llegó al caserío de Lagunas al fin de la tarde. Ahí, en la posta según una versión y en una cancha abierta según uno de los miembros de la patrulla, esta esperó el rescate.
Kiteni estaba muy cerca, pero nadie llegó, ni por aire ni por tierra. Y así, los heridos pasaron la noche al raso ayudándose a sí mismos, a aguantar el dolor, a no soltar la vida.
En la madrugada, apenas clareando, el general Howell se embarcó en el helicóptero que pocos minutos después los trajo a Kiteni.
Luego de la estabilización básica y de un rápido triage, los heridos fueron evacuados a Malvinas, donde los recibieron los médicos de PlusPetrol, tampoco preparados para ese tipo de emergencias. Ahí, durante la inútilmente larga espera del vuelo a Lima, dos heridos ‘se descompensaron’ como recuerda un enfermero; y una médico y otro enfermero tuvieron que donarles sangre en el momento, como lo hicieron otros médicos y funcionarios de PlusPetrol. En Malvinas no hubo militares junto a los heridos, según varias fuentes. Solo civiles.
FINALMENTE, a las 2 de la tarde, con heridos todavía ‘descompensados’ se produjo la evacuación a Lima.
Entre las cosas que dejó en claro esa letal emboscada es la deficiente capacidad médica de combate en la Fuerza Armada. El sufrimiento de la patrulla entre las 7 de la noche y las 6 de la mañana, debería turbar el sueño y la vigilia de todos los altos jefes militares y el del ministro de Defensa, hasta que se logre una decidida mejora en ese elemento básico en toda organización de combate (cuya calidad, de paso, refleja la del resto de la organización).
El otro lado de esa deprimente realidad fue comprobar otra vez el valor de los soldados.
Cuando desembarcaron a uno de ellos en Kiteni, y lo empezaron a curar en el tópico en la mañana del domingo, el soldado, herido y mutilado, le preguntó al enfermero que lo trataba si era verdad que los rehenes habían sido liberados. “Sí. Es verdad”, le dijo el enfermero. Entonces, dijo el soldado, mirando aquella parte de su cuerpo donde ahora solo se veía colgajos sanguinolientos, vale la pena el sacrificio que hemos hecho.
Haciendo esfuerzos por contener las lágrimas, el enfermero siguió curándolo en silencio para no tener que decirle que los rehenes habían salido en libertad varias horas antes de la emboscada.
Para eso, su sacrificio no contó; pero tendrá valor si la estoica valentía de esa patrulla inquieta las conciencias, espolea las acciones que lleven al éxito y alejen las sombras que ahora vuelven a crecer.