Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2245 de la revista ‘Caretas’.
Mi artículo sobre las “mypes psicotrópicas” de la semana pasada provocó una respuesta informada aunque discrepante de un lector, que leí y comento ahora con interés.
El señor Willy Valdivia Granda escribe que mi artículo “parece concluir que los US$ 300 millones que ingresan por tráfico de cocaína al Perú hacen a los narcotraficantes menos peligrosos de lo que son”.
De hecho, en el artículo indiqué que si se utilizaba el criterio de conversión de “230 o 250 kilos de hoja seca por un kilo de cocaína”, que muchos sostienen es el real, entonces el valor potencial de la producción de cocaína solo en el VRAE sería, a los precios actuales, de alrededor de 300 millones de dólares. A nivel nacional sería probablemente el doble.
El señor Valdivia compara esa suma con la producida por otras actividades económicas para demostrar que los 300 millones son cosa seria y hasta aplastante en su relación con lo que generan otras actividades económicas. Así, sostiene, “el narcotráfico del VRAE, manejado por algo más de dieciséis clanes, supera ocho veces el dinero generado por las exportaciones anuales de San Martín, Loreto, Ucayali, Madre de Dios o Apurímac […] además de triplicar el total de las exportaciones de Huánuco o Puno […] esos 300 ‘modestos’ millones superan 12 veces las exportaciones de nuestra emblemática quinua y 75 veces el de pisco”.
Estoy seguro que la comparación con las exportaciones de camu-camu o las de chuchuhuasi es aún más contundente.
«Lo que indica el más básico examen comparativo es que el narcotráfico de hoy es mucho menos importante y amenazador que el de hace veinte años.»
Nadie discute –por lo menos yo no lo hago– la fuerza económica regional del narcotráfico, sobre todo en las áreas de mayor producción. El tráfico de cocaína en valores locales también supera el producido, como apunta Valdivia, por las exportaciones de cacao (que bordearon los 119 millones de dólares el 2011, según reporte de la Agencia Agraria de Noticias), aunque es claramente inferior al valor de las exportaciones del café.
El hecho que hice y hago notar es que la importancia y el impacto del narcotráfico en la economía nacional es ahora sustancialmente menor que el que tuvo en su momento de apogeo en el Perú, a fines de la década de 1980 y comienzos de los noventa.
Veamos las diferencias.
El Perú tiene ahora alrededor de 60 mil hectáreas de cocales. En 1992 tuvo 129 mil hectáreas. Más del doble que hoy.
Con los valores locales actuales, el tráfico de cocaína significa alrededor de 600 millones de dólares anuales en las zonas productoras.
A fines de los ochenta y comienzos de los noventa, el valor FOB de las exportaciones de cocaína triplicó y posiblemente cuadruplicó el actual.
PERO lo realmente importante fue y es su dimensión comparativa con la economía legal de entonces y la de ahora.
En 1989, las exportaciones no tradicionales del Perú sumaron 989 millones de dólares en valores FOB. Y la suma de todas las exportaciones de la nación (tradicionales y no tradicionales) fue de 3,503 millones de dólares.
En 1992, las exportaciones no tradicionales ascendieron a 966 millones de dólares y el monto de todas las exportaciones solo llegó a 3,578 millones de dólares. Ese año hubo 129 mil hectáreas de cocales y la exportación de cocaína probablemente superó, en valores locales, los 2 mil millones de dólares. En ningún caso fue inferior a los 1,800 millones de dólares.
Es decir, el valor FOB de la cocaína exportada ese año fue casi el doble de todas exportaciones no tradicionales del país y más de la mitad del total de exportaciones.
El impacto de la economía del narcotráfico sobre la nación fue tremendo. Cortó a través del tejido institucional, social, político, empresarial, financiero. Quizá una de las imágenes que grafica mejor el perverso sistema de vasos comunicantes entre la economía legal y la ilegal en esos años sea los vuelos cotidianos que hacía el avión del Banco de Crédito entre Lima y el Alto Huallaga, donde sus sucursales bancarias captaban ventajosamente los dólares de las transacciones locales.
Ahora la situación es completamente diferente.
El 2011, las exportaciones no tradicionales del Perú sumaron 10 mil 130 millones de dólares. Todas las exportaciones peruanas fueron de 46 mil 268 millones de dólares. Quince veces más que en 1992.
En cuanto al narcotráfico, las 60 mil hectáreas de coca pueden haber producido alrededor de 600 toneladas de cocaína, que significaron aproximadamente 600 millones de dólares. Es decir, casi veinte veces menos que las exportaciones no tradicionales y cerca de 80 veces menos que las exportaciones peruanas en su conjunto.
El cambio en la correlación de fuerzas, la disminución de la gravitación e importancia del narcotráfico en la economía nacional ha sido dramático. De ser un factor oscuro pero central en el país, el narcotráfico pasó a ser secundario en el nivel nacional y a tener una importancia solo regional.
Eso no quita ni disminuye la necesidad de combatir sistemáticamente el crimen organizado de los clanes narcotraficantes, ni significa tampoco bajar la guardia, sobre todo ahora que es patente una nueva tendencia al crecimiento del tráfico de cocaína.
Pero a la vez es indispensable tener un diagnóstico claro y objetivo del problema. Sin eso, cualquier estrategia es absurda. Y lo que indica el más básico examen comparativo es que el narcotráfico de hoy es mucho menos importante y amenazador que el de hace veinte años.
Y si ahora se aplica eficazmente en el nivel zonal aquello que funcionó bien en el nacional: la lucha inteligente contra los grupos de crimen organizado, aparejada con el crecimiento de la economía, podrá eventualmente repetirse en forma proporcional la erosión del poder y la importancia del narcotráfico.
RUDEZAS.- El ministro de Defensa, Pedro Cateriano contestó con dureza a las críticas de algunos de sus predecesores mencionando tanto las gestiones poco ilustres de estos, como el pasado de complicidad con el montesinismo que marca por lo menos al más estridente de ellos.
Algunos comentaristas han recomendado a Cateriano que sea menos peleón porque, sostienen, los fosforitos se queman pronto.
A mí, por lo contrario, me pareció bien la reacción de Cateriano. No solo por haber marcado territorio y haber puesto en su sitio a gente como Rafael Rey, sino por haber demostrado que ser un defensor de la democracia no significa dejar de contestar con rudeza cuando la circunstancia lo amerite.
Tengo la impresión de que muchos de los fujimoristas y algunos lobistas y achoradillos acoplados han asumido la premisa de que la gente que defiende la democracia y los derechos humanos es incapaz de responder con energía cuando la someten a alguno de sus tratamientos de bullying político. Me alegro de que Cateriano les haya demostrado que en su caso, la premisa fue falaz.
Podrá (y seguramente deberá) modular el lenguaje del debate político en las siguientes semanas, pero estuvo bien comenzar poniendo las cosas claras.