Miércoles 11 de noviembre. Media mañana. Suena el teléfono de César Gentile. ¿Quién llama? El número está registrado y el nombre aparece en la pantalla: Manuel Merino. Gentile es general retirado de la PNP, ministro del Interior bajo la presidencia de Martín Vizcarra. Merino, presidente del Congreso hasta el martes 10, ha ingresado como gobernante a Palacio de Gobierno luego de la destitución, la noche anterior, de Vizcarra.
Gentile habla como sugiere su apellido. Según personas que escucharon el diálogo, el “presidente” Merino le hizo saber a Gentile su “preocupación” por los “desmanes” que no se logran controlar durante las virtualmente ininterrumpidas protestas callejeras en Lima y varias ciudades luego de la destitución de Vizcarra. La llamada es un reclamo a Gentile para que endurezca la represión y sofoque las protestas.
“¡Yo ya no soy ministro del Interior!”, responde Gentile a Merino. ¿Que le pueden acusar de “abandono de cargo”? ¡Su renuncia ya está publicada en El Peruano! Gentile se sabe tan exministro que, si toma cualquier medida excepto sacar sus cosas, la acusación que más bien enfrentaría es la de “usurpación de funciones”.
Merino entiende el concepto. Suena conocido.
Aposentado en Palacio, respaldado por una organización de ultraderecha con una larga lista de almirantes, a la que solo falta agregar el apellido Massera, Merino ha pasado su primera noche como ‘presidente’ arrullado por los gritos de indignación de los manifestantes, el estallido de las bombas lacrimógenas, el ulular de sirenas, el vaivén de las cargas y repliegues. Quiere represión urgente, como gruñen sus mentores. ¡Pero no sabe quién está a cargo de la Policía!
Instalado en el puente de mando de un país que, sobre todo, necesita visión y visionarios, Merino deambula más perdido que ciego en tiroteo mientras busca represores.
A pocos kilómetros de distancia, en su departamento de San Isidro, el ciudadano Martín Vizcarra prepara su inminente declaración frente al fiscal Germán Juárez Atoche, del Equipo Especial Lava Jato. Los vecinos lo han aplaudido y, luego, los cacerolazos le recuerdan el afecto de la gente antes a la democracia que a él, pero sabe que en estos días aplauso no le faltará.
También sabe que en la oficina de Juárez Atoche no hay aplausos, solo preguntas.
Salir de la fiscalía no termina con las preguntas. La destitución, aunque era una posibilidad, estaba lejos de parecer segura en los días previos a la sesión de vacancia el lunes 9.
¿Qué pasó en esos días, qué supo Vizcarra; que debió ver y no vio?
Promesas incumplidas
El viernes 6 de noviembre, Vizcarra viajó a San Ignacio, en Cajamarca, acompañado por el premier Walter Martos. Como se trataba de inaugurar la villa EsSalud en la ciudad, también lo acompañó la presidenta ejecutiva de EsSalud, Fiorella Molinelli. Hubo otra invitada más, la congresista cajamarquina Felícita Tocto, de Somos Perú a la que, según una persona presente en el evento, “se había apoyado en su gestión con el hospital en San Ignacio”.
En Cajamarca, ese día, “la segunda vacancia parecía una amenaza menor… iban lento”, dice la misma persona. Y Acuña había dicho que no iba a apoyar la vacancia. Lo cual, en lugar de suscitar alarma, provocó tranquilidad.
Sin embargo, una persona que observó los eventos notó signos poco perceptibles que le “causaron un poco de pena”. Había acompañantes que, en lugar de mantenerse cerca de Vizcarra todo el tiempo posible, como habían hecho antes, “ya no querían salir en la foto”.
La misma persona dice que “hasta el viernes lo vi optimista… pero había menos respeto. Era poco perceptible, pero lo noté”.
En el vuelo de regreso, Vizcarra invitó a Tocto a almorzar en la cabina, con Martos, Molinelli y algunos otros. “Tocto le contó que era de Chirinos, le ofreció que iba a hablar con sus compañeros para asegurar el voto contra la vacancia” y prometió su propio voto.
El lunes 9, sin embargo, Tocto votó a favor de la destitución.
“Creo que eso le bajó los ánimos al Presidente y su entorno”, dice la fuente.
Otra persona que estuvo cerca de Vizcarra el lunes, coincide: “Felícita Tocto había viajado con él. Le había prometido votar en contra. Cuando votó a favor de la vacancia, lo vi afectado”.
No fue la única. Una persona que trabajó largo tiempo con Vizcarra, recuerda que: “Otros habían ofrecido su voto. César Combina, [Junín, APP] prometió votar en contra y votó a favor […] alguna gente nos ha mentido abiertamente”.
Entrevistado por IDL-R, Combina dijo que cambió su voto porque tuvo “que asumir la posición de su bancada” a favor de la vacancia.
Según Felícita Tocto, los Whatsapps que salieron en varios programas dominicales el domingo 8, cambiaron su decisión:
“Por eso, por los Whatsapp difundidos en diversos medios de comunicación el domingo, fue que se dirigió mi voto […] después de los Whatsapp, donde se corrobora que mintió el Presidente… Imagínese, quien pregunta contra la corrupción, quien ha presentado un proyecto de ley como el mío, ¿cómo podría votar de otra manera?”, indicó a IDL-R.
Poco después de su votación, Tocto, junto con otros congresistas dejaron la bancada de Somos Perú y formaron una nueva agrupación llamada “Grupo Parlamentario Descentralización Democrática”.
Personas cercanas a Vizcarra no creen que la presentación de los chats de Whatsapp el domingo pasado haya causado la defección de Tocto, pero que sí hicieron daño: “… creo que el domingo se malogró. Que aunque los chats no digan nada, es un chat, es un audio…”, dice una de ellas.
¿Aló, Acuña?
El último viaje de Vizcarra como presidente fue a Junín, el lunes 9.
Primero fue al Congreso, a defenderse y de ahí al aeropuerto. Lo acompañó, junto con otras personas, su ministra de Justicia, Ana Neyra, encargada de coordinar el departamento de Junín.
“Fue un viaje bonito, sentido…”, dice una de las personas en la comitiva de Vizcarra. La gente, sabiendo lo que estaba en juego, le dio muestras de afecto. Al Presidente “no se le vio preocupado por la vacancia”.
La visita no fue larga y en el vuelo de regreso revisó información en el avión. Ya en Palacio “siguió las incidencias de lo que estaba pasando en el Congreso”.
No solo vio lo que sucedía sino que tuvo por lo menos dos conversaciones interesantes. La primera fue, de acuerdo con fuentes con conocimiento directo de causa, con Richard Acuña. La conversación fue por chat y se desarrolló cuando Vizcarra estuvo en el Congreso. Aparentemente fue una charla que Vizcarra sintió positiva.
Por la tarde, luego de regresar de Junín, tuvo una conversación por teléfono con César Acuña. La situación era ya mucho más preocupante. Varias intervenciones de congresistas de APP habían sido agresivas. Hasta entonces, las intervenciones de Acuña habían indicado que su partido no apoyaría la destitución del Presidente. Pero al hablar, la posición cambió por completo. Acuña le dijo a Vizcarra, según fuentes con conocimiento de causa, que muchos en su partido estaban a favor de la vacancia y que él no iba a ir solo contra su partido.
Vizcarra, según personas enteradas de la conversación, no propuso nada. Y poco después terminó la llamada.
Al rato, sin embargo, el premier Martos, paisano de Acuña, habló con este a las 6 de la tarde, poco antes de la votación. Fue una conversación que hizo solo Martos, quien no regresó al área donde estaba Vizcarra con sus principales colaboradores hasta después de la votación.
Presiones, desenlace
Vizcarra pasó las horas previas y la de la votación en Palacio, acompañado por un grupo reducido de personas: el premier Martos, la ministra de Justicia Ana Neyra y su encargada de prensa y consejera, Mónica Moreno. Martos salió al hacer la llamada a César Acuña y no regresó sino después de la votación.
Los otros ministros siguieron los previos y el desenlace desde sus oficinas. Se comunicaban entre ellos por un chat grupal de Whatsapp. Seguían, a la par de sus tareas, el proceso.
“Desde el día viernes hubo una preocupación”, me dijo una fuente ministerial. “Antes se pensó que no pasaban de 55-60 votos. Pensábamos que Acuña y Somos Perú no votarían por la vacancia”. Pero las señales de alarma pronto se multiplicaron. “Después que habló [Vizcarra], hicieron [la mesa directiva del Congreso] una interrupción, que aprovecharon para convencer a los dubitativos”.
Otros ministros y fuentes cercanas a Vizcarra coinciden en esa apreciación. Unos añaden otro factor que consideran pudo ser catalizador de indecisos.
“Creo que mencionar que los 68 congresistas tenían procesos, los enardeció”, dice la fuente. Lo dicho por Vizcarra era verdad; pero no menos cierto era que él estaba en las manos de, entre otros, esos 68 congresistas; que él no les podía hacer nada y ellos podían botarlo. Que fue lo que hicieron.
¿Cuántos votos se voltearon por la mención de esa provocadora verdad? Quizá no muchos, pero ayudaron a los complotadores a mover con energía al resto de la masa.
Hans Troyes, congresista de Acción Popular (AP) por Cajamarca refirió a Romina Mella, de IDL-R, lo que vivió en esa última etapa:
“El proceso de negociación fue en el cuarto intermedio. […] Para que se dieran cambios hubo un proceso de repartija. [A los que no quisieron plegarse, como Troyes] Nos dijeron que no nos iban a firmar proyectos. […] Me refiero a los proyectos de ley. Yo he presentado 13 proyectos que están en curso. …[La presión] fue [de] Burga. Esto se dio en una reunión en bancada el sábado, en el Congreso. […] Dijeron que no iban a dar trámite a los proyectos si no votábamos a favor. Manifesté mi punto de vista en contra de la vacancia”.
Todo indica que las presiones y ofrecimientos se dieron en todas las bancadas. Entre tanto, los coordinadores parlamentarios del Ejecutivo no repararon, parece, en el proceso.
“Teníamos la confianza en lo acordado”, dice una fuente ministerial, “era una mentira total y nosotros caímos redonditos… Hora y media antes de la votación supimos que se había volteado… Una hora antes supimos lo de los 85 votos [que ya tenían] (por el micro no cerrado) … Los coordinadores parlamentarios averiguaron. Media hora de esfuerzos intensos terminamos sabiendo lo que iba a pasar… Luego llamamos a los que habíamos hablado y ya no contestaron”.
La fuente confirma que “el Presidente y Martos habían hablado con varios, pero hubo una consigna. No nos dimos cuenta”.
En una hora, luego de la conversación final de Martos con Acuña, los 85 votos por la destitución de Vizcarra ganaron 20 y se convirtieron en 105.
A las 7:30 de la noche, Martos convocó a todos los ministros a Palacio para las 8 pm. El tráfico hizo que la mayor parte llegara hacia las 8:30 pm.
El Presidente entró a las 9 pm a la sala del Consejo de Ministros. Por lo menos algunos ministros ya sabían qué iba a decir Vizcarra. Trascendió lo que había expresado a Martos y a su círculo más cercano: “hasta aquí nomás… ya estoy cansado…”.
A los ministros, varios conmovidos, Vizcarra les dijo que él “había hecho todos los esfuerzos, pero no quiero dar la impresión de que quiero aferrarme al poder”.
“Luego”, dice la fuente, “salimos con él, a hablar a la gente”.
Cuando eso terminó, “se preguntó entonces: ‘¿cómo es la carta de renuncia?’ Ninguno quiso esperar al que entra. En el momento hicimos [todos] la carta y la presentamos”.
No todo fue resignación. En la reunión, “la gran mayoría de mujeres ministras le pidieron a Ana Neyra que siga con la lucha, que presente recursos, amparos… pero ella no quiso”, relata una fuente que participó en esa reunión.
Ana Neyra obedecía lo ya decidido por Vizcarra.
De acuerdo con fuentes que conocen el proceso de esa decisión, se pensó en “mecanismos legales previos y no post [se conversó] mucho sobre el tema, pero [creímos] que es muy difícil presentar algo post […]. El procurador no estaba decidido, pero fue el Presidente quien tomó la decisión final.… Tomó la decisión el día anterior”.
Fue una mala decisión, según parece. Causada en parte por la tensión bajo la que Vizcarra vivió los últimos meses.
Sin un Estado Mayor presidencial ni nada que se parezca, acostumbrado a trabajar con un pequeño círculo de confianza, el Presidente terminó sometido, sin filtros ni gran ayuda, a una fuerte presión. Varios estudios de abogados se negaron a defenderlo: “en una cultura de sospecha”, dice una fuente cercana a Vizcarra, “hasta la mejor gente tuvo miedo […] no quería involucrarse […] la oferta se redujo bastante”.
Por eso, luego de largas conversaciones con su círculo más cercano, Vizcarra tomó la “decisión de luchar en la previa […] y no arrastrar al país a una confrontación”.
Pero la capitulación no evitó la confrontación.
Lo que logró fue lo que una persona muy cercana a Vizcarra expresó dos o tres días después.
“Siento que estamos dejando el país en las peores manos”.
La gente en las calles siente igual. Pero ellos no tomaron la decisión.
Enfrentaron sus consecuencias, más bien.