En la mañana del 21 de mayo de 1983, cada uno de los habitantes del pueblo de Sacsamarca supo que sonaba para todos la hora del destino. Un fuerte contingente senderista se aprestaba desde la altura para descender sobre Sacsamarca, aniquilar a sus pobladores y destruir el pueblo.
Un mes y días atrás, el pueblo de Lucanamarca había sufrido una horrenda masacre –en la que fueron asesinadas cerca de 70 personas– por otro ataque punitivo de Sendero Luminoso. El objetivo de esos ataques fue castigar a los pueblos de Lucanamarca, Huancasancos y Sacsamarca por haberse rebelado contra la tiranía senderista, que intentó establecer, por la fuerza, sus primeros gobiernos abiertos en los tres lugares desde 1982.
Después de Lucanamarca, los habitantes de Sacsamarca sabían que lo que les esperaba era peor. Apenas tenían armas con las que defenderse y la angustia ahogaba al pueblo.
La tarde anterior había llegado al pueblo en una Land Rover, en visita de inspección de puestos, un mayor de la entonces Guardia Civil con una escolta de cuatro sinchis.
El pueblo rogó al mayor GC Fernando Muñoz Shearer que se quedara con ellos. Muñoz se encontraba, empero, cumpliendo una inspección que culminaría en Canaria.
Cuando se debatía sobre qué decisión tomar, llegó un fugitivo que alertó que una numerosa formación senderista (integrada por militantes y masa cautiva) acampaba en las alturas, aprestándose a descender y arrasar Sacsamarca en unas horas.
Eso definió la decisión del mayor Muñoz Shearer: combatir junto con el pueblo de Sacsamarca, pese a intuir la desventaja numérica, de posición y, probablemente, de potencia de fuego que tendría que afrontar en el choque.
En lugar de esperar, decidieron atacar primero y luego de una extenuante subida, pudieron desplegarse y sorprender en parte al contingente senderista que recién se aprestaba a marchar.
Ahí arrancó, en las alturas de Chalhuamayo, una batalla entre cientos de personas, que duró casi todo el día, cuyo resultado fue incierto hasta que se quebró la resistencia senderista y el choque se convirtió en una persecución por las alturas que sólo concluyó en la noche, en una ruta de violencia marcada por una larga estela de cadáveres.
Sacsamarca perdió muchos hijos ese día. Uno de los sinchis, Telésforo Dueñas, murió en plena batalla. El mayor Muñoz Shearer fue herido poco después de que rompieran las hostilidades, pero combatió con denuedo hasta el final. Muñoz rehusó ser evacuado cuando, al final del día y ya decidido el curso de los acontecimientos, aterrizó un helicóptero de Ayacucho para llevarlo.
La batalla del 21 de mayo fue cruenta y amarga, pero resultó decisiva. Sacsamarca se salvó y su victoria irradió también a otros pueblos, que aún sufrieron ataques de letal violencia, pero ya no expediciones punitivas de arrasamiento.
Muñoz y los sinchis sobrevivientes velaron esa noche a los muertos. A la mañana siguiente, se despidieron del pueblo en duelo y prosiguieron en una ruta de retorno a Ayacucho, que –en provincias conmocionadas por la ofensiva senderista de esas semanas– fue accidentada y azarosa. Muñoz llegó a Ayacucho a través de la Libertadores, cuando ya se los daba por desaparecidos.
Los años pasaron y los sacsamarquinos no supieron más de “el mayor” que llegó providencialmente en el momento de mayor peligro y que, luego de salvarlos, desapareció sin volver. Y no dejó siquiera un nombre que recordar o agradecer.
Conocí a Muñoz Shearer en Ayacucho unas semanas antes de que saliera en la misión que lo llevó a Sacsamarca. En aquellos tiempos de violencia brutal y a la vez enigmática, Caretas –la gran revista en la que trabajé durante largos e intensos años– entendió bien la suprema importancia del reportaje a fondo, que ayudara a romper la oscuridad del miedo y desconocimiento a través de la verdad de los hechos. Acompañado, a menudo, por el destacado fotógrafo ayacuchano Óscar Medrano, yo viajaba a Ayacucho y sus provincias una o dos veces al mes, para días intensos de reportaje, que debían terminar con el tiempo justo para regresar a Lima a zambullirse en los cierres semanales de la revista.
Encontré a Muñoz unas semanas después, de nuevo en Ayacucho. Me dijo que me había perdido un gran reportaje y me contó luego, con detalle y con modestia, cómo había sido la batalla de Sacsamarca.
Para mí quedó pronto clara la importancia que había tenido esa batalla. En la cobertura de la guerra contra Sendero ese año y los siguientes, el eje de Huancasancos, Lucanamarca y Sacsamarca tuvo un papel central en el curso de la guerra interna. Conocí a varios dirigentes locales, algunos de los cuales, como don Ananías Sumari, lucharon con gran temple y entereza hasta su trágico fin.
En 1987 viajé a Huancasancos y Sacsamarca con el veterano periodista estadounidense Raymond Bonner, que escribía para The New Yorker. En medio de varios incidentes memorables, pudimos conversar y entrevistar a las autoridades de Sacsamarca y luego, acompañados por un guía, ascendimos desde el valle hasta el lugar de la batalla. Ahí pude contrastar y corroborar, en el terreno mismo de los hechos y a través del testimonio de los sacsamarquinos, el relato que, años antes, hizo Muñoz.
Entrevisté varias veces después al luego comandante y al final coronel PNP Fernando Muñoz.
Durante los años ochenta, Muñoz Shearer acumuló una impresionante experiencia operativa en los lugares más exigentes y peligrosos. Combatió, sobre todo, en el Huallaga y estuvo en varias acciones de armas, en una de las cuales convirtió una emboscada que sufrió su unidad en un furioso contraataque que fulminó a la fuerza senderista.
Uno de los momentos más amargos de su carrera, empero, tuvo lugar el 27 de marzo de 1989, cuando Sendero Luminoso ejecutó un masivo ataque contra el destacamento policial antisubversivo en Uchiza.
En términos de potencia de fuego empleada, fue uno de los mayores combates urbanos de la guerra interna. Una fuerza senderista de más de 300 combatientes, bien armados, llegó a Uchiza en, por lo menos, media docena de camiones, se desplegó con rapidez e inició el ataque al destacamento principal y a los puestos de vigilancia a las cinco de la tarde.
Las llamadas de refuerzo y auxilio desde la asediada guarnición, que tenía 62 policías, fueron inmediatas. Había guarniciones cercanas: la base antidrogas de Santa Lucía estaba a cinco minutos de vuelo. También había cuarteles militares cercanos. La base policial de Tulumayo se encontraba relativamente cerca; y en Tingo María había un importante cuartel militar no lejos de la base de la policía antidrogas de Umopar. Los militares tenían helicópteros rusos y los policías antidrogas helicópteros que el gobierno de Estados Unidos había entregado para acciones contra las drogas.
Hubo policías (como el mayor PNP Guillermo Bárcena, de la base de Santa Lucía) y también militares, que intentaron socorrer a los policías atacados, pero recibieron órdenes de replegarse para no arriesgar una emboscada de los grupos de contención senderistas.
En la base de Tulumayo, el entonces comandante Fernando Muñoz Shearer insistió con vehemencia, desde las seis de la tarde, que se organizara el vuelo de tres helicópteros antidroga para socorrer a la guarnición de Uchiza. A las 6:30 p.m. se pidió al jefe de la oficina DEA la autorización para el uso de los helicópteros. Fue acordada. A las 7:15 p.m., despegaron del aeropuerto de Tingo María los tres helicópteros, llevando un contingente de policías DOES bajo el mando de Muñoz Shearer, para contraatacar a los senderistas.
Lo que pasó luego lo contó el propio Muñoz Shearer en una investigación posterior sobre el tema:
“… Salimos con los tres helicópteros armados, equipados completamente para combatir; pero estando en pleno vuelo el piloto de la nave voltea y me dice: “mi comandante, disculpe, tenemos que regresar”, pero compadre, ¿por qué?, si en esto momentos los están matando allá, “no” me dice “las condiciones de mal tiempo, me dice, me acaban de ordenar que regrese”, entonces, la verdad que yo me indigné, retornamos con los helicópteros y como se dice vulgarmente, nos quedamos consternados porque sabíamos lo que estaba ocurriendo allá, entonces me dijeron que estuviera a la expectativa…”.
Según más de un testigo, Muñoz Shearer rugió y lloró de rabia e impotencia.
Al romper la mañana siguiente, Muñoz Shearer fue el primer policía en arribar –por helicóptero– a la destruida guarnición. Solo le quedó recoger los cadáveres de sus compañeros de armas, auxiliar y organizar la evacuación de los heridos.
Tiempo después, Muñoz Shearer ascendió a coronel PNP. Dentro de la policía, su perfil había adquirido contornos legendarios, en un conjunto que combinaba el prestigio de sus acciones bélicas con el contrapeso de su apodo: ‘Veneno’. Muy respetado y admirado por unos; pero temido e incluso odiado por otros, su reputación era no solo la de un combatiente decidido, sino la de un severo inspector de la disciplina y el comportamiento de los policías. Verde entre los verdes, para utilizar la palabra que describía a ese tipo de oficial.
Un policía veterano de esos tiempos, lo recuerda así: “‘Ahí llega VENENO… ‘ y muchos huían a mejor parte y se ocultaban, pues su ojo avizor pedía cuentas al oficial de servicio, comandantes de guardia, centinelas y personal que deambulaba por el Cuartel «chorreados», desaliñados, sin actividad útil y sobre todo con indisciplina evidente. … nunca tuve problemas al respecto, pues nunca me he incluido en ese tipo de comportamientos. Que era abusivo, maloso…, ese es un concepto sesgado y propio de quienes no estaban o están a la altura de las responsabilidades de un Policía… [A esos] siempre les ha de quedar el mal recuerdo de su propio proceder y que alguien les haya llamado la atención por ese proceder, comportamiento y falta de respeto a nuestro uniforme e Instituto Policial”.
La dureza de su reiterada experiencia de combate se aunó a su severa verticalidad y el conflicto con mandos incompetentes o corruptos (o ambas cosas a la vez), se hizo inevitable.
Un incidente que el rumor esparció por toda la institución, sucedió en Huancayo e involucró una áspera discusión entre el coronel PNP Muñoz Shearer y un general en la que el coronel terminó abofeteando al general.
Poco después, Muñoz Shearer se despidió de la Policía, pasó al retiro el año dos mil e ingresó a trabajar durante varios años en una empresa en el Callao.
Conversé algunas veces con Muñoz antes de perderle, por un tiempo, el rastro. Además de estimarlo y respetarlo, me persistía el recuerdo de su presencia providencial que salvó a un pueblo en una batalla entonces olvidada … menos por los habitantes de Sacsamarca.
El 2003 escribí el relato novelado de aquella batalla. Le cambié el apellido a Muñoz por el de Ordóñez, pero mantuve el mayor apego posible a los hechos. Fue publicado por IDL en una edición limitada, que pronto se agotó. Pero un ejemplar le llegó a Muñoz y por lo menos otro a Sacsamarca.
Casi quince años después, a finales de 2017, una delegación de Sacsamarca me visitó en IDL. La comunidad se preparaba para conmemorar los 35 años de la batalla y vinieron a preguntarme si conocía el nombre de “el mayor” y de los policías que lo acompañaron ese día del destino. Si había muerto, querían rendirle homenaje. Y, si estaba vivo, invitarlo a volver a Sacsamarca. De cualquier forma, querían “conocer y honrar su nombre”.
Pueden imaginar la siguiente escena. El 26 de febrero de 2018, una delegación de Sacsamarca, con varios viejos combatientes, orgullosos veteranos, se encontró en IDL con quien se perennizó en el recuerdo como “el mayor”. Ese día, nadie fue inmune a la emoción.
El 22 de mayo de 2018, 35 años después de la Batalla, “el mayor” Muñoz Shearer volvió finalmente a Sacsamarca a recordar, como escribí entonces “ese día de dolor, de muerte y de salvación” y para “recibir el homenaje y la gratitud de un pueblo que jamás lo olvidó”.
En febrero de 2019, Planeta editó mi libro “La Batalla”. Su presentación corrió a cargo de The Reading Show, la estupenda empresa de mis colegas Romina Mella y David Hidalgo, que convierte la árida presentación de libros en arte escénico. Esta, bajo la dirección de Jorge Chiarella, tuvo lugar el 4 de agosto de 2019 en la Feria Internacional del Libro, de Lima.
Presenté el tema; se escuchó audios desgarradores de Lucanamarca, dos días después de la masacre; leí partes del libro; subieron luego al estrado dos delegados de Sacsamarca; y después, “el mayor” legendario (aunque llegara como coronel) Fernando Muñoz Shearer junto con los tres sinchis que combatieron a su lado en esa jornada. Fuertes y sólidos los tres, pese al paso de los años: Jorge Rodríguez Espinola, Carlos Mendoza Torres y Franco Barreto Biffi.
Jorge Rodríguez entró al final, guitarra en mano, para entonar las notas tristes y conmovedoras de una canción que él compuso en homenaje a la tragedia redentora de ese día de sangre que rescató la vida para un pueblo entero.
Fue la última vez que vi a Fernando Muñoz Shearer.
El 6 de marzo se apagó la vida del heroico policía que, junto con sus valerosos camaradas de armas, demostró lo que significa la misión de quien recibe la fuerza de las armas y la destreza del entrenamiento: que el fuerte debe servir, para proteger a los demás y cumplir así el mandato fundamental de toda sociedad sana y libre.
Digo adiós al coronel PNP Fernando Muñoz Shearer con los siguientes fragmentos de la presentación en la que, por primera y última vez, Sacsamarca y sus defensores se juntaron, sin saber quizá que a la vez se despedían.