Conocí personalmente a Fernando Villavicencio de manera más previsible que providencial. En junio de 2017 recibí una llamada de Adriana León, encargada de los asuntos de protección de periodistas en el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS), en Lima. Me dijo que el periodista ecuatoriano Fernando Villavicencio había llegado exiliado al Perú, perseguido por el gobierno autoritario de Rafael Correa y quería entrevistarse conmigo y con los periodistas de IDL-Reporteros.
Lo invité de inmediato a reunirnos. En América Latina, el caso Lava Jato había entrado en una etapa decisiva, luego de la decisión de Odebrecht –hasta poco antes líder de las corporaciones decididas a no reconocer y menos confesar delito alguno– de capitular y entrar en un complejo proceso de delación premiada con autoridades estadounidenses, suizas y brasileñas.
IDL-Reporteros, junto con otros, más bien pocos, periodistas y medios investigativos de América Latina, había formado una red internacional que llamamos, con un guiño irónico al departamento de sobornos de Odebrecht, la Red de Periodismo de Investigación Estructurado.
La Red ya había logrado, en menos de dos años, dramáticos éxitos informativos, la mayor parte de los cuales, por necesidad de rigor periodístico, no habían sido todavía revelados. Toda la información (vídeos, audios, documentos), debía ser corroborada y contextualizada antes de su publicación. En los países donde trabajaban los miembros de la Red (Argentina, Panamá, Venezuela, por ejemplo), resultó mucho más fácil hacerlo. Pero había otros países sobre los que teníamos mucha información, pero no contrapartes.
Ecuador, por ejemplo.
Por eso resultó feliz el encuentro con Villavicencio. Él estaba, por supuesto, al tanto de lo que la Red Estructurada ya había publicado, sobre las documentadas confesiones de corrupción en otras naciones, y ardía en ganas de averiguar lo que había sobre Ecuador, para publicarlo, con máximo efecto, cuanto antes.
Decir que todo fue fluido y armonioso, sería faltar a la verdad. En Fernando Villavicencio, el periodismo de investigación y el activismo político iban frecuentemente de la mano. Era muy buen investigador y muy buen activista, pero para IDL-R y la Red de Periodismo de Investigación Estructurado, el activismo era un problema que podía devaluar y hasta comprometer la fuerza expositiva de la evidencia.
Villavicencio tenía, empero, una gran capacidad persuasiva, o polémica si llegaba el caso. Y además tenía razón en lo fundamental: en la necesidad de enfrentar a un gobierno perseguidor asestándole las evidencias de su propia corrupción.
Así que IDL-Reporteros publicó, en junio y julio de 2017, dos entregas con Fernando Villavicencio, en colaboración con el renombrado periodista ecuatoriano Christian Zurita, sobre el caso Lava Jato en Ecuador.
Uno puede encontrar claras diferencias de estilo y método con las notas que IDL-R y la Red de Periodismo de Investigación Estructurado sacaron sobre Ecuador en las semanas y meses siguientes.
Pero las dos publicaciones, de Villavicencio y Zurita tuvieron un gran impacto en Ecuador. Poco después, Villavicencio retornó a su país. Luego, dos investigaciones periodísticas suyas, una en colaboración con Zurita, y la otra con Dan Collyns y Cristina Solórzano, fueron distinguidas, en 2018 y 2019 con mención honrosa en el concurso latinoamericano anual que organiza el IPYS.
Eventualmente, sin embargo, el activismo lo sumergió del todo en la política partidaria. Fue electo como parlamentario y, finalmente, se presentó como candidato a la presidencia de su nación.
En campaña, fue inequívoco con sus conceptos. No solo en profundizar y acelerar la lucha contra la corrupción, sino en la determinación de enfrentar y erradicar las organizaciones criminales violentas. Ecuador es la nación que ha sufrido, en pocos años, la mayor degradación de seguridad en el continente. De ser un país relativamente apacible, pasó a convertirse en una de las naciones con mayor índice de asesinatos.
Entre 2016 y 2022, según Insight Crime, la tasa de homicidios en Ecuador aumentó a velocidad de disparo, en casi 500%, la más alta en la violenta América del Sur.
Amenazado por las organizaciones criminales, mal protegido por las autoridades de seguridad, Villavicencio acentuó el discurso desafiante que marcó su trayectoria periodística y política. Él no llevaba chalecos antibalas, dijo en un discurso reciente, sino la “camisa sudada” propia del pueblo. Por honrado que haya sido el sudor que humedeció la camisa, en nada protege frente a la violencia asesina de quienes saben que la campaña electoral obliga a los candidatos populares a exponerse y les da a los criminales la oportunidad de eliminar a líderes que una vez electos quedarán, como es probable, a menos que se trate de Haití, fuera de su alcance.
Sucedió con Luis Carlos Galán, asesinado en Soacha, Colombia el 18 de agosto de 1989, cuando era el claro favorito para triunfar en las elecciones presidenciales de su país. Pasó también con Luis Donaldo Colosio, asesinado en Tijuana, México, el 23 de marzo de 1994, mientras se confundía con la masa popular.
Tanto Colosio como Galán, candidatos de partidos fuertes, fueron sucedidos en candidaturas que resultaron triunfantes, por Ernesto Zedillo y César Gaviria. Ninguno de los dos tuvo el carisma, concitó el afecto, convocó la promesa de los asesinados candidatos. Su muerte acalló preocupaciones en quienes (y eso quedó claro en la muerte de Galán), conspiraron para que la campaña terminara en una emboscada mortal.
Si por lo menos uno de los anteriores fue un asesinato preventivo, creo que cabe poca duda de que el asesinato de Villavicencio también lo fue.
No era el favorito para vencer (por lo menos todavía no), pero era el que hablaba más claro. Y dejaba saber que detrás de las palabras vendrían los hechos.
Al final, Villavicencio unió al activista y al periodista en el hombre valiente, en cuyo recuerdo podrá recitarse lo que, en la milonga de Jacinto Chiclana, escribió Jorge Luis Borges:
Entre las cosas hay una
de la que no se arrepiente
nadie en la tierra. Esa cosa
es haber sido valiente.