Se ganó. Las fuerzas democráticas volvieron a vencer en otra batalla electoral librada de espaldas al abismo. Pero a menos que seamos adictos irremediables a la precariedad, no hay razón para estar satisfechos.
Hay, de todos modos, algunas cosas sobre las que sí podemos estar razonablemente contentos, aunque sea por un rato.
La más inmediata es que luego del conteo penosamente lento de votos, la democracia peruana se alistará para llevar a cabo la cuarta transición ininterrumpida de gobierno desde el derrocamiento de Fujimori y establecerá la más larga continuidad sin fracturas mediante elecciones libres en su historia republicana. Con ese quinto gobierno sucesivo en democracia llegaremos al bicentenario y nos habremos acercado a lograr la estabilidad permanente del sistema.
Tendremos algunas satisfacciones macro y muchas frustraciones micro. Las primeras son importantes por definición y las segundas por sus consecuencias.
La economía peruana probablemente siga teniendo los mejores rendimientos comparativos en Latinoamérica, tanto en lo formal como lo informal, con dinamismo y diversificación, sin llegar empero al nivel de milagro económico que solo una población mejor educada, con mejor distribución del ingreso y, sobre todo, de oportunidades, puede lograr.
Las probabilidades son también altas de que el crecimiento económico coexista con muchos puntos de inflamación social. Desde la protesta del campo y la selva contra la mina hasta el mayor crecimiento del crimen organizado, cuya eficiente economía parásita, de ruda competencia, atraerá a un sector minoritario pero muy tóxico de la población, que interactuará con las personas y grupos más corruptos del Estado y las empresas. Eso acallará las buenas noticias y las reemplazará con las sensaciones de rabia, miedo, insatisfacción, desconfianza y enojo que hacen y harán tan peculiarmente pesimistas las respuestas peruanas en el Latinobarómetro.
Hay más, pero con lo dicho queda claro que para potenciar lo bueno y controlar lo negativo necesitamos especialmente ahora un gobierno lúcido, resuelto y eficaz.
«PPK suscribió acuerdos con Construcción Civil, con la CGTP, con los colectivos No a Keiko y Keiko no va. ¿Los va a cumplir?»
¿Lo hubiéramos tenido si Keiko Fujimori hubiera triunfado? Dejando de lado, solo para efecto argumental, el asunto de la democracia, creo que no. Que alguien proclame, como ella lo hizo, que no le temblará la mano para ordenar una serie de medidas draconianas pero de más que dudosa eficacia (desde el Ejército en las calles hasta el retorno del 24×24 en la Policía), significa que la mano está firme pero el cerebro no tanto.
La mano dura efectista es una forma de demagogia tan dañina como la demagogia económica. Esta última puede terminar en una desastrosa hiperinflación, como lo demostró Alan García en su primer gobierno. La anterior puede llevar a situaciones como las del triángulo norte de Centroamérica, con el Ejército en las calles, las maras por todas partes y la población desesperada por escapar de sus depredadores.
Así que no. El gobierno de Keiko Fujimori hubiera sido probablemente uno de mano dura (lo cual le hubiera traído inicialmente una gran popularidad y estimulado el refuerzo de ese tipo de medidas), pero, por serlo, me parece que no hubiera terminado bien.
¿Cómo le irá a PPK? O mejor, ¿cómo puede irle a PPK?
No lo va a tener nada fácil.
Para empezar, tendrá un Congreso controlado por el fujimorismo, no solo por la terminante mayoría que este tiene, sino porque hasta algunos de los congresistas de su partido empiezan a descubrir precozmente su lado geisha.
Uno de sus primeros desafíos será cómo lidiar con una representación parlamentaria propia, reducida e inestable, con varios congresistas para quienes el transfuguismo light es una forma eficaz de estabilidad laboral y longevidad política.
A la vez, junto con la administrativa, debería montar una organización política mínimamente eficiente, en lugar de la cuasi caótica y balkanizada que tiene ahora. Necesitará colaboradores con mejor nivel político y capacidad operativa que, salvo excepciones, los actuales.
La experiencia inmediata de la campaña debiera decirle algo. ¿Cómo, por ejemplo, pese a tener, según se dijo, el mejor equipo de seguridad ciudadana se dejó aplastar en ese aspecto por los fujimoristas cuyo equipo, salvo el general PNP (r) Miyashiro, era tan folclórico que incluía hasta a un notorio cazador de pishtacos? ¿Cómo no le proporcionaron respuestas puntuales y contundentes a las tonterías que decían del otro lado?
¿Cómo sus asesores no le demostraron que la campaña de segunda vuelta tenía que plantearse como una de democracia contra dictadura? ¿Cómo pudieron tener tan poca perspicacia como para sostener, citando el Latinobarómetro, que al elector peruano la democracia le importaba un pepino? ¿Con qué criterio llegaron a proponer, cuando PPK empezó a atacar, que no debía hacerlo, que no debía irritar a los fujimoristas sino tenderles puentes puesto que con ellos tenía que gobernar? ¡Y se lo dijeron cuando estaba cinco puntos abajo y a pocos días de la elección! Incluso después de la Marcha del 31 de mayo, cuando fue más que evidente que para cientos de miles de peruanos la democracia era un tema vital; y muy importante para unos millones más.
Esa gente, dispuesta hasta a ayudar a Kuczynski para salvar la democracia es la que le dio el triunfo cuando su propia organización lo llevaba a una segura derrota.
Ahora, apenas despunta la victoria en el horizonte, diagnostican que el Perú está partido en dos y que para garantizar “la gobernabilidad” debe concertar desde ya con los fujimoristas viejos y nuevos. Algunos de los cuales no se la van a poner fácil. Lourdes Alcorta, por ejemplo, exige disculpas. Habráse visto…
Le piden, en suma, hacer más rápido y más a fondo lo que, salvo Paniagua, lograron en variada medida con los presidentes anteriores. Conciliar y colaborar con el vencido electoralmente y dejar de lado a quienes lo hicieron vencer.
Es verdad que eso le resulta más fácil y hasta natural a PPK. La alianza contra Fujimori fue de corta duración y hecha con personas y grupos que subrayaron que su voto era crítico y que pasarían a la oposición al día siguiente de la asunción al mando.
Pero también es cierto que en el proceso PPK suscribió acuerdos con Construcción Civil, con la CGTP, con los colectivos No a Keiko y Keiko no va. ¿Los va a cumplir?
Y además, ¿qué le dice haber podido ganar una elección que tenía perdida una semana antes con un nuevo mensaje y una nueva actitud? ¿Puede haber ahí enseñanzas que tengan valor para su gobierno y la “gobernabilidad”?
Por eso, creo que PPK debiera tener presente que para darle tracción a su gobierno minoritario, necesita brío y audacia antes que doblar el espinazo ante la mayoría fujimorista.
Tendrá que negociar con ellos, por supuesto, pero desde una base firme y decidida. Debe armar primero un estado mayor presidencial que sea mucho mejor que el que ha tenido en campaña. Luego, debería dialogar con el espectro más amplio posible de partidos y organizaciones sociales. Y comunicar. Todo buen presidente es un buen comunicador (algunos malos también lo son, por desgracia).
Si no entonces, ahí descubrirá que el Perú no está partido en dos, ni mucho menos. El estrecho resultado electoral es producto de una mala campaña. Así que buenas políticas presidenciales, bien presentadas y explicadas a los grupos políticos, gremiales y a la población, tendrán respaldo mayoritario.
Si, en ese contexto, la mayoría fujimorista busca socavar su gobierno, la constitución vigente le permite, si se censura a dos gabinetes, disolver (en forma perfectamente legal, a diferencia del 5 de abril) el Congreso y convocar a nuevas elecciones legislativas. Antes esa perspectiva, creo que se puede apostar sin miedo de perder que la mayoría fujimorista reculará y lidiará razonablemente con la gestión del Presidente.
Kuczynski sabe que será Presidente del Perú una vez y nunca más. Antes que por su vida precedente, su gestión será su legado. Por ella lo recordarán. ¿Cómo? Depende de él. Ojalá que nos sorprenda bien.
(*) Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2440 de la revista ‘Caretas’.