Se vino la segunda ola del Covid. No será una ola para surfeo sino un maretazo malero.
La inundación covidiana ya es grave y puede hacerse pronto mucho peor.
Si permitimos que empeore, la plaga terminará de golpear brutalmente a todos. A los listos y a los torpes. A los limpios y a los chuecos. Por el contagio, por el empobrecimiento, por el miedo y sus tóxicas secuelas, por las fracturas de la economía, de la sociedad y hasta de la más básica decencia. Retornará el cruel triaje en los hospitales abarrotados y, como viscosa sombra de la peste, el hambre torturará de nuevo a la pobreza.
¿Las elecciones? Probablemente se realicen en medio de un desastre, que erosionará mucho más la ya deprimente capacidad de elegir que hoy tenemos.
Cuando Atenas perdió a Pericles por la peste, rindió su futuro a manos de los demagogos que la llevaron a la derrota y la decadencia. No somos Atenas, no tenemos a Pericles, nos sobran demagogos, pero de alguna manera hemos logrado mantener viva y fructífera nuestra democracia. Hasta ahora.
¿Qué significó el Covid? En nueve meses tuvimos más víctimas que en doce años de guerra interna contra Sendero Luminoso. La plaga le rompió huesos a la economía, le desgarró el presente y oscureció el horizonte a un altísimo porcentaje de peruanos. Todo un desfile de eufemismos, lugares comunes y estúpidos hashtags no ocultan esa realidad.
¿Y nos preparamos a enfrentar el inminente maretazo con las mismas necedades mal disfrazadas de sensatez?
Aunque debió ser mejor, es hasta cierto punto explicable que el 2020 no estuviéramos preparados, como fue el caso en la mayor parte del mundo; salvo notables excepciones (Taiwán, Corea del Sur, Uruguay, por ejemplo).
Pero eso es inaceptable el 2021. Durante 10 meses sufrimos la infernal pedagogía de la debacle sanitaria, económica y social. Debimos haber aprendido en días lo que en tiempos normales toma años comprender.
Pero por lo que se ve, –pese a las advertencias desde los islotes de lucidez dentro de él – el gobierno arriesga repetir, y hasta profundizar, los errores del 2020.
Y sin conservar los aciertos.
Desaprenden lo aprendido
Creo que si hay un consenso entre la gente es que, a la luz del resultado, el manejo de la pandemia en el Perú fue pésimo. No existe el mismo consenso sobre quién o quiénes fueron los responsables principales de ese resultado: si el gobierno de Vizcarra, la inepta administración, las malas decisiones estratégicas, la indisciplina social o la fatalidad.
Pero recuerden que cuando el gobierno de Martín Vizcarra impuso las draconianas medidas de confinamiento de la gente, aislamiento del país y parálisis de la economía, la respuesta de la gran mayoría fue el aplauso; literal a las 8 de la noche y estadístico en las encuestas.
El miedo obra cambios espectaculares en el orden de prioridades. Mucha gente, si no la mayoría, tuvo claro que la paralización era ruinosa. Que iban a perder ingresos, ahorros y mucho más. Pero que iban a conservar la vida. Lo cual, por cierto, merecía un aplauso cotidiano desde los cautos balcones y ventanas.
Las organizaciones internacionales con presunto conocimiento especializado, en particular la OMS (que no paró de equivocarse), destacaron el caso peruano como un ejemplo encomiable: adoptar temprano y a fondo todas las medidas de confinamiento, cuarentena y cierre de fronteras.
“¡Yo me quedo en casa!” fue el virtuoso hashtag. Sin hogar que penetrar, condenado al vagabundeo estéril en calles desiertas, se supuso que el ignominioso virus callejero desaparecería. Durante varias semanas, el Perú vivió una claustrofilia que en unos lados fue militante, en otros pomposa pero invariablemente susceptible y suspicaz.
Lo fue tanto que se acalló el hambre, se ignoró la desesperación, hasta que no fue posible seguirlo haciendo. La ‘estrategia’ reventó cuando, como en muchos otros lugares de la tierra, mucha gente arriesgó la muerte por la plaga antes que la certeza de la inanición.
El confinamiento, de cualquier forma, no detuvo los contagios antes de resquebrajarse. En países como el nuestro solo podía llevarse a cabo con relativa eficiencia en ciertos distritos, pero no en la mayoría. En algunas provincias, pero no en muchas otras. Pocas semanas después, dos líneas casi verticales se encontraron en el punto cero: la economía en caída libre hacia abajo; la plaga disparada hacia arriba. Hay victorias perfectas y fracasos perfectos también. Ese último fue el caso de la pandemia en el Perú en 2020.
¿Pudo evitarse? Creo que sí. Pese a haber mucho menos información que ahora, ya se conocía algunos resultados importantes de tratamientos tempranos hechos en forma masiva. Se conoció rápido la experiencia de Didier Raoult en Marsella, que IDL-Reporteros informó por primera vez a fines de marzo de 2020, en una entrevista con el entonces ministro de Salud, Víctor Zamora.
Pero ya entonces se hizo lo necesario para que fracasaran.
Cuando IDL-R le preguntó sobre los medicamentos “fuera de etiqueta” o de “segundo uso” como la hidroxicloroquina para el tratamiento primario, Zamora indicó que acababa de aprobarse el siguiente protocolo:
Su uso era únicamente “para el manejo de casos moderados y severos (solo pacientes hospitalizados)”. Es decir, en el escenario y el momento en el que la medicina ya no era útil y no servía. Ya se sabía entonces que la hidroxicloroquina (y la azitromicina) sirven para evitar la reproducción y proliferación del virus. Servía, entonces, para los primeros días de la enfermedad, cuando el virus se expandía para infestar el organismo atacado. Las personas se hospitalizaban en casi todos los casos después que el virus hubiera desatado una reacción inflamatoria intensa que, en muchos casos, se descontrolaba. Ahí el virus dejaba de ser importante, la inflamación enloquecida atacaba el cuerpo, empezaba a destruirlo y la lucha se centraba en controlar la tormenta inflamatoria. Ahí ya la hidroxicloroquina (HCQ), la azitromicina (AZT) y (luego se vio) la ivermectina dejaban de ser importantes. En lugar de utilizarlas para evitar que se desate la inflamación, se las aplicaba cuando la inflamación ya se había desencadenado. No era de sorprender que tuvieran entonces poco efecto.
¿No lo sabían, acaso, los médicos que hicieron el protocolo? En algunos casos, es posible que no. Pero también es cierto que los esfuerzos por desacreditar las sencillas, humildes, baratas pero eficaces alternativas de tratamiento temprano con medicamentos de segundo uso, para no dejar nada entre el contagio y la UCI, fueron evidentes en muchos casos.
En medio del agravamiento de la tragedia sanitaria, cuando Perú disputaba los primeros lugares –poco antes de tomar la punta– entre los países con mayor mortalidad por Covid en el mundo, cobró resonancia la voz de quienes insistían en la necesidad del tratamiento primario. El ejemplo de Guayaquil (que IDL-R describió en detalle el 9 de junio), llevó al gobierno de Vizcarra a plantear estrategias de intervención enfocadas en una atención primaria masiva.
A comienzos de julio pasado, una intervención focalizada pero masiva del ministerio de Defensa (a través del Comando Conjunto), Essalud y autoridades regionales, sobre todo las de Salud en algunos casos, controló en poco tiempo, en regiones específicas, el hasta entonces desbocado desarrollo de la pandemia.
En “Cura o Daño”, publicado el 22 de octubre del año pasado, IDL-R analizó en detalle la discusión sobre los tratamientos ambulatorios tempranos, la base empírica para analizar sus resultados y el relato de casos concretos, como el de las intervenciones del Plan Tayta en Arequipa, Cusco y Moquegua.
¿Volvemos a ver ahora esos resultados?
Esto fue lo que pasó en Arequipa:
Esto fue lo que sucedió en Cusco:
Y esto es lo que ocurrió en Moquegua:
“¿Qué enseñan esos tres casos?” pregunté en ese artículo, para responder, “[que] una intervención inteligente en las áreas afectadas por la plaga, proveyendo medicamentos, oxígeno, control y atención médica, movilización social y apoyo sobre todo alimentario, pueden llevar, en poco más de dos meses, de una situación desesperada a otra de control de la epidemia”.
Como se puntualizó en esa nota, la intervención enérgica del Estado para “ahogar el incendio epidémico” no solo comprendió el reparto de kits médicos. Supuso un gran despliegue logístico para brindar tratamiento ambulatorio con personal médico, oxígeno, “habilitación de centros de atención médica”, orden y organización. Pero, para el primer nivel de atención y para evitar que los contagios derivaran en inflamaciones graves, el kit médico personal del Plan Tayta contenía tres medicinas: ivermectina, azitromicina y paracetamol.
Además, aunque no en el volumen que la situación requería, se repartió alimentos, sobre todo a través de Indeci, a quienes más lo necesitaban.
El resultado fue una victoria pronta y contundente sobre una plaga que parecía hasta entonces incontrolable. Se dio en escenarios regionales y enseñó lo suficiente como para proyectar esa estrategia a la escala nacional.
Los opositores dogmáticos y los troles médicos buscaron divorciar el efecto de la causa: que de todos modos iba a suceder así, que se había alcanzado la “inmunidad de rebaño”, que era solo una coincidencia.
Por lo menos ya se sabía qué había que hacer para lograr esas salvadoras coincidencias.
Ese tipo de éxitos, luego de meses largos de fracasos y tragedia, fue una de las razones que mantuvo la popularidad de Vizcarra. La gente lo vio trabajar sin pausa y comprendió que pese a compartir errores con buena parte del mundo, Vizcarra persistió en buscar soluciones.
Los éxitos, sin embargo, tuvieron alcance limitado. Tayta y el conjunto de acciones organizadas bajo ese paraguas, solo llegó a alcanzar alrededor del diez por ciento de la población. Faltaba el otro noventa por ciento, lo que solo podía lograrse con la multiplicación organizada y a escala del modelo a través de una verdadera movilización nacional. Había que crecer de uno a diez para controlar la pandemia, establecer una cierta normalidad, un cierto nivel de crecimiento en el que se pudiera organizar la vacunación masiva en forma ordenada.
Entonces, el Congreso destituyó a Vizcarra, intentó mantener al gobierno usurpador de Manuel Merino en el poder, forzó al país a una movilización doblemente gloriosa porque costó no solo las muertes y heridas directas sino un fuerte precio sanitario para derrocar y forzar la salida de los usurpadores.
La convulsión provocada por los usurpadores no solo elevó los contagios sino interrumpió programas como el Tayta.
El nuevo gobierno, de Sagasti, no hizo nada por retomarlos y menos por hacerlos crecer.
Por lo contrario, lo poco que se ha hecho del plan Tayta han sido versiones enanizadas del mismo. “Ni siquiera es un micro-Tayta” me dijo una fuente con cercano conocimiento del tema, “es un nano-Tayta”.
Lo peor es que se piensa quitar la ivermectina y la azitromicina de los kits médicos para dejar solo paracetamol. Las canastas de alimentos, cuya entrega ha disminuido considerablemente, según fuentes con conocimiento de causa, dejarán pronto de repartirse, según la misma fuente.
“Tenemos pocas [canastas de alimentos] en stock en Indeci”, me dijo una fuente del ministerio de Defensa, “pero [las pocas que hay] se siguen repartiendo. Esta semana sale una nueva norma para poder disponer de más”.
En cuanto al Plan Tayta, la misma fuente dijo que “se están priorizando los Tayta que son más pequeños, que podemos atender sin problemas”.
Ese micro-Tayta tampoco reparte medicinas, según la fuente del MINDEF, “La indicación de MINSA [ministerio de Salud] es que cada brigada médica lleva ahora un conjunto de medicamentos y entrega caso por caso […] tras lo acotado por la autoridad sanitaria, nosotros no podemos armar un paquete paralelo”.
Cuando Vizcarra denunció que se estaba dejando de repartir ivermectina en los kits médicos del Plan Tayta, fue atacado de inmediato. La sección de supuesta verificación de El Comercio, calificó como “Falsa” la eficacia médica de la ivermectina y por ende lo dicho por Vizcarra. Para apoyarse en un supuesto conocimiento autorizado, citó a dos de los médicos que, como Elmer Huerta, sostienen que no existe evidencia sobre dicha eficacia.
A los “verificadores” no se les ocurrió siquiera preguntar o consultar a varios de los médicos eminentes, de gran prestigio en el país y fuera de él, (Oswaldo Castañeda, Roberto Accinelli, Oswaldo Jave, Ciro Maguiña, para mencionar cuatro) que explican con gran claridad y sólida base científica la eficacia de la ivermectina, la hidroxicloroquina, la azitromicina, para el tratamiento primario del Covid.
Si no querían o no podían profundizar más, la honestidad intelectual requería que los “verificadores” dejaran sentado que hay una intensa controversia entre médicos sobre ese tema. Controversia todavía no resuelta; y en consecuencia podrían haber afirmado que lo dicho por Vizcarra era “impreciso”. Aunque les hubiera faltado la razón, por lo menos hubieran podido defender su etiqueta. Pero, lo único que queda decir es que su calificación de “falso” fue ella misma tan falsa como un billete de trece soles.
Lo que no fue obstáculo para que otros candidatos se sumaran al ataque contra Vizcarra, por lo dicho sobre la ivermectina, como Julio Guzmán, que corrió a hacerlo. En esa, como en otras circunstancias, es mejor caminar despacio y pensar rápido antes que hacerlo al revés.
Luego, Ciro Maguiña, renombrado infectólogo y especialista en enfermedades tropicales, además de vice-decano del Colegio Médico, se enfermó del Covid, junto con toda su familia. Debido a sus comorbilidades, su estado presentó rápidamente complicaciones y fue hospitalizado. Bajo la supervigilancia de Eduardo Gotuzzo, uno de los más prestigiados infectólogos en el país, fue tratado con ivermectina. Tanto él como sus familiares, algunos de los cuales también tuvieron complicaciones, lograron una rápida recuperación.
En la siguiente entrevista condensada, que se realizó por Whatsapp con Ciro Maguiña, el todavía convaleciente médico relata varios pormenores de su enfermedad.
IDL-R.– ¿Cuántas personas de tu familia se contagiaron?
Ciro Maguiña.– El 100 por ciento.
[Un bebe de 11 meses: fiebre leve; un niño de tres años: asintomático; el cuñado, de 21 años: cuadro leve; la suegra, cuadro severo, con neumonía; la esposa: neumonía moderada; Ciro Maguiña, 67 años y con diabetes: neumonía moderada].
¿Qué tratamiento tuvieron?
Mi esposa y mi suegra tomaron ivermectina y azitromicina. Yo no tomé azitromicina porque me provoca diarrea.
¿Cuál fue la dosis?
Una gota por kilo de peso, dos dosis diarias, mañana y noche. Peso 80 kilos, así que 80 gotas por la mañana y 80 por la noche por cinco días. Yo antes recetaba a mis pacientes ivermectina por tres días y azitromicina por siete días.
[Un reciente estudio argentino mostró un efecto positivo con dosis más altas. Por ello, y debido a las complicaciones, la dosis que utilizó Maguiña fue superior a lo que él solía recetar].
Apenas se reportó que Maguiña y su familia se habían curado con una terapia centrada en la ivermectina, apareció la información de que Maguiña había recibido la primera dosis de la vacuna Sinopharm unos días antes de enfermar. Se presentó eso como una suerte de prueba de que la ivermectina no había jugado un papel y hubo comentarios malévolos y hasta alguna caricatura sobre Maguiña. Sobre el tema este dijo lo siguiente en la entrevista:
“Con la vacuna, la cosa fue así. Me invitaron [en la universidad Cayetano Heredia] a vacunarme unos días antes de Navidad. Pero a los seis días [de recibir la primera de dos dosis] enfermé. Obviamente no se formaron anticuerpos; además hice un cuadro severo”.
¿A qué se debió su recuperación?
“Obvio fue la terapia”, responde Maguiña, “si no, otra sería la historia”.
Lo claro del tema es que, como las vacunas no curan sino previenen la enfermedad, la que se aplicó, en primera dosis, Maguiña no tuvo ningún efecto. Eso no desacredita a la vacuna porque necesita tiempo para alcanzar los niveles necesarios de inmunidad. Pero demuestra que la curación del prestigioso médico y dirigente gremial se debió a la terapia basada en ivermectina que se utilizó junto con otras importantes medidas auxiliares.
El problema de esas campañas de descrédito es que son mecanismos de desinformación disfrazados de ciencia. Que tienen un efecto de intimidación entre políticos y hasta médicos de conocimientos limitados y ánimo tembleque.
En circunstancias normales, ese tipo de gente no hace mucho daño. Pero estos tiempos no tienen nada de normal. Hay decisiones vitales que tomar, de las que depende la vida o la muerte de decenas de miles de personas.
La vacuna dará la defensa final, la inmunidad duradera frente a la plaga.
Pero ni siquiera llega todavía. Y después de que llegue hay que organizar y ejecutar el complejo plan, la difícil logística de su aplicación rápida y masiva a millones de ciudadanos. Además, lo que está claro ahora es que un nivel descontrolado de contagios impide el éxito de la vacunación. Veremos y examinaremos los problemas de la vacunación en una próxima nota.
Pero por ahora, sepamos que ya está golpeando la segunda ola y no hay vacuna en el plazo requerido por el ya claro y presente peligro que confrontamos.
La única alternativa funcional que tenemos hoy es la aplicación masiva y general de tratamientos tempranos en todo el Perú. Hay muy buena evidencia de que es útil, que salva muchas vidas. No todas, pero sí muchas. Hay evidencia, en el peor de los casos, de su inocuidad, (tanto en lo que concierne a la ivermectina como a la hidroxicloroquina) a través de la experiencia de centenares de millones de recetas en su uso original.
No son perfectas, pero no hay nada mejor a la mano ahora. No son el arma ideal, pero es mucho mejor eso que andar desarmado.
La oposición mentecata y rabiosa a su uso puede llevar, si se impone, a decenas de miles de muertes evitables. Y de acuerdo con informaciones de muy buena credibilidad, el miedo a ataques y aún a procesos penales tiene paralizada la capacidad de decisión en niveles cruciales del ministerio de Salud.
Una circunstancia como esta no es un ámbito que admita cobardes en el liderazgo.
¿Quieren saber sobre la evidencia científica lograda en las condiciones del desastre sanitario que abate al mundo? Varios de los expertos médicos que proponen, que demandan el uso de tratamientos tempranos, pueden responder a toda pregunta sobre el tema y mostrar la evidencia científica de calidad que la respalda. Y también pueden relatar las experiencias de cómo se ha logrado, en diversos distritos, en algunas provincias, parar la pandemia con la aplicación pragmática de esas terapias, que resultaron exitosas.
No escuchar eso, no aprender de ello, representará una negligencia criminal, por la que habrá que rendir cuentas.
Estamos ante la posibilidad de un desastre que se puede evitar si se hace lo correcto. A condición de que se haga pronto.